Un trabajador teclea en su ordenador en la oficina de una multinacional. Es eficiente y, según sus gestos, se siente feliz. Sus jefes conocen sus pulsaciones, su tensión, las horas que ha trabajado hoy, lo que ha escrito en su ordenador y los correos electrónicos que ha enviado a clientes y compañeros. Es la supervisión total del empleado : una de las posibilidades que baraja Microsoft para desarrollar un futuro producto.
El gigante de la informática pidió hace unas semanas la patente en Estados Unidos de un sistema al más puro estilo Gran Hermano. Mediante una serie de sensores colocados al empleado, un programa sería capaz de leer «el ritmo cardiaco, la respuesta galvánica de la piel, las señales cerebrales, la electromiografía, las expresiones faciales y la presión sanguínea».
Ninguna empresa de España aplica todavía un sistema de control tan avanzado como ése y Microsoft insiste en que es sólo una petición de patente, como las 7.000 que tiene registradas ahora mismo. Sin embargo, muchas compañías españolas utilizan ya en mayor o menor medida sistemas de control para conocer pormenores de las tareas de sus empleados. Desde consultoras que recortan el uso de la Red hasta barrenderos controlados por GPS. Este sistema de seguimiento, cada vez más común, ya le costó el empleo a un transportista en 2003, que fue despedido de la empresa Electro Fluorescencia Española cuando su GPS reveló que pasaba demasiadas horas en el bar.
Las firmas pueden elegir mayor o menor grado de autonomía y confianza para sus empleados. Tanto las empresas creadoras de los sistemas como las que los aplican prefieren evitar hablar de control. En ambos lados justifican la presencia de relojes de fichaje o localizadores asegurando que mejoran la seguridad y facilitan la gestión de los recursos humanos.
La inversión va de los cero euros a los cientos de miles. El ahorro, según las empresas encargadas de desarrollar estos sistemas, puede ser millonario. Los límites, según explica Alonso Hurtado, abogado del bufete X-Novo especializado en nuevas tecnologías, están en saber si el control es proporcionado al beneficio a obtener y si los empleados conocen las prácticas de la empresa.
Uno de los sistemas de control más antiguos es el del horario laboral. Para asegurarse de que los empleados cumplen sus jornadas, muchas empresas tanto públicas como privadas, instalan sistemas biométricos o de fichaje. El empleado indica su hora de entrada y de salida.
Este tipo de control puede salir incluso gratis. Varias empresas de software como Horasoft o AMpresencia ofrecen a las pequeñas empresas programas por Internet sin pagar ni un céntimo. Se instalan en el PC del empleado y cuando éste lo enciende, indican su hora de llegada. Sin embargo, es fácil hacer trampa, incluso con los relojes de fichaje que obligan a insertar una tarjeta. Según la empresa del sector Rimax, 8 de cada 10 empleados se las arreglan para engañar al sistema.
Esta firma española, que todavía comercializa los sistemas tradicionales que reconocen una tarjeta que se entrega a los empleados, recomienda ahora los lectores para la palma de la mano. Por unos 1.800 euros, instalan una pantallita en el torno de entrada de la empresa con capacidad para gestionar el acceso de entre 20 y 50 empleados. Cuando llegan a trabajar, rayos semiinfrarrojos leen las venas de sus palmas. Una imagen en blanco y negro las compara con la muestra y marca la hora de llegada. «Cada vez más empresas, grandes y pequeñas, instalan estos sistemas biométricos porque es útil para organizar los recursos humanos y como medida de seguridad», razonan en Rimax.
La movilidad es otro de los retos de las empresas que buscan conocer cada minuto del tiempo que pagan a sus asalariados. El mismo aparato que usan los comerciales para conocer su destino puede delatarlos. Merche, que prefiere no dar su nombre completo para «evitar rollos con la empresa», es comercial en una importante consultora de recursos humanos. Cada semana hace cientos de kilómetros en busca de clientes. A la vuelta, el GPS que lleva instalado en el coche se encarga de decir a sus jefes dónde ha estado en cada momento.
A Merche no le molesta que la vigilen, porque es «de las que cumplen con su trabajo», pero a veces se siente agobiada. «Normalmente, usamos hoteles en aeropuertos o zonas de negocios cuando vamos fuera de la ciudad. Si una noche después de trabajar decido ir a cenar al centro tengo que coger un taxi, porque si no, a la vuelta, esos kilómetros de más salen reflejados en mi ruta», explica. Eso, para la empresa, supone unos euros de menos gastados en gasolina.
Según Tom Tom Work, división de la empresa de GPS Tom Tom dedicada al control de flotas de vehículos, el ahorro es más que significativo. En su web, una calculadora muestra que una firma con 10 vehículos y empleados que dedicaran 100 horas mensuales a conducir, podría recortar con los GPS chivatos sus gastos hasta en 9.800 euros al mes.
Y no sólo los vehículos de cuatro ruedas pueden ser víctimas de los espías vía satélite. En Córdoba, la sociedad municipal de saneamientos (Sadeco) se ha planteado la posibilidad de instalar aparatos de GPS en los camiones de basura, los carritos de los barrenderos y, según el sindicato CGT -que está en contra de la medida-, a los propios trabajadores.
La pasada semana, los empleados se concentraron indignados frente a la puerta de la empresa. Algunos calificaron la medida de «represiva». José Díaz, secretario provincial de CGT en Córdoba, asegura que están negociando las cláusulas incluidas en el plan de empresa, para que no se lleven a cabo. «Lo de los camiones puede justificarse por seguridad o por si tienen una avería, pero lo de los trabajadores es un exceso. No hay justificación para que un limpiador tenga que estar controlado metro a metro», se queja. La limpieza, dice, es un trabajo muy poco previsible, y no entiende qué mejoras puede ofrecer un sistema que mide si el trabajador pasa más rato en una calle o en otra.
Las empresas del sector de la biométrica, al igual que la mayoría de las que instalan sistemas de control de asistencia o trabajo, insisten en que los métodos que ofertan no están diseñados para restar libertades a los trabajadores, sino más bien lo contrario. Kim Sorensen, responsable de Rimax en España, reconoce que «pueden tener una evidente función coercitiva», pero también pueden asegurar el cumplimiento de los derechos de los trabajadores. En este sentido, Pepa Solá, secretaria de coordinación colectiva de UGT, está de acuerdo con las empresas. «El reloj de fichaje tradicional, puede ayudar a las empresas, pero también a los trabajadores, que demuestran las horas extra». Sin embargo, señala que hay empresarios que abusan del control y acaban coartando la libertad de sus empleados.
Las nuevas tecnologías son otro reto para el control. Casi el 100% de las grandes firmas que operan en España tiene acceso a Internet para trabajar. Sin embargo, los estudios aseguran que muchos trabajadores usan la Red para asuntos ajenos a su empleo. Blogs, correo personal, búsqueda de ofertas… Fortinet gana mucho dinero evitando esa pérdida de tiempo. Esta multinacional norteamericana tiene una sede en España que proporciona a las empresas «soluciones de seguridad». Entre sus servicios ofrece la posibilidad de evitar que los empleados consulten su correo electrónico u organicen sus vacaciones en horario laboral. «Ofrecemos una base de datos con más de medio millón de entradas que se van actualizando. Están divididas por categorías. Hacemos paquetes que prohíben la entrada a periódicos, mensajería, búsqueda de empleo… y cada empresa puede elegir qué bloques están vetados», explica Mario Atienza, ingeniero de pre-ventas de la empresa. En España no tienen un perfil de clientes concretos. «Desde pymes hasta empresas más grandes», comenta. Asegura que con este sistema, que cuesta entre 1.200 euros y millones según el tamaño de la empresa, los trabajadores rinden hasta un 30% más, porque se distraen menos.
¿Los trabajadores realmente varían su comportamiento con estos sistemas ? En ocasiones pueden llegar a producir el efecto contrario : los empleados sobrecontrolados pueden desmotivarse o sentir desconfianza hacia su empresa. «Las medidas de obligado cumplimiento acaban por convertirse en medidas de cumplo y miento», explica Salustiano Méndez, profesor de Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid. «Los empleados inventan todo tipo de tretas para saltarse los controles. Son medidas que crean los directivos para pensar que tienen control, pero muchas veces acaban por convertirse en armas arrojadizas entre empresa y empleado», analiza.
«El sistema de Microsoft sería inviable prácticamente en todos los casos. Pero ¿Y en un trabajo de riesgo como el de controlador aéreo ? Nunca se sabe», plantea Alonso Hurtado, abogado de X-Novo. «En muchos casos los límites sobre el control al empleado los definen sentencias, porque todo depende de cómo se interprete la ley», explica Hurtado. En general, la clave para no sobrepasar los límites está en avisar al empleado. «Si sabe que controlan cómo usa el coche de la empresa, no es ilegal. Pero la empresa deberá especificar que ese control está orientado a que no se escape entre horas».
Lo ideal para evitar sustos es que la normativa se ponga por escrito, se explique al empleado y ambas partes la firmen. Hace unos meses una empresa permitía ver por Internet cómo trabajaban sus empleados a través de cámaras. «Ese tipo de cosas no se pueden defender de ninguna manera, porque, entre otras cosas, vulnera la protección de datos», explica Hurtado. Si el control al trabajador es desproporcionado, no hay ley que ampare a la empresa.
El absentismo sale caro
La tasa de absentismo española se situó en un 3,6% a finales de 2006, según datos del Ministerio de Trabajo, aunque algunas consultoras internacionales la colocan en el 4,1%, muy cerca de la media europea. Que una persona no se presente a trabajar, a la empresa le sale caro. Las faltas en el trabajo (que incluyen tanto a quienes no acuden por enfermedad como a quienes se ausentan sin justificación) cuestan en total unos 10.600 millones de euros al año (1,1% del PIB).El gasto es uno de los motivos por los que muchas empresas se deciden a llevar un control férreo sobre la presencia de sus asalariados. Pero, cuidado, una persona que se siente intimidada por una excesiva vigilancia puede rendir menos, «ya que el estrés es el peor de los ambientes», señala Pepa Solá, del sindicato UGT. El estrés es precisamente el causante del 30% del absentismo, según un estudio realizado por Alta Gestión y Eurocen.
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Fuente: CRISTINA DELGADO - EL PAIS