Artículo de opinión de Rafael Fenoy Rico

El Sr. Ministro de Educación, del gobierno de España, Sr. Méndez Vigo pretende abrir el melón de los deberes escolares, en pleno y agrio debate sobre el desarrollo de la LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Calidad en Educación). Ya en 1973 se suprimieron los deberes en el Bachillerato y en 1984 el otro ministro, Sr Maravall, los prohibió en la entonces EGB (Educación General Básica). En ambas ocasiones esto suscitó un debate en el que expertos universitarios y docentes argumentaban la necesidad de orientar esta práctica pero no prohibirla.

El Sr. Ministro de Educación, del gobierno de España, Sr. Méndez Vigo pretende abrir el melón de los deberes escolares, en pleno y agrio debate sobre el desarrollo de la LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Calidad en Educación). Ya en 1973 se suprimieron los deberes en el Bachillerato y en 1984 el otro ministro, Sr Maravall, los prohibió en la entonces EGB (Educación General Básica). En ambas ocasiones esto suscitó un debate en el que expertos universitarios y docentes argumentaban la necesidad de orientar esta práctica pero no prohibirla.

Hace más de 20 años el tema de los deberes en casa fue objeto de un informe de la Inspección de Educación de Francia, que, a diferencia de las Inspecciones de Educación españolas, publica sus informes anuales. Una buena práctica que debería instalarse en este país tan falto de transparencia, ya que quienes ejercen la función pública lo hacen para y por la ciudadanía, no para quienes se dedican a la política, y sus trabajos deben siempre ser públicos.

No hace mucho, en marzo de este año, una iniciativa de la Sra. Eva Bailen, de Tres Cantos Madrid, para la orientación de los deberes. Colgada en internet en Change.org, ya había recogido más de 75.000 firmas y en estos días se acercan a las 150.000 firmas. Buscando en internet es una de las primeras opciones que se presentan. El argumentario básicamente se instala en el cansancio del alumnado y la falta de tiempo para convivir en familia, cuando los deberes son excesivos.

Mi Experiencia como Inspector de Educación y dedicación a la docencia casi 40 años, avalan la necesidad de eliminar el concepto de deberes y regular las posibles actividades, con carácter orientativo que se sugieran al alumnado y sus familias, para desarrollar más allá del tiempo escolar. Fundamentalmente por dos razones: En primer lugar porque la infancia y la juventud deben gozar de tiempos ajenos a la actividad escolar. Es imprescindible una necesaria desconexión de los efectos de la escolarización, para conjurar la aparición del fenómeno “hartura” de escuela. Uno de los efectos de la escolarización, menos estudiados y que mayor impacto tienen en el rendimiento escolar. Por otro lado, y con mayor fundamento, el prolongar los procesos de aprendizaje más allá de las aulas, instalándolos en los hogares o en las clases particulares, fomenta la desigualdad de oportunidades hasta límites extraordinarios. De esta forma se esfuma la intención del sistema educativo de aportar a todos y cada uno de las alumnas y los alumnos los instrumentos intelectuales suficientes y necesarios para que puedan, en pie de igualdad, integrarse como adultos en la sociedad que los espera.

Siempre en las familias se aportará a la Educación de hijas e hijos lo mejor que se tenga, pero si los deberes exigen conocimientos superiores a los que puedan aportar madres y padres; cuando se requiere la intervención de más docentes; y, además, estos deberes, realizados con ayuda experta fuera de los centros, influyen notablemente en las evaluaciones del alumnado, en gran medida se hace “trampas”. Aquel alumnado que pueda recibir esta ayuda adicional en la realización de sus deberes para casa, porque las familias pueden pagar, se sitúan en una posición de ventajosa desigualdad con respecto a aquel alumnado que no puede utilizar esos medios.

Muy de joven quedé profundamente conmovido por un hecho del que fui testigo excepcional y que a lo largo de mi vida he rememorado con frecuencia. Una tarde-noche, lluviosa con avaricia y oscura, en el Algeciras de 1965, me encontraba refugiado del aguacero, calado a pesar de mi impermeable y mi paraguas, en la entrada, iluminada por las luces del escaparate, de la zapatería “la Bomba”; cuando aparecen ante mí ambas bajo un paraguas y choreando una mujer del brazo de una jovencita que apretaba una libreta sobre el pecho. Me dice la mujer que si puedo ayudarle a su hija porque no sabe hacer unos problemas de matemáticas. Precisamente yo volvía a mi casa de unas clases particulares a las que asistía para poder enterarme de lo que no había comprendido en la escuela ese día. Profundo respeto por la enorme importancia que esa madre le daba a la educación de su hija. La tarde noche era para estar en casa alrededor de la mesa camilla y no andar por las calles desiertas a esas horas y con la que estaba cayendo. Entendí en ese instante la gran diferencia entre las circunstancias de esa niña y las mías.

Actividades extraescolares, voluntarias, orientadas hacia la vida, para compartirlas en familia y sin reflejo alguno en las calificaciones escolares todas.

Rafael Fenoy Rico