Artículo publicado en Rojo y Negro nº 399, abril 2025
Los planes de inversión en armamento y capacidades tecnológicas anunciados en el último mes por los dirigentes de la Unión Europea suman más de 1,3 billones de euros, es decir, cerca del 7,2 % del PIB comunitario. Tres veces más dinero del que se invirtió en los Planes Next Generation de reconstrucción tras la pandemia.
El nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, declara que está dispuesto a quebrar el tradicional límite germano a la deuda pública para alimentar la carrera armamentística europea, algo que no se hizo durante la crisis del 2008 para paliar el sufrimiento de los sectores más vulnerables de los países del Sur de Europa. Al mismo tiempo, Merz implementa un fondo de inversión público de 500.000 millones de euros para el próximo decenio para el rearme del continente y la construcción de infraestructuras.
La presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Layen, anuncia también un plan de rearme de 800.000 millones de euros a acometer en cuatro años por los Estados miembros de la Unión. El gobierno español, por su parte, acuerda elevar el gasto militar un 53 %, para llegar al 2 % del PIB de manera inmediata.
La razón declarada para esta desmedida orgía militarista parece ser la amenaza rusa sobre Europa que se apunta en el horizonte tras el abandono de Ucrania por Estados Unidos. Sin embargo, en el mundo de la geopolítica abundan los espejos trucados y las maniobras complejas en las que actores diversos mueven sus peones en un juego de sombras y dobles intenciones.
Trump obtiene varios éxitos interdependientes en este nuevo escenario. Se desentiende de la defensa europea, lo que le permite centrarse en la guerra económica con China, al tiempo que intenta generar contradicciones en las relaciones sino-rusas muy reforzadas desde el inicio de la guerra en Ucrania.
Pero, además, Trump consigue un éxito geopolítico mucho más esencial, que se puede traducir, también, en dólares contantes y sonantes. A partir de ahora, la Federación Rusa y la Unión Europea se van a controlar y debilitar mutuamente en una carrera armamentística que tensionará a sus sociedades, multiplicará sus contradicciones políticas, debilitará sus economías y concentrará toda su atención. Y la Unión Europea sostendrá esta carrera derivando su riqueza hacia las empresas armamentísticas norteamericanas. No en vano, el 78 % de las compras de armamento de los países miembros de la UE en los años 2022 y 2023 se destinó a importaciones de empresas de Estados Unidos, como Lockheed Martin. Para financiar estas compras de armamento norteamericano, la Unión Europea puede elegir entre tres posibilidades. Incluso puede combinar estas tres estrategias de una manera variable.
Una de las posibilidades es aumentar los impuestos. Algo poco creíble, dado que los planes de guerra coinciden en el tiempo con desesperados intentos de convertir a Europa en la gran potencia económica y tecnológica que nunca ha sido. Mario Draghi y Enrico Letta, dos grandes intelectuales orgánicos de la UE, presentaron el año pasado sendos documentos programáticos destinados a que la Unión recuperara “competitividad” en los mercados globales. Ambos documentos insistían en la necesidad de crear gigantes tecnológicos y “campeones comunitarios” empresariales. Proponían fomentar la inversión creando un mercado unido de capitales y acelerar la innovación financiando a las start ups tecnológicas para generar un “ecosistema” de iniciativas emprendedoras de vanguardia. Todo eso necesita alimentarse con dinero público y precisa de un entorno fiscal amigable con las empresas innovadoras. La misma Comisión Europea que acaba de aprobar destinar 200.000 millones de euros a impulsar las empresas de Inteligencia Artificial del continente no va a aumentar la carga fiscal de los que invierten en ellas.
Otra opción, la preferida por nuestra socialdemocracia patria, es la emisión de deuda pública mutualizada a nivel europeo. Es decir, bonos de deuda europea que, al ir respaldados por todos los países de la Unión, nos saldrán más baratos, a la hora de devolver el dinero a los países periféricos. Sin embargo, como siempre, esto implica que los alemanes y nórdicos estén dispuestos a que a ellos les salga más caro que si lo hicieran independientemente. Probablemente se hará algo de esto. Pero seguiremos teniendo que pagar la deuda y, después de los planes de ajuste de la crisis del 2008 (explícitos como el griego o disimulados como el español) ya sabemos que significa eso: recortes, austeridad y sufrimiento para la clase trabajadora ahora o en el futuro.
Y la tercera opción es precisamente esa: recortar los gastos sociales y desmantelar definitivamente el Estado del Bienestar rebajando abruptamente el salario indirecto que recibe la clase trabajadora para destinar la cuantía recortada a comprar máquinas de matar “made in USA”. No dudemos de que esta opción les va a gustar mucho más a los burócratas de Bruselas y a los lobbies empresariales que susurran a sus oídos.
Estamos iniciando una escalada militarista que llevará al empobrecimiento de la clase trabajadora, al abandono de los sectores más vulnerables, al desmantelamiento de los servicios públicos y, también, al recorte acelerado de los derechos civiles, incluida la libertad de expresión, la igualdad de género y el pluralismo político. La militarización de la sociedad impulsará la militarización de la producción. En una economía de guerra los derechos laborales y la libertad sindical quedan suspendidos.
Y si nuestros dirigentes pierden los nervios y la guerra comienza serán los hijos e hijas de la clase trabajadora quienes regarán con su sangre y su dolor los campos de batalla. Las trincheras se llenarán de miembros seccionados y de cadáveres de jóvenes europeos y rusos para alimentar las billeteras de los accionistas de las empresas de armamento.
Frente a la guerra que nos anuncian tenemos que activar la guerra social. La guerra a la guerra. La guerra de la juventud y de la clase trabajadora contra quienes les oprimen y explotan. Nuestro campo de batalla está en los tajos, en las huelgas, en las confrontaciones con quienes nos quieren llevar al matadero. A los “billioners” que quieren meternos en este criminal callejón sin salida debemos responderles lo que gritaba la militancia del movimiento obrero del siglo pasado: ¡Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases!
José Luis Carretero Miramar
Fuente: Rojo y Negro