La violencia en la región sudanesa impide que dos millones de desplazados vuelvan a sus tierras
Setenta y dos ONG -1.000 trabajadores extranjeros y 11.500 sudaneses- trabajan en la región de Darfur, lejos del foco de los medios de comunicación. El conflicto que ha causado la muerte de 200.000 personas y la expulsión de sus tierras de dos millones no ha terminado. Prosiguen los ataques de las milicias progubernamentales, los temidos yanyauid, y las violaciones de los derechos humanos. La población culpa al Gobierno de Jartum y se queja de la inoperancia de los soldados enviados por la Unión Africana. La gente, harta de guerra y sufrimiento, se siente presa del mashkul, palabra intraducible que engloba varios males : falta de energía, problemas con el sueño, falta de memoria e incapacidad para tomar decisiones.
La violencia en la región sudanesa impide que dos millones de desplazados vuelvan a sus tierras


Setenta y dos ONG -1.000 trabajadores extranjeros y 11.500 sudaneses- trabajan en la región de Darfur, lejos del foco de los medios de comunicación. El conflicto que ha causado la muerte de 200.000 personas y la expulsión de sus tierras de dos millones no ha terminado. Prosiguen los ataques de las milicias progubernamentales, los temidos yanyauid, y las violaciones de los derechos humanos. La población culpa al Gobierno de Jartum y se queja de la inoperancia de los soldados enviados por la Unión Africana. La gente, harta de guerra y sufrimiento, se siente presa del mashkul, palabra intraducible que engloba varios males : falta de energía, problemas con el sueño, falta de memoria e incapacidad para tomar decisiones.

FRANCISCO PEREGIL (ENVIADO ESPECIAL) – El Fashir

Mohamed Abdala Ibrahim se encontraba en su choza con su abuela y su hermano en Shangil Tobaya, una aldea de la región de Darfur. Eran las dos de la tarde. De repente, llegaron soldados del Gobierno sudanés y empezaron a incendiar chozas y disparar al aire. «Procuré cargar con mi abuela a la espalda y sacarla de allí. Cuando salía de la casa, un soldado estaba preguntándole algo a mi hermano. Llegó otro soldado y le disparó. Me acerqué y vi que respiraba, así que decidí salvar a mi abuela primero y después regresé a por mi hermano. Pero cuando llegué ya estaba muerto». Ibrahim tiene 32 años, tres menos que su hermano asesinado. Fue el 17 de junio de 2005. Y no se puede decir que no hubiese testigos de lo ocurrido. Los soldados de la Unión Africana (UA, organización compuesta por 53 países del continente cuya misión de observación en Darfur está financiada en gran parte por la UE) presenciaron la escena. «Pero no hicieron nada», recuerda Ahmed Mohamed, trabajador del campo de Shangil Tobaya. «Nos decían que lo único que podían hacer era informar de lo sucedido. Un día de estos no tendrán nada de lo que informar porque habremos muerto todos».

Aquella noche, los soldados quemaron 23 casas, una de ellas con una mujer dentro. Lo que se respira en el pueblo de Mohamed Abdala Ibrahim es odio hacia el Gobierno sudanés, odio hacia las milicias árabes y, cada vez más, resentimiento contra los soldados de la Unión Africana.

En agosto de 2004, la ONU había documentado la muerte en Darfur de 50.000 personas en menos de un año y el desplazamiento de un millón de seres que vagaban por el desierto huyendo de la violencia. Ahora se sabe que los muertos fueron cerca de 200.000 y los desplazados, dos millones. «Pero lo peor es que siguen cometiéndose violaciones de los derechos humanos. En el 99% de los casos las cometen los soldados y las milicias árabes», indica Leire Garrastachu, de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU en Darfur.

Junto a El Fashir, una de las tres capitales de Darfur, se encuentra el campo de desplazados de Abushok, con 60.000 personas. «Aquí es donde suelen venir los políticos a hacerse la foto con los desplazados porque está cerca del aeropuerto. En media hora pueden coger el avión de vuelta. Pero este campo es el Hotel Palace de todos los campos, pues la mayoría no son así», indica Hugo Fiz, coordinador de la Cruz Roja. No obstante, ese Palace tiene un pequeño inconveniente : se encuentra rodeado de puestos de soldados sudaneses. «Hemos recibido denuncias de desplazados que cuando quieren salir del campo, los soldados les piden dinero. Si no tienen, les dan una paliza», señala Garrastachu.

Los responsables de la masacre de Darfur se pasean impunes por Sudán. La mayoría de la población cree que el Gobierno es cómplice de los crímenes y que los 7.000 soldados de la UA emplazados como observadores no son de ayuda. Sudán salió en junio de 2005 de una guerra civil que duró 21 años, pero ahora no encuentra la salida para Darfur.

«Creo que la comunidad internacional no está haciendo todo lo que debería», dice Leire Garrastachu, aunque precisa que ésa es su opinión personal y que no coincide con la de la ONU. «La cuestión es que la gente en la región de Darfur afronta las cosas con entereza. Llora en silencio. Y eso nos puede hacer pensar que no han sufrido tanto. He entrevistado a madres que han visto cómo violaban a sus hijas delante de ellas o herido a sus maridos. No sé si es la religión lo que les ayudará a encajar el dolor con tanta entereza, pero desde luego llama la atención».

La guerra de Darfur estalló en febrero de 2003 con la toma del municipio de Golo por el Ejército de Liberación Sudanés (SLA, en sus siglas en inglés). Por primera vez, las tribus africanas de los fur (mayoritaria en la región), los masalit y los zagaua olvidaron los agravios históricos y se unieron contra el Gobierno de Jartum, la capital de Sudán. En sólo dos meses, los rebeldes se plantaron en la capital de Darfur del Norte y tomaron el aeropuerto de El Fashir.

El Gobierno de Omar Bashir no pudo aplastar la rebelión con su Ejército porque muchos de sus soldados eran fur, masalit o zagaua. Aún hoy permanecen en prisión 20 oficiales que se negaron a tomar las armas contra su pueblo. Entonces, el Gobierno echó mano de las tribus árabes de Darfur. Los árabes llegaban con camellos, caballos y fusiles a las aldeas, apoyados por helicópteros artillados y aviones del Gobierno. Las tribus africanas llamaron yanyauid a los milicianos árabes. Ahora, la sola mención del nombre causa escalofríos en muchas familias. En otra gente, como Husein Mohamed Hamid, el término yanyauid (una especie de bandoleros del desierto) despierta una sonrisa irónica.

Husein Mohamed Hamid es el gobernador de Al Wahad, un distrito de El Fashir. Es miembro de la tribu árabe de los rezeigat, pariente de Musa Hilal, líder árabe tribal que coordinó los ataques de todos los líderes yanyauid contra la población civil. Hamid habla del yanyauid Musa Hilal como alguien «muy generoso, popular entre su gente, muy justo y muy bravo». Hamid posee un negocio de aparatos electrónicos en Jartum. Habla un inglés perfecto y ha escrito cuatro libros ; el último se titula ¿Está Darfur marginado ? «La respuesta, por supuesto, es que si se compara con otras regiones de Sudán, no lo está», señala.

Hamid tiene su visión del problema de Darfur. «Aquí siempre ha habido disputas entre tribus. Pero se solventaban con puñales y cuchillos, había menos muertos. Y el Gobierno solía detenerlas. Compensaba a las tribus con dinero según el número de muertos y se acababa la lucha. Pero en Chad empezaron los problemas. Tuvo una guerra con Libia. Y después hubo una guerra civil en Chad en los años ochenta y los soldados de Chad, cuando eran derrotados, entraban en Darfur y vendían sus armas y robaban caballos y camellos. Esos soldados eran de la tribu zagaua. ¿Y quiénes eran los propietarios de los camellos ? Las tribus árabes».

Husein Mohamed Hamid explica que el presidente del país, Omar Bashir, tuvo un enfrentamiento con un viejo aliado suyo y líder religioso, Hasan Turabi. «Y entonces Turabi se propuso derrocar al presidente y financió la rebelión en Darfur», señala. En efecto, todos los analistas coinciden en que Turabi está detrás del grupo rebelde JEM, pero éste es minoritario. «Los seguidores de Turabi son zagaua. Y nosotros, los árabes, dijimos : ’Si conquistan el Gobierno, después vendrán a por nosotros’. Y entonces luchamos ferozmente apoyados por el Gobierno».

Esa ferocidad de la que habla Hamid se tradujo en 200.000 muertos y dos millones de desplazados. «También los árabes tenemos desplazados. Pero los árabes no quieren vivir en campos porque les da vergüenza. Piden a las organizaciones que les den la comida y las organizaciones sólo la dan a quienes entran en los campos».

Tanto las tribus árabes como las africanas profesan la religión musulmana y comparten tradiciones. En las fiestas, los hombres se sientan en una habitación y las mujeres en otra. Los hombres suelen llevar un cuchillo debajo de la manga de la chilaba, pegado al bíceps por una cinta, apuntando al cielo. También llevan, tanto árabes como africanos, amuletos que son como pequeños monederos de cuero con versos del Corán en su interior. En teoría, los africanos tienen la piel más negra, pero al cabo de cientos de años las razas se han mezclado y cuesta trabajo distinguirlos. Pero una cosa los separa : la lengua. Aunque los africanos hablen árabe, el acento es distinto. También les separa la historia : los africanos solían ser esclavos, y muchos nómadas árabes, mercaderes de esclavos.

Los mayores crímenes contra la humanidad se cometieron entre noviembre de 2003 y marzo de 2004. Pero no hubo apenas testigos internacionales para dar testimonio de las atrocidades. Hasta abril de ese año no comenzaron a acceder a Darfur la mayoría de las agencias humanitarias. «El Gobierno no nos concedía ni siquiera el visado para viajar desde España a Jartum», recuerda Mónica de Castellarnau, miembro de Médicos sin Fronteras (MSF). Una vez que las agencias y los periodistas entraron, se encontraron un paisaje de cenizas. Aún hoy, cuando el avión planea sobre el aeropuerto de El Fashir, se pueden ver los pueblos aledaños quemados.

Hay en Darfur 72 ONG, unos 1.000 trabajadores humanitarios extranjeros y 11.500 sudaneses que trabajan para las organizaciones de ayuda. Pero casi ningún periodista. La guerra de Darfur ha dejado de interesar. Los rebeldes se han enzarzado en disputas y el Gobierno se frota las manos viéndolos divididos. Los afines al presidente aseguran que la mayoría de los desplazados están ganando dinero con tanta ayuda internacional. «Y es verdad que en el campo de Abushok, por ejemplo, utilizan el agua potable que traen las ONG para construir ladrillos y venderlos», reconoce un funcionario de la ONU. «Pero si yo estuviera en su lugar también me buscaría la vida».

El jeque tribal Ahmed Abdell Alí, de 40 años, vive en una choza del campo de Shangil Tobaya desde hace dos años, con sus siete hijos, su madre de 88 años y su esposa, ahora embarazada. Es una choza parecida a la que tenía antes de 2004. Ahora tiene un burro, y antes de que los yanyauid se los quitaran tenía 14 cabras y 4 burros. «Pero, sobre todo», dice en inglés, «antes tenía mucha tierra para cultivar. Y con eso siempre llevaba los bolsillos llenos de dinero». Vive a seis horas en burro de su aldea. «No tiene sentido volver. Los yanyauid viven demasiado cerca».

En el desierto de Darfur se cultivan naranjas, mangos, tomates, sorgo y limones. Abundan las buganvillas por encima de las tapias. Por la noche, el aire huele a jazmín. Los vestidos de las mujeres son de colores intensos, verde menta, rojo fresa, violeta, azul marino, y contrastan con el amarillo de la arena y las chozas. La gente es de natural alegre y optimista. Pero el peligro siempre acecha. A las oficinas de la ONU siguen llegando denuncias de violaciones contra mujeres cometidas por soldados sudaneses. El mayor número de atentados contra los derechos humanos consisten en detenciones ilegales y torturas, según una fuente de la ONU en El Fashir.

La psicóloga de MSF María Cristóbal está elaborando un estudio sobre el impacto de la guerra en la población civil. Además de las entrevistas a mujeres que aseguran haber sido violadas recientemente por los yanyauid, Cristóbal ha percibido que muchas madres sufren de mashkul, un concepto que aglutina la falta de energía, problemas de sueño y memoria y disminución de la capacidad para tomar decisiones. «A veces no nos explicábamos cómo muchas madres dejaban a sus hijos desnutridos y no los traían», comenta la psicóloga. «Algunas nos decían : ’Es que tengo mashkul’, y siempre había alguna vecina que asentía, como diciendo que cuando se tiene mashkul no puede hacer nada».

Algunas de las chozas que se quemaron el día en que murió el hermano de Mohamed Abdala Ibrahim se hallaban dentro del campo de desplazados donde trabaja un equipo de MSF-España. La ONG evacuó el campo durante varias semanas y muchos de los desplazados se refugiaron en la montaña. Cuando los médicos volvieron, bajaron de la montaña y empezaron a levantar sus tiendas junto a a ellos. Pero los ataques alrededor de la zona continuaron. La mayoría, de noche.

El 17 de enero, a las dos de la madrugada, llegaron tres jinetes vestidos de negro al pueblo de Nama Adam Abadía, una joven de 16 años. Mataron a tres hombres y dispararon cinco tiros contra Nama. Habla con la cabeza gacha y aún tiene la mano vendada a causa de los balazos. «Me dispararon en los brazos, en el pecho, en el muslo… En la oscuridad pensaron que era un hombre. Sólo dejaron de disparar cuando grité para decirles que era una mujer. Robaron las vacas y se fueron», recuerda. ¿Simples bandidos o yanyauid ? Para las tribus africanas, yanyauid son los jinetes árabes. Para los árabes, los yanyauid han sido siempre una especie de bandoleros del desierto que viven en cuevas y roban cualquier cosa. «Los bandidos de antes», explica Ahmed Mohamed, «solían montar en camellos. Pero los yanyauid son árabes y vienen a caballo porque son los mejores jinetes, se tumban a un lado y a otro mientras cabalgan».

La fiebre de Jartum

En las tribus africanas es difícil ver un caballo. Lo que prima son los burros. Y las distancias se miden según lo que se tarde de un lado a otro en burro. La diferencia en la calidad de vida con otras partes del país es evidente. En Jartum, la capital de Sudán, la fiebre de los teléfonos móviles ha inundado las calles y los ministerios. Los funcionarios juegan con las melodías de sus Nokia con cámara incorporada, los taxistas hablan mientras conducen y hasta en las farmacias se venden tarjetas de prepago. A dos horas en avión de allí, en El Fashir, la cobertura con los móviles es escasa. Cuando se sale de cualquiera de las tres capitales de Darfur, en una región tan grande como España, el teléfono se convierte casi en un artilugio de ciencia-ficción. No existen televisiones, no se ven tuberías, ni red eléctrica. Los hospitales, colegios y kilómetros de carretera asfaltadas son menos que escasos.

En realidad, las tribus árabes de Darfur también han sido marginadas desde siempre por todos los Gobiernos centrales de Jartum. ¿Por qué, entonces, atacaron las milicias árabes a poblaciones civiles ? «Los rebeldes», explica Husein Mohamed Hamid, el gobernador del distrito de Al Wahad en El Fashir, «se escondían en los pueblos. Y nosotros les decíamos a la gente de los pueblos : tenéis que echarlos. Pero los rebeldes amenazaban a la gente», aduce Hamid. ¿Por qué violaron a cientos de mujeres ? «Eso es lo que la propaganda de los rebeldes ha difundido. Pero no es cierto. Hubo sólo algunos errores, cometidos tal vez por diez o cinco soldados».

El objetivo de los rebeldes, según Hamid, era derrocar al presidente. «Sólo cuando fueron derrotados empezaron a decir que lo hacían por el desarrollo de Darfur. Y entonces buscaron el apoyo de Estados Unidos y Europa». Husein Mohamed Hamid dice que si la comunidad internacional no obligara al Gobierno a mantener el alto el fuego, los problemas en Darfur se solucionarían en una semana. «Los rebeldes van poniendo ahora sus banderas en algunos pueblos y dicen que los han conquistado. En realidad, se están aprovechando de que el Gobierno no quiere romper la tregua. Esto lo solventaríamos la gente de Darfur en sólo una semana».

Lo que no dice Hamid es con cuántos muertos se solucionaría el problema.


Fuente: EL PAIS