José María (Yiyo para los amigos) se nos ha ido hace unas horas. En la cuarentena de su vida, pletórico de energía, de proyectos personales y educativos. Educar a todos y educarse con todos. Lo mismo acometía un cuarteto de carnaval o una obra de teatro con los « mayores » de la Estación de Jimena, que desarrollaba un proyecto cultural entre los niños y niñas de su clase con sus abuelos y abuelas o desarrollaba proyectos para la introducción de las tecnologías de la información en su colegio, el C.P. Reina de los Ángeles.
Amigo de sus amigos, conocía y practicaba aquello de « a cada uno según su necesidad y de cada uno de acuerdo con su capacidad ». Filosofía de vida que bien conocemos los libertarios. Hombre integro, justo, cabal, con una inmensa sencillez pletórica hasta el borde de sentido común. Persona en toda la extensión del término que sentía una profunda compasión por sus semejantes, un profundo amor a los niños y niñas de su colegio, un enorme respeto a sus mayores. A todos ellos les dedicó buena parte de su tiempo.
Los inicios del Centro de Profesores en el Campo de Gibraltar son deudores en buena medida del apoyo que él supo recoger de todo el profesorado de Jimena de la Frontera. Coordinador del Aula de Extensión de Jimena hasta el final, incansable hacedor de proyectos, sueños y realidades, utopías cotidianas que él era capaz de concretar con la facilidad de aquel que cree en ellas. Más que colaborador de la publicación ciudadana « TíoJimeno », proyectaba la ilusión de una Jimena mejor para sus conciudadanos.
Conocíamos parte de sus anhelos, de sus preocupaciones y de sus ilusiones. Nos deja cuando su madurez humana y profesional podía seguir aportando iniciativas y trabajos de una valía indudable.
Amable en el doble sentido de serlo con los demás y de tener la dignidad para deber ser amado. Deja una imborrable experiencia de humanidad que nos acompañará el resto de nuestra vida.
Rafael Fenoy Rico
Despedida a José María Gómez Vallecillo
Jimena de la Frontera
Todavía no había transcurrido la primera hora de su muerte, cuando los moviles sonaban en progresión geométrica con la velocidad de la luz, desencajando rostros serenos en miradas perdidas.
La caprichosidad de la vida, de la muerte, había actuado con inclemencia dando la palabra al silencio hondo, a la congoja sin aliento… a lo verdaderamente irrecuperable.
El tallo estaba cortado de un tajo. Cruel e inesperada, la savia brotó, pegajosa y blanca, hacia la locura. El deseo de despertar de lo increíble elevó del suelo los pies de aquellos que lo querían.
Su tiempo desapareció para convertirse en aire desintegrado de la nada de la historia en la que ni el segundo ni el grano de tierra pueden ser medidos.
Se une a los hombres que forjaron caminos de esperanza ; a los que dieron alegría y amor a propósito y a los que creyeron que un mundo mejor es posible.