ENTREVISTA A ERMENGOL GASSIOT, SECRETARIO GENERAL DE CGT-CATALUNYA. Arqueólogo y profesor (interino) de la Universitat Autònoma de Barcelona donde desde el año 2006 es delegado en el Comité de empresa. Ha militado en numerosos movimientos sociales: insumisión, okupación, lucha antirrepresiva, 15M… Desde abril de 2014 es secretario general de la CGT de Catalunya.
¿Podrías situarnos el “Som 27 i mes” y contextualizar vuestra imputación al momento represivo del Estado, en esa lógica perversa creada a raíz del auge de los movimientos sociales que interpelan al sistema?
¿Podrías situarnos el “Som 27 i mes” y contextualizar vuestra imputación al momento represivo del Estado, en esa lógica perversa creada a raíz del auge de los movimientos sociales que interpelan al sistema?
El caso “Som 27 i més” (“Somos 27 y más”) deriva de las denuncias que interpusieron ante la Policía miembros del rectorado de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), y posteriormente el propio rectorado, por una serie de movilizaciones estudiantiles y sindicales durante el curso 2012-2013.
Estas movilizaciones consistieron en manifestaciones, huelgas, acciones institucionales (como presentar mociones en el Claustro que, en general, se ganaron) y, finalmente, un encierro en el edificio del rectorado. En gran medida, siguieron un patrón de lucha parecido al de movilizaciones de años anteriores. Lo que no fue igual fue la respuesta. En sus denuncias, el rector de aquella época y miembros de su equipo, una de ellas afiliada a Iniciativa per Catalunya y a CCOO, construyeron un relato donde contaban que las organizaciones estudiantiles CAF, SEPC y CGT, con algunas personas de la CUP, formábamos un “entramado”. Este “entramado” habría tenido como finalidad “derribar la institución” y para ello habríamos llevado a cabo diferentes acciones, iniciando con una candidatura a rector, el año 2012, que perdió a pesar de obtener el 79% de los votos. No nos votó la parte superior del profesorado, cuyo voto ponderado vale el 51% del total. Y dentro de ese entramado estábamos las personas con un rol dirigente, según dijeron, las que tenían un rol ejecutivo de acciones y las de enlace entre ambos grupos.
Todo ello bastante surrealista, en plan parodia barata de algunos macrojuicios como el 18/98 de hace años pero que le dio al fiscal la excusa para pedirnos penas de cárcel a cada una de nosotros de 11 años y 5 meses hasta casi 14 años, además de 5 años de alejamiento de la UAB. Todo por defender una Universidad pública y social.
Si la mirada solamente la fijáramos en el Estado español, podríamos concordar que lo que está sucediendo -desigualdad, desposesión de los bienes comunes, lesión grave de los Derechos Fundamentales en el mundo laboral, en el social y en el accionar civilmente por parte de las personas-, pero ¿no crees que estos “momentos” no son sino la expresión en la superficie de los profundos cambios que se vienen produciendo en las sociedades globales desde hace ya bastantes años? Y a la vez, ¿crees que los movimientos sociales, el sindicato, la “izquierda radical” han acertado en la compresión del “fenómeno” o por el contrario nos hemos quedado en la epidermis de las consecuencias y eso pudiera obstaculizar la resolución del problema?
Sí, creo que desde hace años vivimos un período de cambio. Los dueños del capital se sienten fuertes, quizás porque la socialdemocracia ha generado un terreno propicio de desmovilización con su cultura de la delegación, y ahora se ven capaces de romper el pacto que conformó el estado de bienestar. Buscan, con ello, incrementar la tasa de beneficio a costa de disminuir las rentas del trabajo. Esto lo estamos viendo en los datos macroeconómicos a nivel mundial, donde por primera vez en la historia, en los últimos años la parte de la producción social que se quedan los capitalistas supera a lo que ganamos los y las trabajadoras con nuestros salarios y a las prestaciones sociales. Este inmenso expolio social se basa, fundamentalmente, en dos ejes. Uno es erosionar nuestra capacidad de resistencia como trabajadores/as, ya sea en trabajos reconocidos como en los que no. El otro es la destrucción de los espacios de nuestra política, es decir, la que como clase hacemos al margen de las instituciones y, en gran medida, a partir de la acción directa y los espacios horizontales. La represión o la precarización de las relaciones laborales son algunas de las herramientas para conseguirlo. Los recortes, las reformas laborales y los endurecimientos de los códigos penales son una expresión de este proceso.
Con relación a la segunda pregunta, yo creo que en los últimos años nuestro diagnóstico de la realidad ha calado en sectores importantes de la clase trabajadora. De hecho, antes del espejismo del asalto a los cielos de la nueva política, ahí por los años 2012 a 2014, era muy frecuente escuchar conversaciones donde se criticaban los bancos, la sumisión de la clase política al poder financiero y, en general, el funcionamiento del sistema económico e institucional. Quizás lo que no conseguimos que fuera tan asumido fueron nuestras propuestas para cambiar la realidad. Supongo que, en parte, porque mucha de esta gente no las consideraba realizables. Y, ahí, hemos tenido un problema, ya sea de comunicación como, incluso, en el planteamiento de alternativas. Por otra parte, nos movemos en una contradicción permanente: o nos centramos en los efectos (paro, una determinada devaluación de condiciones laborales, desahucios, destrucción de un barrio, despidos, recortes, etc.) o lo hacemos en las causas más generales. Hacer lo primero nos permite obtener algunas victorias concretas que alimenten nuestra capacidad de gente, en la línea de ser un espacio u organizaciones útiles. Lo segundo, en cambio, nos facilita una percepción más completa de la realidad para poder construir las alternativas de calado y no quedarnos únicamente en una práctica política reformista. Éste es un aspecto positivo aunque, a su vez, al generar discursos muy ideológicos, puede alejar a mucha gente de nosotros. Gestionar esa dualidad es un reto que tenemos por delante, no sólo el sindicalismo de combate y revolucionario como el nuestro, sino en general los movimientos sociales alternativos.
Parece que se ha creado una arquitectura de la impunidad a niveles interplanetarios (NNUU, FMI, OMC, Comisión Europea, OTAN, etc.) que a través de normativas, protegen los derechos del capital, pero dicha arquitectura nos está llevando a un sometimiento de los Derechos Humanos a la lógica del capital de tal manera que las grandes corporaciones no solo campan a sus anchas política y jurídicamente, sino que ponen en grave riesgo los principios sociales, ecológicos, humanos de la vida. ¿Qué opinas y qué estrategias son posibles para interrumpir esta barbarie?
Luchar contra esa arquitectura es necesario. El problema es cómo hacerlo. Una opción es fijarnos en los aspectos globales de esta arquitectura. Por ejemplo, la lucha contra el TTIP o el CETA a nivel europeo. Al hacerlo, podemos articular un discurso en contra de esos tratados y los intereses a los que sirven e, incluso, hacer confluir en unos mismos días movilizaciones en muchos estados diferentes. Sin embargo, soy un tanto escéptico con estas formas de lucha. Por tres razones: 1) la confluencia en jornadas de lucha globales es bastante ficticia, puesto que en cada lugar nos seguimos moviendo, incluso en esos días, sobre la base de nuestras realidades locales; 2) nos cuesta mucho ilustrar y que mucha gente asuma la importancia de estos tratados, normas e instituciones en nuestra vida cotidiana, aunque su incidencia sea enorme; y 3) el ataque es de tal magnitud que cuando acaba la lucha contra un ámbito de éstos, empieza otra y nos encontramos, en cierta medida, en una dinámica de acción- reacción de la que no controlamos ni los tiempos ni los objetivos.
¿La alternativa a eso? Supongo que pasa por crear inestabilidad al capital abriéndole conflictos locales. Lo ideal sería que estos conflictos fueran muchos, y se fueran multiplicando. Por ejemplo, promover luchas en el sector del ocio, hostelería y restauración en una zona turística, y donde, en general, las condiciones laborales son muy duras. Y, a la par, que surgiera una huelga de alquileres, o la ocupación de un terreno para exigir un uso vecinal, o lucha en el sector de la recogida de basuras, o en la Universidad, o… La gestión de estos conflictos debería gestarse en la base, en ellos mismos, con sus propios tiempos y estrategias con la finalidad de ganarlos. Sin embargo, organizaciones como la nuestra podrían promover la confluencia temporal de algunos de ellos, o su secuenciación en breves espacios de tiempo. Por ejemplo, el lunes huelga y conflicto en A, el martes lo mismo pero en B, el miércoles en C, y así sucesivamente. Si eso fuera factible, a partir de luchas locales y concretas, con opción de ganarlas, podríamos generar un conflicto global, de cierta duración (claramente mayor a la de un único día de huelga general), con un esfuerzo acotado para quienes lo llevamos a cabo y con la perspectiva de obtener victorias concretas. El tema es pensar si esto es factible ahora mismo… Pero creo que es imprescindible pensar en luchas que se puedan ganar, aunque ello haga necesario renunciar a batallas que nos gustaría dar. Buscando un símil, ahora mismo no creo que estemos en condiciones de plantarle cara al capital a campo abierto y sí, en cambio, de hacerlo a modo de guerra de guerrillas.
Es una obviedad que el trabajo, las personas trabajadoras, conservan una gran importancia en cuanto al descontento y es fuente de conflicto, como impugnación especialmente de modelos de relaciones laborales ligados a sus concretas condiciones de trabajo, pero las luchas, cada vez en mayor medida, se mueven de manera dominante en lo que denominamos la “vida diaria”, mostrando el descontento con todas aquellas políticas que afectan a la cotidianidad: transportes, hospitales, viviendas, educación, dependencia… y, en cierta forma, enuncian una posibilidad de convergencia en torno a eso que venimos denominando “lo común”. ¿Dónde crees que se encuentra el principal centro del descontento en este proyecto político denominado neoliberalismo?
Supongo que el descontento es diverso, en función de a quién le preguntes. Una persona joven te hablará de unas condiciones laborales aberrantes, en el caso en que tenga trabajo. Donde la precariedad, la incertidumbre y salarios de miseria son el pan de cada día. En cambio, una de mayor edad te puede plantear la destrucción de los servicios públicos como un problema muy relevante para ella, y un estudiante quizás también. Si la pregunta se la hiciéramos a una migrante, nos hablaría de ese apartheid silenciado que vertebra las sociedades europeas donde un porcentaje no negligible de la gente que vive en un lugar no posee derechos de ciudadanía.
Como planteas en la pregunta, se trata de los efectos de un programa específico del capitalismo. Pero es normal, habitualmente nos enfadamos por lo que vivimos, y vivimos nuestra vida cotidiana, que depende de si tenemos o no trabajo y en qué condiciones, del lugar donde vivimos y cómo se destruye el territorio, etc. Personalmente, pienso que esa vida cotidiana puede ser un buen detonante para la movilización, aunque, y eso es muy importante, no debamos perder de vista que la nuestra es una lucha global contra el capitalismo y el Estado, su herramienta al fin y al cabo.
Por último, añade lo que creas que debe ser reseñable.
Solo algunas ideas a modo de titular. La primera, que debemos buscar recuperar el optimismo en la lucha, un optimismo que implica ser capaces de convencernos de que luchamos para obtener victorias y que éstas son factibles. La segunda, que nuestras luchas han de depender de nosotras mismas. Es decir, no deben responder a los cauces legales ni institucionales que nos ofrece el sistema. Eso no excluye usarlos, pero el centro de nuestra actividad deben ser nuestros propios espacios y la acción directa. Y, ya para acabar, la tercera es situar en el centro de cualquier lucha el conflicto, contra el poder, contra el capital, por concreta y acotada que nos parezca esa lucha. Detrás del combate contra la urbanización de un solar que queremos que sea un espacio colectivo, hay la confrontación con el interés de las empresas constructoras. En nuestra reclamación de que se dignifiquen los aseos para trabajadores, hay una lucha por nuestra dignidad, dignidad que al capitalista le interesa que tengamos por los suelos.
Finalmente, mencionar el orgullo que uno siente al ver cómo nuestra organización lleva a cabo la solidaridad. Lo hemos visto este mes de octubre, por ejemplo.
Redacción Rojo y Negro
Fuente: Redacción Rojo y Negro