MUCHOS de nuestros conciudadanos podrían tomarnos por locos si les preguntáramos quién construyó el canal del Bajo Guadalquivir o cómo se hicieron ciertas obras hidráulicas en la posguerra, aunque es posible que asintieran si les dijéramos que no pocos de nuestros adolescentes tienen una idea nebulosa -o simplemente inexistente- sobre qué sea eso de la Guerra Civil. Si ustedes quieren hacer una prueba, ni siquiera en especial decepcionante, que resume cómo se ha sustituido la memoria histórica por las trivialidades anecdóticas, dejen caer en alguna conversación el nombre del Palmar de Troya y, con bastante probabilidad, sólo le hablaran del papa Clemente y de la hortera basílica que se edificó junto a las casillas de cal.
Sevillanos que residen junto a Bellavista saben que allí vivió Felipe González, pero no que esa barriada surgió, como el Palmar de Troya, de españoles que fueron esclavizados por españoles, apiarados en campos de concentración, y obligados a construir «el canal de los presos», formando un batallón de hombres, que sufrieron el expolio de lo poco que tenían -dignidad, fortaleza física-, bajo el eufemístico nombre de Servicio de Colonias Penitenciarias.
La iniciativa de organizar estas -fíjense qué palabra tan vacacional- colonias se debió a Franco, a decir de José A. Pérez del Pulgar, uno de los aduladores del general golpista : «En algunas legislaciones penales aparece la idea de regenerar al preso, pero nadie ha pensado en la virtud propiamente redentora del trabajo, idea enteramente nueva y genial, sacada por el Generalísimo de las entrañas mismas del dogma cristiano».
Y así andamos, conociendo incluso hechos lejanos -aunque nunca ajenos-, como lo que pasó en Auschwitz o con los esclavos negros después de la Guerra de Secesión norteamericana, mientras nuestro pasado inmediato es una tachadura, la mutilación de una parte de nuestra biografía común que se extirpó para neutralizar sus consecuencias.
Pero tal vez ahora podríamos estar pagando la negación de nuestros recuerdos con una amnesia suicida que convierte en hábito la desmemoria y termina por ignorar que los huecos dejados por el olvido los suele ocupar el poder. Ahí tienen, por ejemplo, la naturalidad -la costumbre- con la que el PP quiere imponer silencio sobre su responsabilidad en una guerra vergonzosa, como si fuéramos ya incapaces de comprender que el olvido tiene que ver más con la impunidad de quien lo exige que con la tolerancia de quien lo otorga.
Diario de Cádiz