Son multitud. Nadie sabe cuantas son. Según las estadísticas oficiales del 2005, de las 710.000 censadas en la Encuesta de Población Activa, sólo 366.000 estaban afiliadas a la Seguridad Social, lo que deja casi 400.000 en la economía sumergida, a las que habría que añadir otros cuantos miles de invisibles» que, «sin papeles», escapan a cualquier control estadístico. Pueden ser, fácilmente, más de un millón. Muchas de ellas han dejado atrás padres, esposos e hijos, han venido de países tan lejanos como Colombia, Ecuador, Cuba, Marruecos, Ucrania, Rumania o Bosnia-Herzegovina, y ahora trabajan para hacer más llevadera nuestra vida familiar, y permitir que sus hermanas españolas, libres de la «esclavitud» de las tareas del hogar, puedan autorealizarse en otros trabajos más creativos. Pero, a pesar de su trabajo, esencial para el buen funcionamiento de la sociedad, son el colectivo laboral más desconocido y, sin duda alguna, más discriminando y explotado de nuestro país. Son las empleadas de hogar.
La legislación que regula su vida laboral ha sido denunciada, no sólo como injusta, sino hasta como inconstitucional, pues sus derechos laborales han sido recortados hasta no parecerse en nada a los que disfrutan los otros asalariados protegidos por el Estatuto de los Trabajadores. Se permite, para ellas, el contrato oral, lo que les priva de cualquier prueba documentada para reclamar sus derechos ; están sujetas al despido libre, por mero «desistimiento del empleador, siempre que el contrato haya durado un año», y la indemnización por despido improcedente es sólo 20 días por año trabajado, con un máximo de 12 mensualidades, mientras que los otros trabajadores, en las mismas circunstancias, cobran 45 días por año de trabajo, con un máximo de 42 mensualidades ; no tienen ninguna cobertura por desempleo, ni están cubiertas por la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. También hay discriminación en las prestaciones de la Seguridad Social por enfermedad o accidente pues, mientras los otros trabajadores empiezan a cobrar desde el tercer día de la contingencia, las empleadas de hogar lo hacen sólo desde el día 29. Las condiciones económicas de la empleada de hogar son igualmente injustas pues, para las internas, de su paga, igual al Salario Mínimo Interprofesional (muchas ganan menos), se les puede deducir hasta un 45% en concepto de manutención y alojamiento ; y las dos pagas extraordinarias a las que tiene derecho deben ser, como mínimo, igual a la paga en metálico de sólo 15 días.
Pero donde, sin duda, se dan más abusos y, con frecuencia, una verdadera explotación, es en la duración de su jornada laboral que aunque fijada por ley en 40 horas semanales, con un máximo de 9 horas al día, tiene dos puertas por donde entran los abusos : uno, la flexibilidad horaria y de disfrute de los días festivos y de los 15 días continuos de vacaciones a los que tiene derecho, pues estos se adaptan no a los deseos o necesidades de la empleada, sino a las necesidades y caprichos del empleador ; y dos, existe la famosa cláusula de «horas de presencia a disposición del empleador» en las que la trabajadora ha de permanecer en la casa, no estando obligada, es verdad, a realizar tareas domésticas, pero sí aquellas que exijan poco esfuerzo (abrir la puerta, coger el teléfono, o, simplemente, guardar la casa), y sobre cuya retribución como horas «extra» el R. D. guarda silencio. Así los empleadores se vuelven dueños del descanso de la empleada de hogar, no pudiendo esta disponer libremente de sus horas libres. Este «enclaustramiento» es especialmente grave en el caso de las emigrantes sin papeles ya que las trabajadoras tienen miedo a salir de las casas por temor a ser detenidas, y los empleadores pueden tener miedo a que la trabajadora se relacione con el mundo exterior donde pueda aprender sobre sus derechos o encontrar mejores ofertas de trabajo.
La situación de las empleadas de hogar es una de las asignaturas pendientes de un gobierno socialista y de una sociedad avanzada. Tres cosas son necesarias para mejorar la situación de estas trabajadoras : a) derogar la legislación especial sobre ellas y equipararlas a los otros trabajadores cubiertos por el Estatuto de los Trabajadores ; b) profesionalizar su actividad con programas de formación ; y c) superar los estúpidos prejuicios que la sociedad tiene contra este trabajo del hogar. Si una chica sirve comida en un avión se le llama azafata y tiene un gran prestigio en nuestra sociedad ; si sirve la misma comida en un restaurante es camarera, y es menos estimada socialmente, y si sirve la comida en una familia particular está en el último peldaño de la sociedad como empleada de hogar, criada, chacha o, simplemente, muchacha de servicio.
Fuente: GASPAR Rul-lán / Diariodecordoba