Artículo de opinión de Rafael Cid
Embobados con la milonga electoral del “yo te daré…”, ha pasado prácticamente desapercibo un asunto que por extrema gravedad basta para poner patas arriba la idea de la existencia de un régimen democrático en nuestro país, o algo que de lejos se le parezca. Claro que alguien puede decir, ¡vaya novedad!, recordando el balance de atropellos sociales, casos de corrupción, amputación de derechos y fechorías sin cuento que nos han deparado este y los demás gobiernos que desde la transición han sido. Pero en esta ocasión el episodio a que nos referimos supera todo lo imaginable.
Embobados con la milonga electoral del “yo te daré…”, ha pasado prácticamente desapercibo un asunto que por extrema gravedad basta para poner patas arriba la idea de la existencia de un régimen democrático en nuestro país, o algo que de lejos se le parezca. Claro que alguien puede decir, ¡vaya novedad!, recordando el balance de atropellos sociales, casos de corrupción, amputación de derechos y fechorías sin cuento que nos han deparado este y los demás gobiernos que desde la transición han sido. Pero en esta ocasión el episodio a que nos referimos supera todo lo imaginable. Literalmente es repugnante.
Porque nunca como hasta ahora ha sido todo el entramado político a la vez (gobierno, jefatura del Estado y parlamento) el que, haciendo gala de una pavorosa sincronización criminal, se ha manchado las manos de sangre para lucrarse. Eso es lo que ha significado la bienvenida triunfal que las fuerzas vivas de la nación han dispensado al mariscal Al Sisi durante su viaje a España. Hablamos del militar golpista que en 2013 trepó a la presidencia de Egipto con un cruento golpe de Estado que acabó con la vida de un sinnúmero de personas. Víctimas en su gran mayoría afines a los Hermanos Musulmanes, el partido que había ganado las primeras elecciones libres celebradas en aquel país.
Desde entonces en Egipto reina el miedo y gobierna la paz de los cementerios. Más de 40.000 presos políticos certificados por Amnistía Internacional; criminalización de la oposición política; condenas a muerte dictadas por tribunales inquisitoriales contra decenas de disidentes; clausura de medios de comunicación críticos con el poder y encarcelamiento de periodistas independientes constituyen una pequeña muestra del siniestro activo de la Junta Militar que depuso por la fuerza bruta al anterior mandatario Mohamed Morsi, el legítimo triunfador en las urnas tras el proceso de regeneración social impulsado por la revuelta de la plaza de Tahrir.
Como a Pinochet en Chile, a Al Sisi no le importó sembrar de cadáveres Egipto para “restablecer la normalidad”. Solo en la represión de la mezquita de Ciudad Naser en la capital se calcula que pudieron morir cerca de mil personas a manos de la soldadesca. Hombres, mujeres y niños acampados pacíficamente ante el recinto como protesta contra “el alzamiento militar” perecieron abrasados en sus tiendas de campaña por las bombas incendiarias lanzadas desde los helicópteros del ejército. Una carnicería concienzudamente planificada mientras francotiradores apostados en los tejados completaban el exterminio cazando como conejos a cuantos intentaban escapar a la desesperada de aquel infierno.
La masacre perpetrada por las milicias libanesas en el campo de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en Beirut es lo más parecido que se recuerda. Con una gran diferencia. Mientras en aquella ocasión la prensa y las cancillerías de medio mundo denunciaron a la Falange Libanesa y a las autoridades de Tel Aviv por la barbarie, a Al Sisi el asesinato masivo de su propio pueblo le ha salido gratis. En una extraña conjunción de mezquindades, Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la mayor parte de la izquierda poscomunista hallaron motivos para exculpar los sangrientos sucesos. Habría que retroceder en la historia universal de la infamia hasta aquella frase con que un alto funcionario del Tio Sam razonaba su apoyo al dictador nicaragüense Anastasio Somoza para encontrar una eximente tan cínica: “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Las grandes potencias justificaron su proceder amparándose en la posición estratégica que ocupa Egipto en Oriente Medio y su condición de ávido consumidor de material de guerra; la sociedad civil enmudeció cuando los medios de comunicación alabaron su papel como freno del islamismo radical y la “internacional roja” hizo otro tanto porque siempre contempló las “primaveras árabes” como un oscuro complot del imperialismo. Con esas credenciales, el “faraón egipcio” ha sido agasajado por los reyes don Felipe y doña Leticia; publicitado con una babosa entrevista publicada a toda página en uno de los diarios de mayor circulación y acogido con todos los honores en el Congreso de los Diputados, donde Al Sisi firmó en el libro de visitantes ilustres tras contemplar en el techo de hemiciclo los disparos de otro golpista que tuvo su éxito. Solo faltó investirle doctor honoris causa por alguna universidad.
Sabíamos que el franquismo en su contumaz desprecio a los derechos humanos había hecho del suelo español un santuario para autócratas, rufianes, patibularios y malhechores. Desde el venezolano López Jiménez, pasando por Juan Domingo Perón y la familia del sátrapa dominicano Rafael Trujillo, o los dirigentes fascistas huidos de los países del antiguo bloque soviético, fueron decenas los tiranos y dictadores que pasaron sus años de exilio dorado protegidos por aquel ytraficando con vidas humanas por negocios.
Según informaba la prensa, la postración de nuestra clase política e institucional ante el carnicero egipcio tiene motivos económicos. Concretamente se debe a la “firma de un acuerdo no vinculante para el diseño de un corredor ferroviario de alta velocidad (el AVE de las pirámides) entre El Cairo y Luxor distantes 660 kilómetros” (El Pais.1/05/2015). Democracia bussines. La misma política que practicó el ex presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero en su ofrenda al caníbal de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, o con su participación en un foro promarroquí para boicotear la causa del pueblo saharaui.
El 11-M fue un brutal atentado realizado por un grupo de fanáticos islamistas con la excusa del frustrado apoyo del gobierno español a la invasión de Irak. Con esos antecedentes, la pregunta es ¿por qué poner de nuevo a la población como diana de los que creen que pueden vengar los asesinatos de Al Sisi golpeando a los países que le festejan y le arman? Un sistema que justifica el terrorismo de Estado para obtener “el contrato el siglo” es una mafia que utilizan a la gente como escudos humanos. El yihadismo y el estado islámico tienen en los gobiernos mercenarios del capital y de la guerra su mejor caldo de cultivo.
No nos representan
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid