Artículo de opinión de Rafael Cid

“Lo negativo funciona mejor que lo positivo,

y así es como el mundo se convierte en una mierda”

(Jaron Lanier)

“Lo negativo funciona mejor que lo positivo,

y así es como el mundo se convierte en una mierda”

(Jaron Lanier)

Ignorar que el fascismo mussoliniano y el nazismo hitleriano representaban un proyecto de Estado social insertado en la pugna entre Trabajo y Capital,  y rememorarlo como si se tratara de la patología de un grupo criminal sin ascendente real entre la clase obrera, nos puede abocar a repetir la experiencia a través de los nuevos populismos ambidiestros, profundamente antidemocráticos y deshumanizadores, que bullen en media Europa con la divisa de luchar contra la dominación de las élites y la explotación neoliberal. 

El pasado 5 de septiembre, el portal digital Cuarto Poder publicaba un artículo coral de Héctor Illueca, Manolo Monereo y Julio Anguita bajo el título “Fascismo en Italia? Decreto Dignidad” donde se ponía en valor desde la izquierda alternativa las medidas sociales del gobierno de coalición formado por el Movimiento 5 Estrellas y la Liga. El texto venía a disputar en el terreno del debate político la cobertura ofrecida por distintos medios situando las políticas del Ejecutivo romano en el marco del fascismo. Los arriba firmantes, un profesor de Derecho del Trabajo; un diputado de Unidos Podemos (UP) y el dirigente comunista que encarnó la pinza con el aznarismo frente al felipismo acusaban a ”círculos políticos y empresariales”, a “las principales organizaciones patronales”, a “periodistas a sueldo de las finanzas” y “hasta los sindicatos” de  boicotear el “Decreto dignidad”. Con esta denominación se conoce el paquete de reformas aprobado por el ministro de Trabajo y vicepresidente  Luigi Di Maio como respuesta a las políticas sociales y económicas aplicadas en Europa desde el Tratado de Maastricht.

Para Illueca, Monereo y Anguita había pocas dudas: hay un ruido opositor que busca impedir que se revierta la legislación antisocial de los últimos treinta años “para desregularizar el mercado de trabajo y agravar la precariedad laboral”. En concreto en su texto se detallan  avances sobre “la duración máxima de los contratos temporales de 36 a 24 meses y, todavía más importante, se restablece el principio de causalidad en la contratación temporal a partir del primer año de vigencia del contrato”; que “se incrementa significativamente la indemnización por despido de los contratos temporales y se penaliza el uso abusivo de los mismos, aumentando la cotización adicional a la Seguridad Social en 0,5 puntos por cada prórroga del contrato”; las “restricciones a la deslocalización empresarial, sancionando a las empresas que abandonen el territorio italiano con la pérdida de las ayudas públicas vinculadas a inversiones productivas que hayan recibido, e imponiendo fuertes multas administrativas si la empresa se desplaza a países no pertenecientes a la Unión Europea”; y “la prohibición de la publicidad de las apuestas deportivas y juegos de azar, en la pretensión de erradicar una lacra social que golpea sin piedad a las familias italianas, especialmente a las más pobres y vulnerables”. En resumen, el pomposo Decreto Dignidad supone para los autores de esta tesis una enmienda a la totalidad al juicio de intenciones, “propio de inquisidores y pobres mentes que carecen de argumentos racionales”, con que sus adversarios pretenden tumbarlo. Si prescindimos de esa virulenta coda, los citados tienen sobrada razón en lo que dicen. Incluso se quedan cortos, porque a los logros expuestos habría que añadir la “renta de ciudadanía” (780 euros al mes) y la derogación de la ley que retrasaba la edad de jubilación.

Dicen verdad Illueca, Monereo y Anguita, pero la suya no es toda la verdad. Es decir, incurren en postverdad. Porque el bipartito romano tiene dos caras inseparables y miméticas. Di Maio por el “izquierdista” M5E y Matteo Salvini por la ultranacionalista Liga, y son las acciones de este segundo político las que soslayan los defensores del Decreto Dignidad en su alegato. A la manera del régimen chino, híbrido de un capitalismo salvaje y un comunismo cuartelero, el gabinete Di Maio-Salvini trabaja en el formato “un país, dos sistemas”. Esa parte coaxial es precisamente la que el historiador Steven Forti rescata en su réplica “¿Por qué queréis blanquear a Salvini?”, reflexionando sobre el fraude que supone hablar positivamente de las disposiciones del  “paloma” Di Maio ocultando las del otro vicepresidente y ministro de Interior el “halcón” Salvini. Lo hace señalando de entrada lo desafortunado del contexto en que se divulga la defensa a ultranza del Decreto Dignidad: “Publicar un artículo como el de Illueca, Monereo y Anguita pocos días después de los dramáticos acontecimientos de la Diciotti, cuando 177 migrantes fueron literalmente secuestrados durante una semana por el ministro del Interior, Salvini, y con el apoyo de los ministros del M5E, sin poder bajar del barco amarrado en el puerto de Catania, es sencillamente una vergüenza. Así de claro”. Añadiendo a continuación para mayor información: “Quizás hace falta recordar que en el Parlamento Europeo el M5E es miembro del Grupo Europa de la Libertad y la Democracia Directa, formado por el UKIP británico, Alternativa para Alemania o la extrema derecha de los Demócratas de Suecia”, y que “El actual ministro del Interior ganó protagonismo mediático y votos con lo que él mismo bautizó como “política de la excavadora”: una excavadora que llevaba constantemente en su camiseta con la cual quería arrasar los campos de gitanos en Italia”. Habría que añadir que Forti se olvida de la iniciativa de Salvini para legalizar el “derecho de autodefensa”, algo que se asemejaría en la distancia a las escuadras  paramilitares de las camisas negras mussolinianas y las fuerzas de asalto nazis.

Forti es un estudioso de esa mentalidad totalitaria que en el periodo de entreguerras asimiló a fascismo y estalinismo, como relata en su libro sobre Oscar Pérez Solís, un activista que viró desde la fundación del Partido Comunista de España (PCE) a dirigir la defensa del “sitio de Oviedo” junto a los militares golpistas. Una pasarela ideológica reiniciada un siglo después en manifestaciones xenófobas como la que se produjo recientemente en Chemnitz, antigua RDA,  con miles de personas bramando contra los migrantes con el eslogan “Nosotros somos el pueblo” pegado al colosal busto de Carlos Marx. Este cruce de señas de identidad resume el carácter omnívoro y bipolar del populismo ultranacionalista que emerge en Europa en parangón con lo que fue el totalitarismo de Estado que concluyó en el holocausto y el gulag. Aunque ideológicamente enfrentadas, nazismo y estalinismo compartían un mismo diseño de toma del poder a través de la movilización de clase y la liquidación del modelo de representación liberal (hoy neoliberal). En ese sentido fueron, como sus actuales epígonos, beligerantes contra el modelo de partidos (rol antisistema) y la dominación de las élites (rol anticapitalista), dos elementos constitutivos del cosmos social que ahora glosan sus valedores hispanos.

En su refutación, Forti advierte también sobre el peligro inherente a ese reduccionismo maniqueista de estimar que solo con un puñado de mejoras en el terreno laboral se puede homologar como progresista a un gobierno. “Mussolini también hizo algo “bueno” en la Italia de los años veinte y treinta, por así decirlo: desecó marismas para erradicar la malaria, promovió la vivienda social, edificó ciudades en páramos y con él “los trenes llegaban en hora”, como les gusta repetir a los nostálgicos del régimen. Sin embargo, hizo mucho más: instauró una dictadura autoritaria y con tintes totalitarios, utilizó la violencia contra los adversarios políticos, prohibió los partidos políticos y los sindicatos, fomentó un nacionalismo exacerbado, aprobó las leyes raciales, aplastó el movimiento obrero, favoreció a los grandes capitalistas y un largo etcétera”. De hecho, se ha especulado contrafácticamente sobre si, de no haberse producido la barbarie del Holocausto, el fascismo podría haber pasado a la historia solo como un régimen social paternalista de sesgo antisemita. La agenda social de Mussolini, por ejemplo, admitía el derecho al voto para las mujeres.

Algunas de las claves para comprender el respaldo que muchos trabajadores dieron a esos experimentos liberticidas las aporta Götz Alvy en su obra “La utopía nazi. Cómo Hitler compró a los alemanes”.  Recuerda este investigador que el régimen nazi instauró  “las vacaciones pagadas; combatió el paro, pasando de 6 millones de desempleados en 1933 a 1,6 en 1937; el único impuesto que se aumentó entre 1933 y el comienzo de la guerra fue el de sociedades creado en 1920 por la República de Weimar; introdujo el seguro obligatorio de enfermedad; en 1941 se elevaron las pensiones; viudas y huérfanos quedaron libres de contribución; y se congelaron los alquileres”. También que el propio Hitler hablaba de la “construcción del Estado social del pueblo” en el que se “derribarían todas las barreras sociales” (Discurso a los obreros  de la Rheinnmetall-Borsig-Werke en Berlín 10.12.1942). Una nivelación social exclusiva para alemanes que el Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (NSDAP) basaba “en la doctrina de la desigualdad entre las razas”.  Otro estudioso tiene argumentado que el nazismo no fue conjura de locos sino un proyecto político apoyado por buena parte de una ciudadanía que prefería la injustica al desorden (Daniel Jonah Goldhagen. “Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto”).

El neofascismo que despunta hoy no viste ni calza igual que el histórico. Pero contiene sus mismos incentivos de populismo, verticalismo e irracionalidad. Incluso se ha activado un cobayismo insurgente de abajo-arriba (surge en la urnas y se autogestiona al margen de las instituciones) tras el saqueo sufrido por las clases trabajadoras durante la crisis financiera del 2008 (entonces fue el crac del 29). Pero lo que hace definitivamente viable su resurgimiento es el hecho de gravitar sobre una ciudadanía dopada en una idea materialista de la existencia y la sacralización del Estado y del trabajo (vasos comunicantes del vaivén marxista-capitalista). Los discursos xenófobos de nueva planta encuentran así el terreno abonado al irracionalismo emocional en una población troquelada en el darwinismo y el maltusianismo social. Unas prácticas cainitas que parecen inspiradas en aquella brutal admonición medieval “por la caridad entra la peste” con que se repudiaba al menesteroso, porque el modo de vida que hemos elegido conspira contra los valores éticos y humanistas que hay en la persona moral. Eso es lo que reflejan patrones de comportamiento como el falso dilema entre la exigencia de carga de trabajo para fabricar armas de destrucción masiva o comer, y la reivindicación acrítica del igualitarismo xenófobo de la fakepolitik italiana.

Parafraseando lo que dijo Einstein sobre la vida, la democracia es como montar en bicicleta: para conservar el equilibrio hay que mantenerse en movimiento.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid