“Se nos quiere hacer creer en una reforma educativa, cuando se trata de una liquidación”. Guilles Deleuze.
La intervención en el Congreso del nuevo ministro José Ignacio Wert ha clarificado la posición que, respecto a la educación, tiene el nuevo Gobierno.
Pese a la intención declarada de no ser tramitada como una Ley Orgánica, sino como una reforma de la norma existente no debemos llevarnos a engaño, no se trata de pequeños retoques o cuestiones de matiz, se trata de un auténtico giro radical respecto a las ideas y principios que hasta ahora orientaban nuestro sistema educativo.
Pese a la intención declarada de no ser tramitada como una Ley Orgánica, sino como una reforma de la norma existente no debemos llevarnos a engaño, no se trata de pequeños retoques o cuestiones de matiz, se trata de un auténtico giro radical respecto a las ideas y principios que hasta ahora orientaban nuestro sistema educativo.
Veamos algunos ejemplos: para el señor Wert el sistema educativo debe ser eficiente a la hora de preparar alumnos para competir en la sociedad de la información, y para ello propone un sistema basado en objetivos predefinidos que un evaluador externo calificará, de modo que los padres podamos tener más herramientas para ejercer nuestra libertad de elección de centro. Dice, además, que fortalecerá la autoridad de los directores en los centros y la de los profesores en las aulas. Defiende también que la preocupación por la equidad nos ha hecho olvidar la excelencia y que nuestro fracaso escolar no es más que una muestra del fracaso del sistema. Según el Ministro todos estos cambios no tendrán ningún efecto negativo sobre la cohesión social y favorecerán que nuestro sistema mejore la calidad moral de nuestra democracia y la excelencia educativa.
Las dudas y preocupaciones que el nuevo modelo nos plantea son profundas:
¿Es posible en una sociedad compleja como la nuestra el desarrollo de la libertad mientras erosionamos la igualdad de oportunidades y la equidad? Aunque nuestro sistema educativo actual tenga problemas ha sido muy eficiente en una de sus finalidades, favorecer la equidad. Cuando desde el gobierno se acusa al sistema educativo público de ineficiencia deberíamos decir que sí, que es ineficiente a la hora de alcanzar los objetivos que el nuevo Gobierno busca y entre los cuales no se encuentra desde luego la equidad. Según el ministro la finalidad del sistema educativo debe ser “preparar alumnos para competir en la sociedad de la información”. La verdadera discusión debería girar en torno a si como sociedad valoramos que esta debe ser la finalidad de un sistema educativo público. Desde nuestro punto de vista la estrechez de miras que manifiesta esta nueva definición de objetivos es aterradora.
Deberíamos considerar el fracaso escolar no como un fallo del sistema, sino como un gran problema de equidad que sobrepasa con mucho las atribuciones de un sistema educativo y lo acercan más a un problema social de enormes proporciones. ¿Van estas medidas a corregir este problema? Sinceramente, pienso que no. Todo lo propuesto por el señor Wert encaja perfectamente en el modelo educativo anglosajón y sólo debemos fijarnos en el Reino Unido para comprobar que un modelo educativo muy similar al propuesto por el Ministro mantiene unas brutales tasas de fracaso escolar. No es un problema de modelo educativo, es un problema de desigualdad social, y desgraciadamente a esto no le dedicamos ni un sólo euro, y lo que es peor, no le dedicamos ni una sola palabra.
Lo que está en juego es mucho más que una mera cuestión educativa, lo que está en juego y deberíamos tomárnoslo muy en serio, es la visión del mundo que como sociedad deseamos transmitir a nuestros hijos. Hasta ahora valorábamos como sociedad, al menos explícitamente, que era importante la participación democrática en la toma de decisiones; valorábamos que a los débiles se les ayudaba, aunque retrasaran nuestra marcha; valorábamos que un sistema educativo era eficiente si favorecía el desarrollo de una sociedad sin fracturas… pensábamos en síntesis que el mundo, y por lo tanto la escuela como preparación para el mundo, debía ser humano. Las propuestas del nuevo gobierno suponen la aceptación de un mundo inhumano y la pérdida de la ambición trasformadora de la educación; suponen una educación doblegada por la economía, que prescinde de buscar lo que debe ser y que acepta resignada lo que es.
Si el Ministro piensa que fomentará la “calidad moral de nuestra democracia” asentando nuestro sistema educativo sobre principios como la eficiencia, la competitividad y la autoridad es que, con todos mis respetos, no ha entendido nada. Michael Wildt en el epílogo de un aleccionador libro de Katrin Himmler en el que se reconstruye el ambiente moral que dominaba en la burguesía alemana en torno a 1910 dice:
“Una familia cuyos vínculos estaban constituidos por (…) la disciplina y la ausencia de compasión con aquellos que no parecían satisfacer tales exigencias (…) la obediencia, aplicación, deber, dureza (…) y no el ideal humanista de la personalidad interrogativa, argumentativa, dubitativa; esos eran los puntos de vista de la familia Himmler.”
Juan Seoane, Federación de Enseñanza de CGT Huesca
Fuente: Juan Seoane