Artículo de opinión de Rafael Cid
<<Si la libertad significa algo es el derecho
a decirle a la gente lo que no quiere oir>>
(George Orwell, Rebelión en la granja)
<<Si la libertad significa algo es el derecho
a decirle a la gente lo que no quiere oir>>
(George Orwell, Rebelión en la granja)
En ningún lugar está escrito que el pueblo deba seguir al abanderado. Una ciudadanía con sentido común es soberana. Y no siempre la clase intelectual, los artistas, los famosos, tienen razón. Si así fuera la primera democracia que registra la historia de la humanidad habría muerto antes de nacer ante la hostilidad de sabios como Platón y Aristóteles, que la menospreciaban como cosa de la chusma. Ellos y muchos otros ilustrados de su tiempo preferían la oligarquía, o como mal menor lo que llamaban un <<gobierno mixto>>, el poder del demos (pueblo) compensado con el de los eupátridas (la gente de buena cuna). Una función que en la actualidad representan a la perfección los partidos políticos con su condición de representantes omnívoros de la voluntad popular.
Esta situación es cíclica. Hay periodos en que la formula sincrética permanece estable y otros, ciertamente escasos, en que la sagrada tradición se cuartea. En una gama de registros de va desde la trasgresión revolucionaria al simple vuelco electoral. Pero en todas estas ocasiones la norma se traduce en que las clases dirigentes no logran imponer sus mandamientos a las clases subalternas. Un hiato cada vez más infrecuente, dado que la estructura dominante en las sociedades altamente intervenidas posee el control de los medios de comunicación, información y entretenimiento, amén de tener como franquiciados al magma de celebrities e influencers (Gabilondo se hizo acompañar del rey de la telebasura en el mitin de Vallecas), que con su sobreexposición estelar crean tendencia entre las masas. Otra manera de ver aquello de la ideología dominante es la ideología de la fauna dominante.
De ahí que resulte tan raro que se materialice una disrupción de la obediencia debida entre amo y subordinado, la servidumbre voluntaria. Y mucho menos que esa anomalía se produzca contra la mentalidad cultural de izquierdas, a la que se presupone, en razón del veredicto de la historia cumplida, dotada de una superioridad moral sobre sus oponentes. Quizás por eso, cuando la iniciativa del pueblo cambia de bando resulta tan difícil aceptar el resultado de las urnas. Algo de esto es lo que ha sucedido en las elecciones del 4M en la comunidad de Madrid. Donde contra todo pronóstico el Partito Popular (PP) de Díaz Ayuso ha arrasado, conquistando espacios ideológicos del ecosistema gauchista, y demostrando una vez más que en puridad el mapa no es el territorio. Porque de haber creído al Grupo Prisa (El País y la cadena Ser); RTVE; las webs Publico y eldisario.es; las gracietas de El Intertemedio y la dramatización de las noticias de Al Rojo Vivo; y demás replicantes del Gobierno de coalición progresista (tipo Infolibre, El Plural, por no hablar de CCOO y UGT haciendo del 1º de Mayo una kermés gubernamental); esos comicios iban a ser el canto del cisne de lo que ellos al unísono calificaron de troquel del <<trifachito>>,<<la foto del Colón>>, <<las tres derechas>>; <<el Gobierno de Colón>>: lo peor de lo peor.
Sin embargo, y contra el pronóstico de lo oficiado por tamaños oráculos, devino lo inesperado. El <<pueblo se equivocó>>, afirmando su criterio al margen de la realidad paralela con tanta pericia condimentada. Y como nadie en la izquierda institucional y allegados había contemplado la posibilidad de que la ciudadanía no siguiera por la senda virtuosa marcada por esos mentores, la reacción ha sido un olímpico desprecio: un <<sostenella y no enmendalla>>. A la teoría del <<voto tabernario>>, esgrimida como académica argumentación por el director del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), Felix Tezanos, miembro de la Ejecutivo Federal del PSOE en excedencia temporal, se unieron otras voces igualmente preclaras en su ceguera. Así la vicepresidente primera del Ejecutivo, Carmen Calvo, añadía el hecho diferencial de <<las cañas y los berberechos>> para recalcar que, en cuanto a gustos gastronómicos se refiere, también hay categorías (aunque el PSOE se fundara en Casa Labra, una modesta tasca madrileña). Anécdota al margen, la número dos de Moncloa, culminó su pataleta con una atribución miserable donde las haya. Insinuando concomitancias entre el estúpido eslogan pepero de <<libertad o comunismo>> y las hordas nazis, dijo campanuda: <<Hay quien nos dijo que a veces el fascismo aparece con la bandera de la libertad. Con la libertad de quienes pensaron que la limpieza étnica que debían hacer en Europa llevaba a asesinar en los campos de concentración>>. Así que, de seguir la ordalía de tan eminente señora, los casi dos millones de ciudadanos que votaron al PP el pasado 4M de mayo entrarían en la consideración de fascistas de la peor especie. ¡¡¡Señor, señor!!! Salvo que, menguada en su plenas facultades por el oprobio de una derrota a manos de la oprobiosa derechona, que cosechó más de 90.000 votantes socialistas, hubiera confundido cita y referente, y estuviera pensando en el <<Libertad para qué>> que espetara Lenin al Fernando de los Ríos. De ser así, haría bueno el dicho <en casa del herrero cuchillo de palo>>.
El problema más serio es que al negar la evidencia, bajo el síndrome de esa superioridad moral que se autoadjudica la sedicente izquierda, anula lo que era uno de sus grandes valores: el espíritu crítico y la capacidad de reflexión, empezando por su propia casa. Eso se ha tirado por la borda este 4M, y a cuenta de lo relatado no parece que haya propósito de enmienda. Ejemplos no faltas en círculos y ambientes que debían caracterizarse por su capacidad de introspección y coherencia intelectual. Ahí está el caso de ese manifiesto de intelectuales y artistas, Ahora sí, suscrito por personas por otra parte tan respetables como Antonio Muñoz Molina, Manuel Rivas, José Antonio Martín Pallín, Víctor Sampedro, Belén Gopegui y así hasta 268, para <<conseguir que la derecha y la ultraderecha salgan del poder en la Comunidad de Madrid después de 26 infernales años de atentados contra los derechos y la dignidad de la mayoría ciudadana>>.
Pablo Iglesias pedía que <<vote la mayoría>> y la inmensa mayoría ha seguido su consejo como nunca en la historia de unas elecciones en la comunidad de Madrid, provocando su injustificado abandonó de la primera línea política. Espantada que ha dejado en un renuncio a la bien situada Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo que lamenta por twitter el alud de EREs desatado por la gran banca (con el mayor índice de paro juvenil de la Unión Europea), cuando durante la campaña dijo <<Pablo es capaz de cambiar la historia de este país>>.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid