En 1984, George Orwell recrea un futuro distópico en el que un régimen de carácter totalitario ejerce un control exhaustivo sobre sus ciudadanos, donde el Ministerio del Amor es el encargado de gestionar los castigos y torturas a los disidentes políticos y el Ministerio de la Abundancia era el encargado de mantener una economía de subsistencia fijando como eje principal de su política un estricto racionamiento de los alimentos. Cuando se vive en un país como España y se asiste a la creación de Ministerios como el de Trabajo, el de la Vivienda o el de la Igualdad y a la vez se constata como cada vez se destruye más empleo, se incrementa la desigualdad social y el derecho a una vivienda digna se constituye en un ethos superior para las nuevas generaciones, le acomete a uno la sensación de estar gobernado por los órganos del Partido que inventó Orwell para su novela y en un sentido más amplio si se tiene en cuenta el valor meramente declarativo de derechos fundamentales como el derecho a una información veraz y plural, ser un personaje más del universo orwelliano.
Será debido a esto que no sabe uno muy bien como encajar
la última supresión de los Ministerios de la Vivienda o de la
Igualdad, si con tristeza o con júbilo. En cualquier caso parece
prudente no reivindicar la creación de un Ministerio del Amor, por
si las moscas.
Será debido a esto que no sabe uno muy bien como encajar
la última supresión de los Ministerios de la Vivienda o de la
Igualdad, si con tristeza o con júbilo. En cualquier caso parece
prudente no reivindicar la creación de un Ministerio del Amor, por
si las moscas.
Empiezo
este artículo aludiendo a 1984
y a Orwell por la defensa que hace en esta novela de los derechos y
libertades en general y del derecho a la libertad de expresión y de
información en particular. Pero no solo en 1984
Orwell defiende las libertades culturales, ya en el prólogo de
Rebelión en la
Granja éste nos
advierte sobre el peligro de la censura poniendo además como ejemplo
de censura y manipulación la que se produjo en la prensa de nuestro
país durante la Guerra Civil entre los distintos bandos. Lo cierto
es que a día de hoy la prohibición de la censura y el
reconocimiento del Derecho de Información están consagrados en la
Declaración Universal de Derechos Humanos y por tanto encuentran
recepción en las respectivas constituciones y cartas fundamentales
de los llamados países democráticos, bien de manera expresa, como
es el caso de España, o bien mediante remisión a la citada
declaración, motivo por el cual nadie va a sufrir pena de arresto
domiciliario como la sufrió Galileo en su época por exponer los
fundamentos de su teoría heliocéntrica, sin embargo no es menos
cierto que las ideas impopulares, políticamente incorrectas o
subversoras del sistema establecido, así como los hechos que puedan
alimentar de alguna forma la asunción o defensa de estas ideas por
parte de los ciudadanos son silenciadas sin necesidad de prohibición
oficial ninguna promoviendo así que el estado de cosas reinante en
una sociedad se reproduzca indefinidamente. Consecuencia directa de
esto es que desde cualquier medio de comunicación, pertenezca al
género o línea ideológica al que pertenezca, nos intenten hacer
comulgar con las ruedas de molino de la pretendida democracia, el
bipartidismo, la monarquía, la Constitución o el actual modelo
sindical. A modo de ejemplo, y sin ir más lejos, el otro día
escuchando la radio me entere por casualidad de que yo podría ser un
“antisistema” o un “antisocial”. Es curioso porque yo siempre
me consideré un presbiluterano ortodoxo de orientación
neocalvinista adherido al movimiento por la defensa de las focas del
ártico, sin embargo debe ser que a pesar de todo mi perfil
psicosocial encuentra mejor acomodo en aquella otra categoría, por
lo menos a juicio de la profesional de la información, que no
titubeó a la hora de identificar a todos los que secundaron o sin
secundarlas, apoyaron, las últimas manifestaciones del norte de
España con “antisociales” o “antisistemas” por el simple
hecho de que estos actos de protesta no fueron convocados por los dos
sindicatos mayoritarios. Actos de protesta que por otro lado cabe
reseñar que se desarrollaron sin ningún tipo de altercado y que
fueron convocados conforme a los procedimientos legales establecidos.
No resulta muy estimulante, la verdad, que de la noche a la mañana
la complejidad de tu biografía se vea reducida de un plumazo a una
simple categoría o estereotipo social, especialmente cuando éste se
caracteriza, según los mismos medios de comunicación, por la
practica indiscriminada de la violencia y del vandalismo callejero
como forma de canalizar su odio intrínseco hacía cualquier forma de
estructura u organización social.
Sin
embargo, los medios de comunicación son especialistas en la
manipulación, particularmente en la manipulación del lenguaje y en
la creación de ortodoxias. En cuanto a la manipulación del
lenguaje, están estudiados los recursos de los que se sirve el
manipulador, en este caso la clase política y sus fieles portavoces
mediáticos, para persuadir a las masas. Por eso el empleo de
palabras como “antisistema” no es baladí sino que responde a una
estudiada estrategia de manipulación, pues “antisistema” no es
una palabra neutra sino que tiene una fuerte carga emocional
negativa, por oposición a las llamadas palabras talismán
que son palabras cargadas de prestigio, como pueden ser las palabras
libertad, progreso, democracia etc. Incorporadas deliberadamente por
los políticos a sus discursos para investirlos de fuerza y
legitimidad. Sin embargo ¿que representa la palabra progreso en boca
de líderes políticos como Zapatero o Rajoy?, ¿Se puede decir que
el progreso sea un valor en si mismo?, ¿es deseable el progreso
cuando nos conduce hacía un precipicio? Lo mismo ocurre con la
palabra democracia, que en sentido estricto representa el gobierno
del pueblo y el reconocimiento pleno de derechos y libertades por
oposición a un sistema totalitario, sin embargo a qué democracia se
refieren los políticos en un país como España en el que no existen
mecanismos directos de democracia y en el que el ejercicio de la
soberanía popular se reduce a acudir cada cuatro años a las urnas
precisamente para renunciar a tal soberanía delegándola en
representantes. Se trata de una democracia bastante imperfecta en
todo caso.
Otro
recurso del manipulador es la repetición,
los políticos nos
bombardean continuamente con proclamas, sentencias o eslóganes sin
matizar o ahondar en argumentos que los sostengan. Estamos hartos de
escuchar, por ejemplo, que vivimos en un Estado
social y democrático de derecho sin
que se nos explique exactamente cual es el significado de tan
rimbombante expresión, sin matizar por ejemplo que no todo Estado
con Derecho es un Estado de Derecho, de escuchar al PP que hay
que acabar con el paro,
sin concretar las medidas que va a llevar a cabo para acabar con el
paro. Pero en la otra cara de la moneda se encuentra la silenciación,
es decir la
ocultación de información,
el caso más
reciente nos lo dan las revueltas de Tunez, Egipto y Libia, que han
convertido a sus líderes depuestos, especialmente a Muhamar
Algadafi, en dictadores sanguinarios, lo que son, cuando hasta hace
unos días eran simples jefes de estado que mantenían las
convenientes relaciones diplomáticas con España. No se nos para de
hablar del terrorismo de ETA como un problema grave de nuestro país,
que lo es, pero nada se nos dice en cambio acerca de los millones de
trabajadores muertos por accidentes laborales. En ningún medio de
comunicación se dan estadísticas de siniestrabilidad laboral, pues
tendrían que decir que cada día mueren 3 trabajadores, 25 sufren
accidentes graves y 2500 sufre accidentes leves. Lo que supone un
goteo continuo de vidas y en consecuencia un problema de mayor
entidad que el de ETA.
Por
otro lado los medios de comunicación son especialista en crear
ortodoxias, ideas que son aceptadas sin ambages por los ciudadanos,
especialmente por provenir de lo que es considerado por éstos como
un canal cualificado, ya sea la radio, la televisión o cualquier
medio de comunicación social. Es sumamente significativo a este
respecto que en los informativos, en los debates políticos,
tertulias, etc. solo participen representantes o adeptos de los
partidos políticos, organizaciones empresariales, sindicatos o
asociaciones mayoritarias o con representación institucional, lo que
no contribuye en modo alguno a la formación de una opinión pública
libre o independiente sino a todo lo contrario, a la consolidación
de una serie de ideas que son manejadas por los especialistas de la
manipulación mediática en un ámbito dialéctico sustraído al
juicio crítico de la sociedad. A que la ciudadanía comulgue con la
Constitución, la Monarquía o se agrupe en torno a dos únicos
partidos: el PP que según la ortodoxia representa la derecha
moderada y el PSOE que representa la izquierda moderada, ¡y tan
moderada! , dirá el otro, el que no quiere comulgar ni puede con la
ortodoxia, acaso el PSOE no está llevando a cabo las medidas más
neoliberales llevadas a cabo en España. Acaso se puede seguir
llamando socialista
un gobierno que reduce la indemnización por despido para
flexibilizar el
mercado de trabajo, que aumenta la edad de jubilación como única
solución alternativa a la imposición de sistemas de capitalización
bancaria, que congela las pensiones como única manera de reducir el
déficit, que elimina el Impuesto de Patrimonio que es la única
figura tributaria cuyo hecho imponible podría permitir la gravación
de los grandes patrimonios existentes en España, que baja el tipo
impositivo del Impuesto de Sociedades con el pretexto de incentivar
la creación de empleo pero sube el IVA que por ser un impuesto
indirecto y de carácter regresivo provoca que la carga tributaria
recaiga en las rentas bajas antes que en las altas, que permite que
las SICAV sigan siendo un refugio de grandes capitales tributando a
un 1%, etc. Sin embargo los dirigentes del partido no están
dispuestos a que se levante el velo de la ortodoxia dejando ver lo
que se esconde tras él, y a pesar de su política de hechos
consumados en materia fiscal y económica que evidencia muy a las
claras su verdadera línea ideológica mantienen su simbología y su
retórica socialista, no vaya a ser que pierdan el apoyo de su
electorado tradicional o lo que es peor, se les pueda identificar
ideológicamente con el PP, lo que supondría el derrumbe de la
ortodoxia y el fin del bipartidismo, por lo menos del bipartidismo
PSOE-PP. Es curioso observar como en este sentido el PSOE cuenta
además con la ventaja adicional de haber promulgado en el pasado
leyes de pretendido carácter progresista como la del aborto,
la
de la
memoria histórica
o la de los
matrimonios gays
que parecen darle cierta patente de inmunidad para poder arremeter
ahora contra los derechos de los trabajadores sin ver descolgada de
sus siglas la “s” de socialista. El PP por su parte, se encargará
seguramente de derogar cuando llegue al poder la ley de los
matrimonios gays para satisfacer de esta forma las demandas de su
electorado homófobo y guardar a su vez la debida distancia con el
PSOE, en un momento político en el que su líder, a pesar de la
grave situación por la que atraviesa España, es colmado de elogios
por Angela Merkel, Nicolas Sarkozy, Emilio Botín y demás adalides
del liberalismo económico. Sin embargo, mientras no se destape el
velo de la gran ortodoxia y se haga patente lo que ésta encierra,
que salvando ciertas distancias y ciertas diferencias puntuales, a
día de hoy no haría falta más que un acuerdo de voluntades para
que PSOE y PP gobernaran en coalición, muchos ciudadanos seguirán
concurriendo en masa a las urnas y dando su apoyo a uno de los dos
partidos mayoritarios, atendiendo al hacerlo, al mismo criterio al
que atiende el que asiste a un estadio de fútbol para apoyar a su
equipo simplemente porque un buen día decidió que ese fuera su
equipo.
Pero la
última idea que nos ha intentado vender el gobierno esta vez de mano
del resto de los llamados agentes
sociales, entre
ellos los sindicatos mayoritarios, es la conveniencia del diálogo
social, la conveniencia del acuerdo entre agentes sociales, de que es
preferible, como esgrimen los líderes sindicales, la resignación
que la confrontación o de la necesidad de las reformas, las medidas
de ajuste y en definitiva de lo que ellos han venido en llamar “el
progreso dentro del orden”. Ideas a las que apelan tanto el
gobierno para justificar sus medidas como los sindicatos para
justificar su pasividad ante éstas. Sin embargo, la realidad es que
las largas negociaciones entre los agentes sociales no han sido más
que la escenificación de una parodia oscurantista y larvada por
soterrados intereses ajenos a los intereses generales de la
población, cuyo único fruto no ha sido sino otra vuelta de tuerca
más a los derechos de los trabajadores. No me atrevo a decir, a este
respecto, que el papel puramente simbólico que representan las dos
grandes centrales sindicales en este país forme parte de otra
ortodoxia, según la cual ellos serían los únicos representantes de
los trabajadores, los auténticos
guardianes de sus hermanos y
los verdaderos descubridores de los niños perdidos, quizá si lo sea
de una pretendida ortodoxia pero no de la realidad de la calle,
puesto que de un tiempo a esta parte CCOO y UGT, a pesar de lo que
puedan decir los datos sobre afiliación sindical, se han convertido
en el centro de los más duros ataques provenientes de las más
diversas gentes y colectivos sociales. Sin embargo aún así parece
que los derechos de los trabajadores siguen en sus manos, que la
gente no es capaz de marginar del juego político a los sindicatos
mayoritarios asumiendo su propia responsabilidad y organizándose por
si misma. El escepticismo contra éstos se ha convertido en apatía y
pesimismo o en el mejor de los casos en una suerte de rabia contenida
que no pasa de manifestarse sino a través de expresiones del tipo:
“A mi los sindicatos no me representan así que no hago sus
huelgas” y hay que tener en cuenta que se dice: los
sindicatos, en
genérico, una sentencia que impide a quien la pronuncia valorar
siquiera la posibilidad de organizarse en torno a sindicatos u
organizaciones independientes, por los que si se puedan sentir
representados o ejercer el poder directamente y sin recurrir a
intermediarios, a través, por ejemplo, de la posibilidad que brindan
las nuevas tecnologías, especialmente las redes sociales. En
realidad lo que subyace a este tipo de afirmaciones no es un rechazo
del modelo sindical vigente sino, y esto es lo grave, un sentimiento
general de antisindicalismo,
provocado
precisamente por la ineficiencia y el desprestigio del actual modelo
sindical.
Sintetizando y concluyendo
podemos afirmar que la deriva que ha sufrido nuestro país hacía el
actual modelo económico neoliberal se sustenta sobre los pilares de
la manipulación mediática que es capaz de conseguir que la
población se resigne ante la pérdida de derechos sociales, sobre un
modelo sindical que ha demostrado su ineficacia para hacer frente a
esta deriva y sobre un sentimiento general de apatía, pesimismo o
desafección política que impide igualmente
rebelarse contra el actual estado de cosas. En relación al primer
punto o pilar del nuevo liberalismo es preciso asumir por los
ciudadanos una nueva actitud, crítica y reflexiva o si se me apura
escéptica a la hora de recibir las noticias de los mass media. En
relación al segundo punto ya hemos dicho más arriba que existen
modelos alternativos al sindicalismo actual. Y en relación al más
importante de los tres, esto es la apatía política y el pesimismo
reinante, quizá sería conveniente recordar las palabras de Albert
Einstein cuando decía: hay
una fuerza motriz más poderosa que el vapor,
la electricidad y la energía atómica, que es la voluntad. En
efecto hay que tener claro algo tan simple y evidente como que el
cambio está supeditado a la voluntad de cambio y por tanto debe
haber un mínimo elemento
volitivo en los esquemas mentales de los ciudadanos para que el
escepticismo del que hablábamos se revierta contra las estructuras
de poder y contra la manipulación y las ortodoxias provenientes de
éstas. En este sentido la abulia generalizada que se percibe en el
ambiente o la imposibilidad, en su caso, para que las distintas
voluntades individuales se integren en un proyecto colectivo unitario
representan el fracaso de la voluntad colectiva, que es
imprescindible para el cambio, para protegernos de las perfidias de
la manipulación mediática y para que el coche fúnebre del progreso
dentro del orden detenga su avance, porque no sabemos muy bien hacía
donde nos conduce este luctuoso automóvil pero de momento las sendas
por las que discurre evocan oscuros parajes marcados por tintes y
resonancias orwellianas.
Daniel Porras, CGT Madrid