Artículo de opinión de Rafael Cid

La guerra fría fue una tajante división ideológica de las sociedades que basculaban en el troquel Este-Oeste. Capitalismo y comunismo, o economía de libre mercado regulado y capitalismo de Estado planificado, si se quiere, como forma de entender la vida dictada desde arriba. Pero aquellas lanzas estuvieran a punto de convertirse en cañas mucho antes de la caída del muro de Berlín (1989) y del colapso de la URSS (1991).

La guerra fría fue una tajante división ideológica de las sociedades que basculaban en el troquel Este-Oeste. Capitalismo y comunismo, o economía de libre mercado regulado y capitalismo de Estado planificado, si se quiere, como forma de entender la vida dictada desde arriba. Pero aquellas lanzas estuvieran a punto de convertirse en cañas mucho antes de la caída del muro de Berlín (1989) y del colapso de la URSS (1991). El deshielo entre ambos magmas del poder armado (OTAN versus Pacto de Varsovia) tuvo su conato interruptus en Italia, donde  el poderoso PCI (Partido Comunista Italiano) y la igualmente influyente DC (Democracia Cristiana) decidieron envainar hostilidades. En la década de los setenta, Enrico Berlinguer por los eurocomunistas y Aldo Moro por los democristianos acercaron posturas sobre la base de la aceptación de las reglas democráticas. Había estallado el “compromiso histórico”.

Pero en el fragor de aquella política de bloques no quedaba espacio para tamaño ejercicio de soberanía por un país satelizado. Si antes, el Kremlin frustró por la fuerza de los tanques “aperturas políticas” en Hungría y Checoslovaquia, ahora instancias referenciadas en las cloacas de la Casa Blanca hicieron otro tanto para dinamitar el pacto de concordia suscrito en Roma para retirar el sordón sanitario al PCI. El líder de la derecha confesional que había osado tender la mano a “los rojos” fue eliminado y con él todo vestigio del “compromiso histórico”. El asesinato de Moro tras un largo cautiverio a manos de las Brigadas Rojas constituye una de las páginas más negras de la política del “mundo libre”.

Curiosamente sería otro país del sur de Europa como España, también incurso en una dialéctica ideológica parecida a la criminalmente abortada en Italia, donde el “compromiso histórico” escribiría una página de éxito. La diferencia estaba en la inversión de la carga de la prueba. Aquí, y al contrario de lo ocurrido en el “caso Moro”,  el compromiso se impondría sobre la cesión de las izquierdas. La fórmula sería nominada como “la transición” desde una de las partes contratantes y como “el atado y bien atado” desde su opuesta. El resultado, en cualquier caso, fue que se emitió billete de viaje para la etapa democrática en ciernes a comunistas y socialistas. Y se hizo sobre la base del consenso con los herederos de la dictadura, mediante una amnistía a dos bandas que en la práctica garantizaba la impunidad de la nomenklatura franquista a todos los niveles.

Sin embargo, esa febril claudicación llevaba el plomo de una nueva intolerancia en sus alas. Ya no se trataba de una pugna fratricida entre derecha e izquierda, felizmente amortizada, sino de establecer las líneas rojas en la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Sancta sanctorum recogido en el artículo 2º de la Constitución de 1978, amén de encomendar la “integridad territorial” a las Fuerzas Armadas, según reza el punto 8º de la Norma Suprema. Y aquí paz y después gloria.

De ahí que la entrada de Unidas-Podemos, ayer antisistema y hoy pro-régimen, en el gabinete socialista de Pedro Sánchez, rubricado como “gobierno de cooperación” o de subordinación, no constituya ya un problema ontológico. Ahora, el non plus ultra cae del lado del derecho a decidir, un imposible categórico por mor de los pactos de la transición que signaron tirios y troyanos incursos en esa “correlación de debilidades” que decía el novelista-gastrónomo y heterodoxo comunista Manuel Vázquez Montalbán. Iglesias, Echenique o Montero, llegado el caso, podrán lucir su cartera de ministro o ministra sin que se desencadenen las siete plagas de Egipto. Sería la Segunda Transición. Lo único que nunca podrán hacer es conculcar ese veto a divinis. Okupar el poder implica abrazar el ideario que te ha acogido bajo palio.

(Ítem más: La guardia civil ha certificado que Indra financió con 566.000 euros a Esperanza Aguirre entre 2007 y 2011, periodo en que la empresa armamentista estaba presidida por Javier Monzón, en la actualidad presidente del Grupo Prisa, editor de El País.)

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid