Reflexiones sobre el libro No le deseo un Estado a nadie. A propósito del “conflicto catalán” (Corsino Vela, Santiago López Petit, Tomás Ibáñez, Miguel Amorós, Francisco Madrid), seguido de algunas consideraciones para entenderlo.
Las 5“crónicas intempestivas” que recoge el libro manifestaban mi perplejidad ante las posiciones de algunos sectores libertarios frente a un referéndum que se convocaba nada menos que para la creación de un Estado.
Lo que pretendo abordar ahora, es la cuestión del “¿qué hacer?” en el marco del laberinto catalán, y concretamente el dilema político que plantea ese “¿qué hacer?”.
Las 5“crónicas intempestivas” que recoge el libro manifestaban mi perplejidad ante las posiciones de algunos sectores libertarios frente a un referéndum que se convocaba nada menos que para la creación de un Estado.
Lo que pretendo abordar ahora, es la cuestión del “¿qué hacer?” en el marco del laberinto catalán, y concretamente el dilema político que plantea ese “¿qué hacer?”.
La verdad es que para quienes participamos de una sensibilidad anarquista, y somos por lo tanto, a la vez, apátridas, antinacionalistas, anticapitalistas, y antiestatalistas no resulta nada fácil decidir “¿qué hacer?” en este contexto.
Lo que sí es seguro es que en situaciones complejas lo menos indicado es buscar refugio en las aguas tranquilas de las seguridades doctrinales. Porque cuando existen argumentos de peso a favor de una cosa y de su contraria es decir, cuando las situaciones son realmente dilemáticas, no se puede sepultar las dudas ni descalificar las fluctuaciones.
Por una parte, está claro que cuando surge un movimiento de lucha popular nuestro sitio es estar ahí, y que frente a la represión resulta imposible permanecer indiferentes.
Es cierto que generalmente esos movimientos populares son heterogéneos tanto en cuanto a su composición, como en cuanto a sus objetivos. Sin embargo, contra un deseo de homogeneidad que es escasamente libertario, conviene repetir hasta la saciedad que “solas no podemos”, y que luchar exclusivamente con quienes comparten nuestros postulados conduce a la ineficacia y al empobrecimiento de las perspectivas.
Es preciso mestizar las luchas y las perspectivas si no queremos caer en el absurdo de que teníamos que inhibirnos en Mayo del 68, o durante el 15 M porque se trataba de movimientos heterogéneos.
La gama de argumentos para justificar que nos involucremos en “el laberinto catalán” es amplísima: posibilidad de abrir grietas, de desbordamiento, de socavar el régimen del 78, de tejer complicidades en el fragor de la lucha, de fomentar desobediencias, de debilitar el Estado, de abrir un proceso constituyente desde abajo, y, todo ello, sin tener nada que perder si se proclama una República en sustitución de una Monarquía, o si saltamos desde un Estado español a uno catalán, etc. etc…
Sin embargo, frente a esa larga lista hay otros argumentos que nos avisan de que este es uno de esos conflictos en los que no tenemos porque implicarnos. Acudiré a dos de esos argumentos:
En primer lugar, está claro que participar en este conflicto es sumar nuestras fuerzas a quien lo está protagonizando, que es el independentismo y es por lo tanto fortalecerlo. Pero resulta que, dada su actual composición política, lo que estamos haciendo con ello es fortalecer el nacionalismo catalán, con el agravante de que eso no resta ni un ápice de fuerza al nacionalismo español sino que lo potencia.
Así que el resultado de nuestra implicación en el conflicto consiste en potenciar no uno, lo cual ya sería incongruente, sino dos nacionalismos, y eso ya es el colmo para quienes nos definimos como libertarios y libertarias.
En segundo lugar, la razón por la cual resulta incongruente sumar nuestra fuerza al independentismo no radica en el hecho de que la lucha por la independencia se proponga crear un Estado. Porque, vivir y luchar en un Estado español o en uno catalán no plantea ningún problema especifico.
En realidad, aquí el problema no radica tanto en la forma que se pretende dar a lo que se independiza, sino en ¿que es? lo que se independiza. Porque si lo que se trata de independizar, así como la entidad donde se halla buena parte de las energías para conseguirlo, se concibe como una nación, aunque esta no se defina en términos étnico-culturales sino políticos, entonces se desemboca necesariamente, inevitablemente, en una sociedad de clases, excluyente y estatalista.
En esa medida, está claro que involucrarnos en el conflicto es ayudar a promover unas estructuras tan represivas como las que se pretende sustituir, y cabe preguntarse por lo tanto que pinta la gente libertaria en esa aventura.
¿Quedarnos en casa el 1º de octubre? o ¿defender las urnas? Ahí estaba el dilema en un determinado momento.
Una parte notable de la gente acudió al referéndum, ya sea para separarse de España y crear un Estado, ya sea para defender las urnas porque si la gente quiere votar nadie es quien para impedirlo, y mucho menos a porrazos.
Ahora bien, no deberíamos magnificar ni el grado en el que esa participación fue una expresión de la voluntad popular, ni la capacidad de auto organización que se manifestó. No debemos olvidar que no fue la gente la que convocó el referéndum, fueron instancias de gobierno. No fue la gente quien formuló la pregunta, fueron esas instancias. No fue la gente la que diseño el operativo de las urnas, de las listas electorales, y del sistema de gestión informática de los votos, fue básicamente un gobierno que anhelaba pasar a gobernar, a medio plazo, un verdadero Estado.
Está claro que ante la desproporción de las fuerzas el govern necesitaba imperativamente la participación masiva de la gente, y supo gestionar las emociones con la suficiente inteligencia para que muchas personas obedecieran al llamamiento lanzado por su Gobierno.
Desde entonces el dilema se ha desplazado hacia participar o no en los CDRs. Dilema, porque es efectivamente en los CDRs donde está lo que se mueve y lo que desafía al Estado. Sin embargo, cabe que nos preguntemos si se trata de unas figuras que presentan tonalidades libertarias, o si estamos ante un simple señuelo para enrolar a nuevos aliados?
Aquí también, existen argumentos de peso para cada punto de vista, y eso convoca lo que me ha dado por denominar el síndrome de Ulises.
Creo que cuando los cantos de sirena parecen irresistibles hay que huir de la tentación de taparse los oídos a fin de preservar los principios. Al contrario, hay que prestarles una especial atención, pero tomando unas mínimas precauciones para no dejarnos embaucar por su melodía. Ulises lo logró haciendo que lo atasen al mástil de su barco. Mi sugerencia es que nos expongamos plenamente al canto de los CDRs, pero anclando nuestra nave en unos pocos principios que nos ayuden a valorar su sentido.
A mi entender, cuando de lo que se trata es de involucrarnos en movimientos heterogéneos esos principios remiten a tres consideraciones muy simples.
En 1er lugar, quienes son los principales integrantes de esos movimientos, es decir cual es su composición social y política. En 2º lugar, cual es su grado de horizontalidad y de autonomía, real y no solo formal. Somos mínimamente dueños de nuestras agendas o están en otras manos. Y en 3er lugar, en que grado sus objetivos son suficientemente compatibles con los valores libertarios.
Mi sentimiento personal es que los CDRs, no tal o cual CDR en particular, sino los CDRs en su globalidad, es decir, en el conjunto del territorio catalán, fallan en relación a cada una de esas tres consideraciones.
Esto no significa que no haya aquí materia a debate, porque si está bien claro que los cantos de los CDRs, son muy atractivos, sin embargo, no parece que esté tan claro en nuestros medios que sean de sirena, y esa circunstancia puede hacer que Ulises descuide su prudencia y se deje embaucar, que es, a mi entender, lo que está ocurriendo actualmente.
Para la presentación del libro “No le deseo un Estado a nadie”, en Espai Contrabandos, Barcelona, 19 de abril de 2018
Tomás Ibáñez
Fuente: Tomás Ibáñez