Artículo publicado en Rojo y Negro nº 400, mayo 2025
El capitalismo se sostiene sobre la explotación sistemática de las mujeres generando una precariedad laboral específica. Pese a proclamarse la igualdad ante la ley, las trabajadoras sufren peores salarios y condiciones: la brecha salarial ronda el 23% y tres de cada cuatro contratos a tiempo parcial los ocupan mujeres. En 2020 más de la mitad de las mujeres inactivas se dedicaban a los cuidados familiares, tras asumir excedencias, despidos y dobles jornadas durante la pandemia. Todo esto condena a la mayor parte de la clase trabajadora femenina al subempleo y a pensiones de pobreza.
El efecto de esta discriminación se concentra en los sectores feminizados donde predominan empleos precarios y mal pagados. Destacan:
l Cuidados y servicios sociales (sanidad, geriatría, ayuda a domicilio, educación infantil): son mayoritariamente ocupados por mujeres (enfermeras, auxiliares, educadoras), con contratos temporales y salarios bajos. A pesar de la creciente demanda de estos servicios (se prevé la necesidad de cubrir 260.000 nuevos puestos sólo en el sector de ayuda a domicilio), la subcontratación y la falta de inversión mantienen estos sectores muy lejos de su dignificación.
l Hostelería y turismo (hoteles, restaurantes, bares): emplean a casi 2 millones de personas de las que el 54,7% son mujeres. Salarios bajos, turnos infernales que dificultan gravemente la conciliación y una parcialidad que duplica la media es el panorama que afronta el sector.
l Comercio minorista y ventas: muchas cajeras y dependientas sufren turnos rotativos, temporales y bajos salarios. En 2019, tres de cada diez jóvenes trabajadoras estaban empleadas en hostelería, servicios personales o ventas frente a solo el 20,5% (uno de cada 5) de los jóvenes varones. Esto indica la alta segregación: las mujeres se concentran en las ventas minoristas (ropa, alimentación, perfumería, etc.) con escasa estabilidad y pocos derechos.
l Trabajo doméstico remunerado (servicio del hogar, limpieza): uno de los sectores más invisibles. Hasta hace poco no había derechos plenos y las empleadas del hogar estuvieron excluidas de prestaciones como el paro. Es el sector más desprotegido y privado de prestaciones básicas que se agrava aún más en el caso de las migrantes sin papeles. Cabe destacar que hasta la publicación del RD 893/2024 no han tenido siquiera unas mínimas garantías de seguridad y salud en el trabajo.
Estos datos confirman que los trabajos feminizados tienen peor retribución y menos estabilidad. La combinación de bajos salarios, parcialidad y sobrerrepresentación femenina en empleos de baja categoría refuerza la desigualdad estructural. La igualdad ante la ley no se traduce en igualdad real: el Estatuto de los trabajadores existe, pero sus garantías no alcanzan a la mayoría de las mujeres trabajadoras.
Continuidad histórica de la división sexual del trabajo
La división sexual del trabajo es una herencia del patriarcado y del capitalismo. No es un hecho reciente, sino una construcción histórica que justifica relegar a las mujeres a labores de cuidados con empleos peor pagados. La emancipación económica de las mujeres exige “dinamitar las estructuras económicas creadas por el capitalismo, que se sostienen sobre la explotación sistemática de las personas categorizadas como mujeres” (CNT).
Desde los inicios del movimiento obrero, las mujeres han presentado resistencia. Es obligado hacer referencia a Mujeres Libres (1936-1939) que afrontó directamente la brecha de género, la necesidad de guarderías en los lugares de trabajo, la falta de recursos para la capacitación y el muro que suponía el elevado índice de analfabetismo en las mujeres para participar en entornos laborales y sociales. Las precursoras Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch y Mercedes Comaposada fundaron escuelas y talleres para la formación profesional, como la Escuela de Chóferes para mujeres, entendiendo que el empleo era fundamental para la liberación de la mujer.
Tras la dictadura franquista, el feminismo de los años 70 y la legalización sindical incorporó estas demandas aunque con avances lentos. Por poner un ejemplo, en 2011 España ratificó el Convenio 189 de la OIT para trabajadoras del hogar, pero no ha sido hasta 2022 que se les ha concedido el derecho al paro que tienen el resto de personas trabajadoras y, hay que decirlo, de una forma tan limitada que no puede considerarse un derecho equiparable.
Mientras tanto, la presencia femenina en las fábricas creció, pero bajo condiciones segregadas. Los oficios que se ofrecían para las mujeres se definían como de segunda categoría, con peor sueldo y contratos más inestables. Así, la división sexual se alimenta a sí misma: los empleos considerados femeninos se limitan en derechos justificando salarios de miseria.
En resumen, las luchas pasadas muestran que la igualdad real en el trabajo exige cambiar la base económica y cultural del sistema. La persistencia de la segmentación no es casual: “la histórica y duradera división sexual del trabajo legitima que las mujeres sean contratadas en áreas de trabajo infravaloradas, arrastradas a la precariedad, con mayor explotación y peores condiciones”. Sólo desde esa perspectiva de clase y género puede entenderse la continuidad de la desigualdad laboral femenina.
Nuestra resistencia y nuestras luchas
Frente a esta realidad, emergen las resistencias anarcofeministas que unen crítica anticapitalista con lucha de género. Estas corrientes promueven la acción directa, la autogestión y el apoyo mutuo como herramientas básicas de lucha. Sindicatos combativos de inspiración libertaria y colectivos autónomos de mujeres han incorporado la lucha contra la precariedad de los sectores feminizados en sus agendas. Las huelgas del 8M consiguieron generar un debate público influyendo en la agenda política e impulsando la creación de leyes a favor de los derechos laborales de las mujeres.
También surgen iniciativas populares inspiradas en el anarcofeminismo: redes de cuidadoras autogestionadas, cooperativas de servicios o grupos de afinidad en empresas feminizadas. Estas experiencias buscan romper con la lógica jerárquica y explotadora del empleo convencional materializando la idea de que “otros modelos son posibles y necesarios”, nos enseñan que no podemos anquilosarnos en las reivindicaciones laborales. La lucha contra la precariedad laboral de las mujeres está intrínsecamente ligada a la lucha contra el patriarcado y el capitalismo. Es necesario poner en práctica fórmulas de desobediencia civil que impulsen la construcción de un nuevo sistema que integre de forma real a todas las personas. El mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones sólo puede ser una sociedad entre iguales.
La división sexual del trabajo sigue vigente y es estructural en la España actual. Las anarcofeministas denunciamos esta injusticia con tono combativo proponiendo un cambio radical: no basta con leyes o promesas electorales, sino que es necesario organizarse desde abajo. Sólo actuando con solidaridad y apoyo mutuo se puede combatir la vieja división de tareas basada en el género. Frente a la precariedad, la unidad de las mujeres trabajadoras y la confrontación directa son las armas con que avanzamos hacia una igualdad real y una sociedad libre de explotación.
Secretaría de la Mujer
CGT MCLMEX
Fuente: Rojo y Negro