Después de ser aprendido y torturado por militares en la ciudad más violenta del mundo, Daniel recuperó su libertad. Ésta es su historia.

Testimonio recogido por Marcela Salas Cassani en el foro “Primero justicia. Voces por Juárez”, en la Ciudad de México.

En Desinformémonos

Daniel es un buen hombre, trabajador,
amigo mío y buen vecino. Lo conozco a él y a su familia hace más de
veinte años, son gente de trabajo. Él atendió un puesto de tortas y,
recientemente, vendía carros usados para las personas del barrio.

Daniel es un buen hombre, trabajador,
amigo mío y buen vecino. Lo conozco a él y a su familia hace más de
veinte años, son gente de trabajo. Él atendió un puesto de tortas y,
recientemente, vendía carros usados para las personas del barrio.

Una noche de septiembre fue privado de
su libertad. A esas horas, Daniel había entregado una camioneta a un
muchacho de Puebla; el chico la abordó, con los papeles en regla, y
enseguida Daniel vio cómo fue detenido por los militares de un retén
instalado en la esquina de su cuadra; ellos lo sacaron a rastras y lo
golpearon.

Mi vecino se acercó a los militares para
preguntarles qué estaba sucediendo: “¿Qué están haciéndole? Me acaba de
comprar esa camioneta”. Los militares le respondieron golpeándolo con
la cacha de una pistola y lo subieron a la unidad del ejército. A otro
vecino que vio todo, también lo cargaron. Otras personas de la cuadra
observaban lo sucedido. Y los militares les gritaron: “Métanse o
entramos a sus casa, ¿que prefieren?” Pero nadie se metió y todos vieron
cómo se llevaban a los muchachos y la camioneta. Los vecinos les
avisaron a los familiares de Daniel, quienes no sabían ni a quién
avisarle lo recién sucedido. Los militares les taparon los ojos a los
tres, y al llegar al destacamento militar (lugar donde los tuvieron),
los hicieron quitarse la ropa. No veían nada, pero dicen que ese lugar
es un infierno, que no durmieron en los tres días que estuvieron ahí,
que eran gritos de dolor día y noche.

Cuenta que como estaban tirados, de
repente entraba algún militar y les pisaba los pies o les pegaba en la
cabeza. Y, como siempre estuvieron vendados todo fue aterrorizante. Dice
que oía cómo gritaban el otro vecino y el muchacho de Puebla. Además,
me dijo que una noche escuchó a un oficial decirle a otro: “Este cabrón
(uno al que estaban torturando y que de repente ya no se oyó gritar) ya
no aguantó. ¿Qué hago con él?”. El otro oficial le respondió: “Pues
échalo en una alcantarilla, como le hemos hecho antes”. Y entonces
Daniel escuchó que arrastraban algo. Como no podían ver nada, mi vecino
pensó que era solamente para infundirle miedo, pero tristemente una
semana después se encontró un cuerpo con señales de tortura en una
alcantarilla.

Narra Daniel que se oían los gritos de
las mujeres cuando eran violadas, que esos gritos nunca se le van a
olvidar en su vida. Cuenta que lo torturaron con toques eléctricos y
golpes en sus genitales para que confesara ser el jefe de un grupo de
sicarios y que los otros dos eran sus colaboradores. Siempre lo negó.
Mientras tanto la familia, amigos y vecinos se andaban moviendo para
localizarlos y exigir su entrega. Los militares dijeron que no los
habían detenido. ¡Imagínate la angustia! Piensas que los han matado.
Fueron momentos horribles de angustia para todos los que lo apreciamos.

Durante los tres días que estuvieron
detenidos, explica Daniel, no les dieron agua y mucho menos alimentos,
ni les quitaron la venda de los ojos. Agrega mi vecino, que de repente
los militares juntaron a todos los que estaban ahí. Él imagina, por las
voces, que eran varios, pero no está seguro. Dice que los guiaron a un
lugar muy frio; cree que era uno de esos congeladores industriales para
almacenar comida. Mientras estaban ahí, él les preguntó si alguno sabía
rezar, pues eso no pintaba nada bien. Oyó a varios hombres llorar e hizo
una oración por todos; pensaba que ya los iban a matar. Entonces
abrieron una puerta y los bañaron con agua fría. Ellos se juntaban entre
sí para darse calor; el frio era insoportable. Daniel sólo oía voces,
llanto, desesperación.

Al tercer día de desaparecidos, se
organizó una manifestación frente al destacamento militar para exigir la
liberación de los muchachos. Ese día, relata Daniel, dejaron de
golpearlo. Él supone que fue debido a la presión hecha por familiares y
amigos, y también a la presencia de algunos medios informativos.

Les regresaron su ropa y los presentaron
ante la Procuraduría General de la República (PGR), a él y los otros
dos. Los militares (quienes antes habían negado su detención) declararon
haberles encontrado droga (algunos kilos) y armas de uso exclusivo del
ejército. Los muchachos jamás aceptaron los cargos y, con la ayuda de
los vecinos, se organizó la reconstrucción de los hechos en mi
vecindario, por lo que la denuncia quedó sin efectos, pues fue declarada
falsa. Dice Daniel que en una audiencia que tuvo en la PGR reconoció
por la voz a otro de los que estaban detenidos, y que se vieron ahí por
primera vez. Sólo se dijeron: “Eres tú. Tú también estabas ahí”, y se
abrazaron, llorando. Eran dos desconocidos, pero a la vez no. Habían
estado juntos en el mismísimo infierno. Personal del juzgado presenció
esto, y comentaron estar ya hartos de los abusos de los militares, que
les llevaban asuntos claramente montados. “Ya es necesario que se haga
algo”, dijeron.

Daniel ganó su caso penal, lo mismo que
los dos muchachos que lo acompañaban, pero aún tiene miedo. Por eso,
tuvo que dejar Juárez, para irse a los Estados Unidos, por miedo a
represalias. Lo mismo hicieron los otros dos, les cambiaron la vida para
siempre. Daniel cuando veía un militar o unidad del ejército empezaba a
temblar mucho; sentía que irían por él. Era un miedo constante; por
eso, mejor se fue. Fue triste ver que se llevaba sus cosas. Ese día lo
abracé y lloré con él de alegría porque estuviera vivo.

Daniel, estando en la audiencia de
reconstrucción de hechos, encaró a un militar que había estado presente
en el momento de su detención diciéndole: “¿Por qué nos hacen esto? ¿Qué
les hicimos? ¿Por qué vienen a Juárez a hacernos esto? De la justicia
de los hombres se han de escapar, pero de Dios no, que Él los perdone”.
El militar bajó la cara y no contestó una palabra.


Fuente: Desinformémonos