“Tal vez no encontremos en el mundo una nación que haya tenido menos oportunidad de decidir su propio destino que la española”
(Antonio Ramos Oliveira, Historia de España)
El 15M surgió poco después de unas elecciones europeas y cuando la imagen de marca UE todavía no había mostrado su cara más cruel e inhumana. Pocos años después, mientras las encuestas ratifican que el 78% de los españoles apoya la protesta del movimiento de los indignados contra las bárbaras políticas de Bruselas, otra cita electoral nos emplaza a reflejar contra las urnas ese profundo malestar de la calle.
El 15M surgió poco después de unas elecciones europeas y cuando la imagen de marca UE todavía no había mostrado su cara más cruel e inhumana. Pocos años después, mientras las encuestas ratifican que el 78% de los españoles apoya la protesta del movimiento de los indignados contra las bárbaras políticas de Bruselas, otra cita electoral nos emplaza a reflejar contra las urnas ese profundo malestar de la calle. Sería una incongruencia absoluta y, lo que es peor, supondría una derrota ciudadana, que la participación en esa convocatoria sirviera para refrendar las antisociales políticas de austeridad que todo el mundo rechaza. En “no” al golpe de los mercados, botarles y lo que representa exige hacer el vacío total a esos comicios que se celebrarán dentro de un año. Botarle (con b de puntapié)
Las elecciones europeas de mayo de 2014, con su habitual parafernalia vocinglera y atrapalotodo, brindan una magnífica oportunidad para convertir el evento oficial en un rotundo plebiscito contra la Europa del Capital. Llevando hasta sus últimas consecuencias el ya tradicional “no nos representan”, con una gran movilización popular en favor de la abstención, quedaría meridianamente claro a nivel oficial lo que ya es evidente en la calle: la rotunda la oposición ciudadana a la Unión Europea del expolio antisocial. Con semejante inapelable veredicto se habría dado un paso de gigante en la visibilidad de la protesta para vaciar de contenido el genocida sistema vigente.
El descenso a los infiernos en que nos encontramos metidos tiene distintas fases y grados, como la Divina Comedia de Dante. Hay una primera fase, la más visible en cuanto a destrucción, que viene del exterior y se ceba sobre todo en el empleo, arrollando a millones de personas y a sus familias. Esta demolición controlada es consecuencia de la cesión de soberanía que, a partir de la entrada en la UE en 1986 sin referéndum, ha permitido a “un poder invasor” arbitrar medidas de obligado cumplimento en el interior del Estado. Se trata de una imposición de afuera adentro que utiliza los gobiernos de turno como mandados y exhibe la guillotina de la deuda ilegítimamente contraída como Espada de Damocles contra el pueblo soberano.
La segunda es de carácter más doméstico y se ejecuta desde el centro a la periferia por las mismas autoridades del país, sin necesidad de excusas exteriores. Consiste, por ejemplo, en la reforma de la Ley de Costas que entraña la entrega de buena parte del litoral público, de uso común, a los intereses privados mercenarios, reforzando aquellas mismas estructuras de negocio que están en el origen de la crisis, la industria del ladrillo y la gran banca consorte. La (auto)amnistía recién dictada por el Ejecutivo del Partido Popular en este terreno, y la recalificación de los ámbitos de protección en el medio ambiente natural, representan otra capitulación más ante el capitalismo depredador, y son violaciones de derechos ancestrales que recuerdan aquellos enclosures (cerramientos) que inauguraron la primitiva acumulación capitalista.
Finalmente, el tercer anillo de exclusión afecta a la reforma de la Ley de Régimen Local, aún en estudio, que deberá concluir con la ocupación física, política y administrativa de los recursos de muchos municipios de menos de 20.000 habitantes, para saquearlos y deslocalizarlos en las antidemocráticas diputaciones provinciales. Con ello se cegará toda esa topografía humana que ha sido durante siglos la reserva natural de lo común, con sus propios y característicos modelos de autogobierno, los concejos abiertos, en una suerte de despótica nueva desamortización negativa. El aperitivo de esta contrarreforma está en el cierre de numerosas estaciones de cercanías y medio recorrido de Renfe por una supuesta falta de rentabilidad, que es tanto como segar los nervios de ese territorio interior. Un atentado social histórico, con su correlato de corrupción a manos llenas para los agentes intermediarios, constructoras, oligarquías y multinacionales. Sirva el dato de que la construcción del tramo del Tren de Alta Velocidad (AVE) Madrid-Barcelona costó un tercio más de lo inicialmente presupuestado. La anomalía cotidiana. El plus de mordida habitual que incluyen siempre las concesiones del Estado (socializar las pérdidas y privatizar los beneficios).
Y es que hay una método en su locura. La triple ofensiva descrita tiene un mismo diseño operativo, causa y efecto, medio y fin. Se perpetra de arriba abajo, jerárquica y autoritariamente, con la intervención del Estado, el proteccionismo al uso que el credo neoliberal dice deplorar. Por eso no termina de comprenderse esa obstinación de la izquierda productivista en reforzar a nuestro Leviatán, impune en su saqueo bajo el sofisma de que es el titular de esos activos comunes al tratarse de “bienes públicos”. La misma tesis permite a los políticos que nos gobiernan afirmar que se trata de “manos muertas”, cuando en realidad son “bienes comunes” inalienables maquillados como falsos públicos, es decir “públicos-estatales”.
Un verdadero embrollo si nos ajustamos al paradigma de rigor.¿Estamos ante la embestida del Estado contra la Sociedad como parece deducirse de esa lógica? ¿Hay un Estado depositario de lo público frente a una Sociedad expresión de la res pública? Raro se nos antoja. Porque de ser así asistiríamos a un singular proceso de antropofagia: el Estado devorándose a sí mismo. Sin embargo, en el balance de los hechos, ese presunto autocanibalismo no disminuye ni debilita al Estado. Todo lo contrario. Es precisamente su acción esquilmadora, su “intervencionismo contra natura”, lo que le fortalece porque afirma su imperium. Por eso los gobiernos hacen y deshacen (regulan y des-regulan) desde el Estado según el statu quo que convenga a los intereses históricamente dominantes.
El nuevo “rapto de Europa” que protagoniza el Neoliberalismo Capitalista de Estado nos deja ante la cruda realidad de optar entre democracia o barbarie. Por eso, en el específico caso español y por lógica ósmosis política, el abrumador triunfo de la abstención en las próximas elecciones europeas del próximo año podría abrir las esclusas del sistema. Cabe que ese deseable y unánime pronunciamiento ciudadano fuera el preludio de una gran agitación social para la “toma del municipio” (la Comuna del 2015) desde donde luchar por un programa innegociable: derogación de los ajustes, recortes y derechos sociales arrebatados (incluido el nefasto artículo 135 de la CE); exigencia de eliminación de la deuda ilegítima y creación de un tribunal de responsabilidades políticas y sociales para juzgar a quienes traicionaron las demandas populares. Aprovechando las sinergias de cita electoral del 2015, pero sin entrar en su juego inclusivo, sino saboteando y desbordando sus propias previsiones con creatividad política, quizá sería factible explorar una democracia de proximidad (principio de subsidiario), radical, autogestionaria, deliberativa, participativa, solidaria, de abajo arriba, capaz de desencadenar la ruptura con el actual régimen que de paso a un auténtico periodo constituyente.
(Nota. El diario El País , tradicional órgano de expresión de la sedicente izquierda que dice ser la oposición, publicaba el martes 21 de mayo un encarte de 16 páginas, editado por el Secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia, incitando a marcar la casilla “Iglesia” y “otros fines” -por ambos conceptos se financia- en la próxima campaña de Declaración de la Renta).
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid