En América Latina, la influencia de las corrientes anarquistas en el surgimiento del feminismo de las primeras décadas del siglo XX es una veta por explorar. En el Día Internacional de la Mujer, a manera de homenaje, intentamos trazar algunas coordenadas del extenso periplo que recorrieron las mujeres anarquistas que nos abrieron el camino.
En 1910, la socialista alemana Clara Zetkin propuso establecer un día en homenaje a las mujeres obreras. Al año siguiente, muchos países de Europa adoptaron la celebración de este día bajo el nombre de Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Al margen de las discrepancias sobre el verdadero origen del 8 de marzo, está claro que en el contexto europeo y estadounidense una de las banderas de lucha de las socialistas feministas era denunciar las condiciones de explotación que sufrían las mujeres en las fábricas.
El estallido de las primeras huelgas de las trabajadoras textiles y la creciente incorporación de las trabajadoras en los sindicatos dan paso a una plataforma de reivindicaciones apoyada por los partidos socialistas y sus militantes mujeres. De esta manera, la propuesta de Zetkin cayó en terreno fértil. En 1911, el primer Día Internacional de la Mujer contó con la adhesión de cerca un millón de mujeres de casi todos los países de Europa, un buen número de ellas eran obreras.
Doble muro de silencio
En América Latina el panorama será diferente. De acuerdo a fuentes consultadas, el Día Internacional de la Mujer se empieza a celebrar recién a partir del decenio de 1940. A
principios del siglo XX no existían espacios feministas propiamente tales, y el reducido sector de trabajadoras apenas sí estaba sindicalizado. En este escenario, la irrupción de las corrientes anarquistas procedentes de ultramar serán determinantes en la construcción de las ideas sobre emancipación femenina y la crítica a la sexualidad y a la familia. En la práctica, el ideario anarquista que trajeron los miles de inmigrantes italianos, españoles y franceses, impulsó la creación de sindicatos y formas de organización comunitarias.
La mayoría de historiadores anarquistas han denunciado lo que llaman “el muro de silencio”, refiriéndose al escaso interés por recuperar y/o investigar por parte de la historiografía contemporánea, el aporte de las distintas corrientes anarquistas que se instalaron en América Latina a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Las huellas de esta presencia están dispersas en los testimonios personales recogidos en periódicos y revistas de la época.
Con diferentes desarrollos, el anarquismo se expresó a través de múltiples experiencias organizativas, abarcando también, el periodismo, la literatura, la pedagogía y algunas expresiones artísticas. Alguien ha definido al anarquismo como un modo de ver del mundo, y sólo una ideología sobre el proletariado. Sus conceptos de libertad, de autogestión y autonomía, inspiraron a las primeras mujeres contestatarias de los colectivos obreros, calando también en aquellas mujeres ilustradas que buscaban respuestas a su insatisfacción personal.
Pero así como los historiadores anarquistas llaman la atención sobre la ausencia de estudios serios sobre el aporte del anarquismo en Latinoamérica, y critican una política de invisibilización, las feministas lamentamos el olvido y/o el poco interés de parte de estos mismos historiadores, salvo excepciones, por destacar las huellas dejadas por las mujeres que abrazaron esta ideología y que tuvieron un fuerte protagonismo en distintos momentos de la historia del anarquismo. Hemos revisado algunas fuentes sobre el anarquismo en América Latina, y en ninguna de ellas encontramos referencias o comentarios sobre el papel que tuvieron las mujeres. Que no fue minoritario, ni menos marginal.
Como ya dijimos, el anarquismo llegó a nuestra América en los barcos repletos de inmigrantes que principalmente desembarcaron en los puertos del Río de la Plata. Argentina será el principal centro de recepción de la inmigración europea. A mediados del siglo XIX, este país registró un notable crecimiento económico. Según la investigadora Maxine Molyneux, “en el período comprendido entre 1860 y 1914, las tasas de crecimiento real del producto interno bruto, estaban entre las más altas del mundo, lo que otorgaba a la Argentina un liderazgo sobre el resto de Latinoamérica, que iba a ser retenido hasta los años sesenta”.
Con una economía en niveles crecientes, era fundamental incentivar la mano de obra vía la inmigración. La política inmigratoria de los sucesivos gobiernos argentinos permitió que entre 1857 y 1941 llegaran más de 6,5 millones de personas, quedando definitivamente cerca de 3,5 millones. La gran mayoría era de Italia (52 por ciento), luego venían los españoles y en tercer lugar los franceses. En estos países el movimiento anarquista era floreciente.
Las formas de organización y resistencia fueron aumentando a medida que la población inmigrante no podía satisfacer sus necesidades vitales. Bajos salarios, ninguna legislación que normara las horas de trabajo, ni el descanso, viviendas insalubres y precarias (conventillos). El descontento se canalizó en un sinnúmero de paros, como la huelga general de 1920.
Connotados anarquistas como Erico Malatesta, el más conocido, desarrollaron una actividad intensa liderando protestas, escribiendo libros y dirigiendo periódicos. Entre 1880 y 1890 circularon en Buenos Aires 20 diarios anarquistas en francés, español e italiano. Había tanta literatura anarquista “circulando en Buenos Aires en los últimos años del siglo como en el bastión anarquista de Barcelona”, advierte Molyneux.
Algo más que producto importado
Al ser transplantada a nuestro continente, la ideología anarquista produjo diversos frutos. Las organizaciones sindicales adoptaron formas diferentes a las europeas o estadounidenses, reivindicando un perfil autónomo alejado de la burocracia sindical. En Bolivia, México y Perú la prédica anarquista se sintió cercana a la tradición comunitaria indígena, centrando, en gran parte, su acción en el problema agrario. En Bolivia, los trabajadores mineros anarcosindicalistas fueron los primeros en conquistar la jornada de las 8 horas. En Perú fue creada en 1923 la Federación de Obreros Indios.
En México, los grupos anarquistas colaboraron con los líderes de la Revolución Mexicana, a través de los llamados “batallones rojos”. El famoso Plan de Ayala de Emiliano Zapata es de inspiración libertaria. En Cuba durante la guerra de la independencia librada contra Estados Unidos, los obreros anarquistas constituyeron un importante bastión de apoyo, también participaron en la creación de organizaciones en el exilio cuya cabeza era José Martí.
”Ni Dios, ni Patrón, ni Marido”
Esta consigna expresada en un artículo enviado por una suscriptora de La Voz de la Mujer, (1896-1897), define el ideario del feminismo anarquista de este periódico, el primero en su tipo que hace su aparición en Buenos Aires durante el verano de 1897. Fue realizado enteramente por mujeres inmigrantes españolas e italianas. El sello distintivo de La Voz de la Mujer “radicaba en su reconocimiento de la especificidad de la opresión de las mujeres. Convocaba a las mujeres a movilizarse contra su subordinación como mujeres, al igual que como trabajadoras”, advierte Maxine Molyneux .
La consigna expresó un malestar y una protesta que no dejará de estar presente en las páginas de la prensa anarquista producida por mujeres entre los años de 1896 y 1920. María Collazo, dirigenta anarquista uruguaya y directora del periódico La Batalla, confiesa en 1915 que la disyuntiva para las mujeres era la de “prostituirse, suicidarse o rebelarse”, porque “el procedimiento usual al que se someten las relaciones sexuales bajo el régimen capitalista es el de la venta”.
Del cruce entre el anarquismo y el feminismo de principios de siglo, nacerá una conciencia crítica expresada en el protagonismo de importantes figuras femeninas, como Juana Rouco Buela, en Argentina, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, en México, Luisa Capetillo, en Puerto Rico, Petronila Infantes, en Bolivia, entre otras.
Han sido historiadoras feministas quienes han puesto en valor la vida y acción de una saga de mujeres que ejercieron el periodismo político, se involucraron en acciones de protesta con voluntad de liderazgo y nunca hicieron concesiones. Su palabra escrita da fe de todo esto. Pero todavía queda por descubrir nuevas huellas, las de desconocidas mujeres que hicieron de su militancia anarquista en cada uno de los países del continente, un modo de afirmar su presencia y dejar un legado, que hoy recogemos con emoción y agradecimiento.
Fuente: Ana María Portugal/Mujereshoy