La economía real, la que crea riqueza tangible y empleo verdadero, está siendo noqueada por la economía virtual. El reciente crac de la bolsa es el último efecto de este combate desigual. Los ricos del mundo, que tienen la sartén por el mango y también el mango, padecen bulimia de negocio. Para seguir aumentando sus beneficios necesitan fabricar en todos nosotros un yunque de voracidad consumista irreal. Nadie en sus cabales debería necesitar para vivir dos casas, cinco baños, tres coches y veinte pares de zapatos. Pero la publicidad hace milagros y cretinos a los más sensatos.
De esta guisa todos al final somos clientes potenciales de los poderosos. En cómodos plazos, porque las tarjetas de crédito y la reunificación de deuda se han inventado para eso. Para que cada fulano crea que entra en el sistema por la puerta grande y con alfombra roja. A eso le llaman “boom”, que es la etapa que ha sucedido a la sociedad de consumo, antes también llamada impropiamente “de la abundancia”, sin tener en cuenta que para que unos se den la vida padre el resto de la humanidad tiene que morirse de puta madre. Pero tantas veces fue el cántaro a la fuente, tantos atrapados en la hipoteca de turno necesitan los bancos para seguir su escalada talibán que, llegado un momento, las hipotecas pierden su carácter elitista y se facilitan sin apenas garantías. Ergo, al final, en un circuito de compra-venta que se pierde en la nauseabundia del sistema financiero, ese dinero prestado a mansalva a la gente corriente para que compren sin desmayo casas y cosas a los bancos, que a su vez tienen acciones en constructoras e inmobiliarias, se queda sin referente. O sea, que fallan los cobros a los millones de hipotecados y el invento se va al carajo. Dinero dado, pasta esfumada, desahucios y patrimonio embargado. La crisis está servida. Y si además resulta que la gran banca, que se las prometía felices con su economía de casino, se queda sin liquidez, estalla el crac. Pero, como todas las cartas están previamente repartidas, comodines incluidos, y los jugadores son mafiosos de colmillo retorcido, la banca nunca pierde. El boom es el maná del mundo de los negocios, la crisis un retortijón y el crac el momento de endosar la factura a los curritos de siempre para que paguen los destrozos. Ah, pero entonces los medios de comunicación, líderes de opinión, políticos de postín, púlpitos y demás genios de la lámpara ya habrán conseguido inocular entre el respetable la consiguiente dosis de efecto placebo. A apretarse el cinturón, hacienda somos todos, solidarios como el que más, patriotas del mundo uníos, y, si es necesario, todo por el patrimonio, destapamos la política fusión. Como en la Alemania de Ángela Merkel. ¿Todos para uno y uno para todos ? No, todos para uno. El Estado son ellos. Y si además el clímax copulativo permite que la inflación devaste las ya las menguadas rentas de los trabajadores, justificar congelaciones salariales y destrucción de empleo sin reparto del tiempo de trabajo. La salida de la crisis se convierte en un Waterloo para los trabajadores y en una orgía para sus extorsionadores. Inefable mayo del 68, con su eslogan crecepelo : “si quieres ser feliz, ahorca a tu casero”.
Todo esto es lo que está implícito en la crisis que ha azotado a las bolsas de ese medio mundo que decide por quién doblan las campanas cuando la ruleta rusa en que han convertido la economía amenaza sus sienes. Al margen de la cantidad creciente de familias trabajadoras que tienen sus ahorros en modestos planes de pensiones porque les deducía en la declaración de la renta o el banco amigo les “regalaba” una plancha o ese bonito electrodoméstico que llaman televisión. Y por si fuera poco, encima, como el recate se realiza a base de inyectar ingentes cantidades de dinero público a bajo coste al sistema financiero privado, al final la caja única se va vaciando y cada vez quedan menos recursos para el Estado Social y de Bienestar. Y si aún así hay analistas de clase que cuando observan las turbulencias financieras creen que llega el 7º de Caballería, es que no ven dos en un burro. La historia constata, y olvidarlo suele ser desastroso, que detrás de una recesión hay una involución autoritaria… Mientras no cambien las relaciones de fuerza. Aviso a navegantes : al mes siguiente de que EE.UU. entrara en recesión no llegó la revolución mundial ; estalló el 11-S.