En los últimos años ha ido adquiriendo relevancia en determinados circuitos de nuestro país la cuestión del cooperativismo. El libro Cooperativas y Socialismo. Una mirada desde Cuba, que ha organizado y compilado la investigadora del Centro de Estudios de la Economía Mundial Camila Piñeiro Harnecker, es un impulso importante en este sentido. Ella plantea en su texto introductorio que este material es una contribución al “buen ’parto’ del nuevo cooperativismo cubano”, pero en honor a la verdad tendríamos que decir que ese nuevo cooperativismo cubano, con determinadas características, proyecciones y limitaciones ya ha venido naciendo entre nosotros hace algunos años antes.

A falta de una historia del socialismo en nuestro país en los últimos 50 años, que incluya y sistematice los disímiles y diseminados esfuerzos que han llevado a cabo de manera anónima y silenciosa individualidades y colectivos para socializar y comunizar la vida en Cuba, pudiéramos decir que el movimiento hacia un nuevo cooperativismo ha surgido como parte de

A falta de una historia del socialismo en nuestro país en los últimos 50 años, que incluya y sistematice los disímiles y diseminados esfuerzos que han llevado a cabo de manera anónima y silenciosa individualidades y colectivos para socializar y comunizar la vida en Cuba, pudiéramos decir que el movimiento hacia un nuevo cooperativismo ha surgido como parte del creciente debate de proyectos de país que está emergiendo por disímiles vías y, por otro lado, en sectores muy reducidos, pero persistentes, de la academia de las ciencias sociales.

En medio del ya casi olvidado debate público que se generó a inicios de 2007 en torno al llamado período del “quinquenio gris”, un individuo, desconocido en ese momento, Pedro Campos Santos participó brevemente en ese cónclave con unos planteamientos que causaron estupor y desconcierto en el medio artístico e intelectual en que fueron expresados, donde señaló la necesidad de repensar nuestra sociedad y la revolución cubana desde las perspectivas de lo que él denominó la “autogestión socialista” y dentro de esto el cooperativismo, ante lo cual algunos plantearon que era un tema poco pertinente para lo que se estaba debatiendo.

De este debate se fueron conociendo y articulando los individuos que conformarían en poco tiempo el inusual colectivo “Socialismo Participativo y Democrático”, el cual, ha creado el boletín digital homónimo que en los últimos cuatro años ha distribuido 103 números entre miles de lectores con valiosas e inéditas contribuciones, análisis de coyuntura, artículos de fondo, etc., que convierte a ese colectivo en el grupo que en los últimos años más empeño y sistematicidad ha puesto en contribuir con una propuesta programática integral para un socialismo participativo, basado en la autogestión social y empresarial, donde el cooperativismo es un pilar fundamental.

Proyecciones igualmente tendientes a potenciar el cooperativismo en Cuba son visibles en el Equipo de Estudios Rurales de la Facultad de Sociología de la Universidad de La Habana, el cual ha desarrollado un notable volumen de investigaciones desde 1992 a la fecha, al calor de lo que se denominó en un momento determinado como el “nuevo modelo agrario” que trajo consigo la implementación de las llamadas Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC). Si bien este colectivo académico ha estado sujeto a las normas disciplinarias propias de la academia, han hecho visibles sus contribuciones en libros, artículos y un voluminoso número de tesis de licenciatura y maestría (1).

En este mismo terreno no se puede dejar de mencionar la sostenida y poco articulada contribución que están haciendo las Facultades de Derecho de distintas provincias del país respecto al tema. Conocemos directamente las de la Universidad de Oriente, La Habana, Holguín y Camagüey, donde anualmente se están produciendo tesis de licenciatura y maestría que están abordando las problemáticas legales del cooperativismo en distintas regiones de Cuba. Del Centro de Estudios sobre Desarrollo Cooperativo y Comunitario de Pinar del Rio conocemos menos de su trabajo, pero cuenta en este libro con una representación de su obra que más adelante analizaremos sintéticamente.

Como se hace visible, en este mapa preliminar sobre lo que Camila Piñeiro pudiera haber incluido en su definición del nuevo cooperativismo cubano, en él hay un predominio de lo intelectual y académico sobre el cooperativismo práctico, pero habría que precisar que en el caso de SPD, en su condición de colectivo intelectual autónomo, ha desarrollado, al calor de la relación orgánica con la Red Observatorio Crítico, prácticas muy incipientes de autogestión en su funcionamiento, pero que son muy poco comunes en nuestros medios y coherente con los postulados que propugnan.

Por otro lado, a pesar de su limitado carácter intelectual y académico, circunscrito a reducidísimos núcleos, sin vínculo sostenido con los que lo han practicado, el nuevo cooperativismo cubano, con sus escasísimos medios, disparidad de voluntades y de escenarios institucionales donde ha emergido, ha tenido la capacidad de ganar espacios como una propuesta alternativa de socialismo en discretos pero crecientes ámbitos de nuestra sociedad, frente a lo que podemos denominar de forma minimalista como la creciente corriente del cuentapropismo.

Una tendencia de ideas como esa, hoy dominante en la política estatal cubana, emergió más como práctica que como discurso a inicios del llamado Período Especial, pero comenzó a sistematizarse entre algunos intelectuales ya a fines de los 90, en buena medida estimulado por las facilidades de movimiento y de gestión socioeconómica personal que concedió el Estado a los artistas y creadores afiliados a la UNEAC. De aquí comenzaron a delinearse las primeras formulaciones, tales como:

“(…) el riesgo no es que haya capitalistas en Cuba (…) [sino] que los capitalistas y los políticos coincidan en las mismas personas (…). Un discreto y sostenido desarrollo de la iniciativa privada, dentro de las leyes (…) es necesario para propiciar el acelerado crecimiento de las fuerzas productivas, [revalorizando] la obtención legal de ganancias (…) que no disminuya el respaldo hacia los más humildes y que acelere todo lo posible el crecimiento productivo.”(2)

Frente a una corriente de pensamiento como esta, que concibe el socialismo como una normatividad jurídica restrictiva de la acumulación privada de riquezas y un mecanismo externo a la propia sociedad para la redistribución aritmética del caudal que genera el estado empresario y la pequeña empresa privada; un socialismo que naturaliza el régimen salarial como la forma por definición de retribución del trabajo, sólo en su condición de mercancía; el nuevo cooperativismo cubano ofrece, en nuestro contexto, la única propuesta de socialismo no sólo como preservación de logros pasados, sino como horizonte de futuro y anuncio de postergadas nuevas relaciones sociales de hermandad y fraternidad entre las personas.

La promesa del nuevo cooperativismo cubano es la única que mantiene en su perspectiva el deseo y la posibilidad de hacer del trabajo no sólo una obligación moral, sino también un medio enriquecedor de la personalidad y por tanto del tejido social, la vida colectiva en Cuba, en síntesis el nuevo cooperativismo cubano es la única corriente socialista en Cuba que no concibe el socialismo como una socialización privatizada de lo colectivo.

El libro Cooperativas y Socialismo. Una mirada desde Cuba, viene a remediar un lógico problema que han tenido los empeños de ese nuevo cooperativismo cubano: el de no ser profetas en su propia tierra. En tal sentido la compilación de Camila Piñeiro articula un amplio campo internacional de experiencias y problemáticas que ofrece una oportunidad única al lector cubano de conocer de primera mano, con una buena representación en países de Nuestra América, lo que ha significado el movimiento cooperativista para amplios sectores populares en nuestra región más inmediata. De esto se encarga la sección Las cooperativas en otros países. Destacan aquí los trabajos “Mondragón: los dilemas de un cooperativismo maduro” Larraitz Altuna Gabilondo y otros, “Cuarenta años de autogestión en vivienda popular en Uruguay. El modelo FUCVAM” de Benjamín Nahoum; “Economía solidaria en Brasil: la actualidad de las cooperativas para la emancipación histórica de los trabajadores” de Luis Inácio Gaiger y Eliene dos Anjos; “Autogestión obrera en Argentina: problemas y potencialidades del trabajo auto gestionado en el contexto de la poscrisis neoliberal” de Andrés Ruggeri y “De las cooperativas a las empresas de propiedad social directa en el proceso venezolano” de Darío Azzelini.

Todos estos, textos de gran actualidad no sólo por lo presente de estos empeños, sino por la operatividad sostenida en el tiempo y la vocación de compromiso con los más humildes, como el caso resaltable de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Viviendas por Ayuda Mutua, con cuatro décadas de existencia demostrando la viabilidad y pertinencia de los valores de la solidaridad y la ayuda mutua en el desarrollo del ramo de la construcción de viviendas populares de calidad, pero también en la construcción de convivencias comunitarias basadas en la transparencia y la gestión colectiva horizontal.

Muy cercano a nuestro entorno de interacciones nacionales es el texto de Darío Azzelini el cual aborda la trayectoria de la experiencia cooperativista más reciente en el país con el que más vínculos tiene la sociedad cubana hoy: Venezuela. En este texto se señala cómo en el más reciente movimiento cooperativista venezolano

La idea inicial de que las cooperativas de forma natural ’producirían para la satisfacción de las necesidades sociales’ y que la solidaridad interna de las cooperativas, basada en la gestión colectiva, ’se extendería de manera espontánea a las comunidades locales’ se reveló falsa. La mayoría de las cooperativas siguieron la lógica del capital. Se concentraron en maximizar ganancias sin apoyar a las comunidades adyacentes (…) Este comportamiento (…) generó en algunos sectores del mundo del trabajo venezolano que se rechazara que la propiedad legal de los medios de producción quedara en manos de las cooperativas y (…) que todas las acciones de estas empresas pasen a propiedad estatal y que en cambio los trabajadores las gestionen democráticamente mediante un consejo de trabajadores [acompañados] por comunidades organizadas en consejos comunales u otras formas de autogobierno

En esta cuerda el ensayo de Azzelini ofrece un balanceado recuento de las falencias del cooperativismo venezolano, pero también los aprendizajes que han obtenido sus protagonistas, que son de igual utilidad para nuestra realidad cubana, teniendo a la vista no sólo las crecientes contradicciones y artificios con que se está desplegando el cuentapropismo vigente hoy en la Isla, ampliamente documentado por la propia prensa oficial, sino también la posible salida de una nueva ley de cooperativas en Cuba.

Sintomática resulta dentro del libro la sección Las cooperativas y los pensadores socialistas donde varios autores analizan la presencia del tema del movimiento cooperativista y la figura de la cooperativa en diversos pensadores, donde predominan los llamados clásicos del marxismo. Se nota en esta parte del texto la intención de la compiladora por conformar entre nosotros el canon de una especie de “cooperativismo marxista”, que tendría la virtud de hacerle frente en Cuba a los futuros cooperativismos “neutrales”, adaptables a cualquiera de las variantes de capitalismo existentes.

Es reconocible para cualquier persona partidaria de la profundización del socialismo en Cuba, la utilidad práctica de crear un campo gravitacional ideológico donde el cooperativismo forme parte orgánica del frágil tejido social anti capitalista cubano, pero eso a condición de que en ese nuevo ámbito no peligre el diálogo y el reconocimiento mutuo entre los diferentes… para luchar mejor contra los antagónicos y no se reproduzcan en el interior de ese entorno los habituales monopolios de la verdad y las exclusiones abiertas o solapadas entre las corrientes partidarias del socialismo.

Lo anterior se hace sentir en varios momentos de esta sección, cuando quedan disminuidos o simplemente ignoradas contribuciones al tema del cooperativismo como las hechas por Joseph Proudhon en el último periodo de su vida, la comuna de Paris, la primera Asociación Internacional de Trabajadores, la significativa obra de Piotr Kropotkin La ayuda mutua como factor de progreso, la obra del sindicalista revolucionario Ferdinand Pelloutier , el movimiento campesino anti autoritario ucraniano (“Majnovshina”), las masivas colectivizaciones libres llevadas a cabo por los trabajadores urbanos y rurales españoles en la llamada “guerra civil española”, la ancestral economía de la reciprocidad de las comunidades rurales andinas, entre otras muchas propuestas de ideas y hechos que, sin idealizarse y convertirse en contra cánones, pueden hacer una fecunda contribución a la historia internacional del cooperativismo.

Otro peligro que pudiera entrañar la instauración de un cooperativismo exclusivamente marxista lo sugiere la acotación de la editora en la página 13 del libro donde señala que en su texto entenderá “cooperativa” en el sentido específico de “cooperativa de producción (…) pues nuestro énfasis está en ese tipo…”. Este comentario podría introducir el riesgo de continuar reduciendo el campo de operatividad del fenómeno del cooperativismo en Cuba al de la producción, contribuyendo a que quede limitado el alcance de la propuesta cooperativista en Cuba hoy, simplemente hacia los escenarios urbanos, pero en claves igualmente productivistas. Con esto se podría volver a perder en nuestro país la oportunidad histórica de concebir el cooperativismo en el sentido de “un modo de convivencia social”, tal como lo expresa Humberto Miranda Lorenzo en su fecundo ensayo Las cooperativas y los pensadores socialistas y perder de vista las lecciones que están sacando los trabajadores y las comunidades venezolanas frente a las lógicas perversas del cooperativismo centrado sólo en la esfera empresarial.

El cuarto eje temático del libro “Las cooperativas y la construcción socialista en Cuba” es la contribución colectiva de un conjunto de académicos, consultores jurídicos de cooperativas, economistas y directivos de organizaciones cooperativistas internacionales, todos cubanos, que ofrecen, de manera muy poco usual en nuestros medios editoriales, un compendio de visiones y análisis sobre las trayectorias, los escenarios jurídicos e ideológicos en los que ha existido el cooperativismo en Cuba que es en sí mismo un documento de gran valor.

En esta sección se pueden leer trabajos como “Las cooperativas agrarias en Cuba: 1959-presente” de Armando Nova, “La UBPC: forma de rediseñar la propiedad estatal con gestión cooperativa” Emilio Rodríguez y Alcides López, “Notas características del marco legal del ambiente cooperativo cubano” y “Retos del cooperativismo como alternativa de desarrollo ante la crisis global…” de Claudio A. Rivera y otros autores.

En estos textos se hace visible el peso que ejercen los marcos institucionales en que se ha producido buena parte de los conocimientos sobre el cooperativismo en Cuba, la exigua interlocución directa de los investigadores con los sujetos cooperativistas cubanos (3), la ausencia de indagaciones del tema en la memoria oral popular y otras fuentes históricas, y el tipo de interpelaciones esencialmente económicas que establece el Estado sobre los cooperativistas, todo lo cual incide visiblemente sobre la naturaleza de saberes que articulan en esta sección los autores que abordan la cuestión.

Así, en una definición de cooperativa que proponen los investigadores Claudio A. Rivera Rodríguez y otros en el texto “Retos del cooperativismo como alternativa de desarrollo ante la crisis global…” ellos la conceptualizan como “una empresa que debe lograr ser eficiente y competitiva en el plano económico y también eficiente en el plano social. Solo así se logrará rescatar la verdadera naturaleza del cooperativismo”, una enunciación conceptual que resalta por su marcado carácter restrictivo y tecnocrático, donde queda desdibujada la condición de autónoma, voluntaria y democrática que debe también debe tener cualquier cooperativa.

Un texto como “Las cooperativas agropecuarias en Cuba: 1959-presente” de Armando Nova, en una lista de propuestas que el autor hace para “buscar las soluciones adecuadas tomando algunas medidas”, sugiere “Permitir que el productor pueda contratar libremente a la fuerza laboral que necesite”, lo cual reinstala, además de la eufemística jerga empresarial (“el productor”, “fuerza laboral”), al trabajo asalariado en un contexto donde, según lo expresan Rodríguez y López, ya muchas de las Cooperativas de Producción Agropecuarias (CPA) “(…) se han vuelto dependientes del trabajo asalariado, abandonándose uno de los principios del cooperativismo” (4) y produciéndose, derivado de esto, el fenómeno del “gigantismo”, en el cual el tamaño promedio de las CPA cubanas aumentaron en cinco veces de tamaño entre 1978 y 1992, igualmente señalado por Rodríguez y López; fenómeno similar, salvando las proporciones, a lo que se le señala críticamente a una empresa capitalista de origen cooperativo como Mondragón, por los autores del texto “Mondragón: los dilemas de un cooperativismo maduro”.

Un autor como Avelino Fernández Peiso con el propósito de caracterizar el marco legal del cooperativismo en Cuba hace precisiones muy interesantes donde rememora las formas de cooperativismo, que él llama “incipientes”, pero que sería más pertinente entenderlas como “desde abajo”, que emergieron al calor del triunfo del movimiento insurreccional revolucionario en el mismo año 1959, donde se pueden encontrar cooperativas de trabajo, de servicios y de consumo, en áreas cañeras, agrícolas, ganaderas, pesqueras, carboneras, de hilados, de maestros, tomando por referencia el libro de época La liberación de las islas de un hombre muy informado sobre esa realidad y muy influyente en ese momento como el comandante de la revolución Enrique Núñez Jiménez.

Informaciones como estas incitan a plantearse la necesidad de hacer otra historia del cooperativismo en Cuba mas allá del formalismo legal, para verlo en las prácticas y en los modos de apropiación de la ideología del cooperativismo por las distintas clases sociales en Cuba, lo cual permitiría matizar y enriquecer con contenidos históricos concretos las terminantes afirmaciones del propio Avelino Fernández referidas a que “(…) las carencias legales y reales no posibilitaron la socialización de una cultura cooperativa, ni el desarrollo doctrinal o práctico que las afianzara”, criterio que contrasta con una realidad histórica más rica e interesante, donde se podría poner a modo de simple ejemplo los empeños de los administradores del periódico habanero “El Siglo”, no solo por promover las bondades del cooperativismo entre sus lectores (5), sino también dentro de la propia empresa allá por el año entre 1865 y 1867, o en 1937 en la ciudad de las Tunas la inscripción en el Registro de Asociaciones de la Cooperativa de Agricultores de Vázquez, quienes en el preámbulo de la fundamentación de su Reglamento plantearon “Los que pueden sacarle frutos a la tierra con el trabajo cooperativo y solidario, no saben pedirle limosnas a los tiranos”

En esa dirección el autor Avelino Fernández propone un concepto en su texto como el de ambiente cooperativo que se podría perfilar mejor como herramienta analítica para nuevos empeños investigativos más allá de los entornos jurídicos, y que tengan una comprensión más abarcadora y detallada de la presencia del cooperativismo en la historia de Cuba y permita reencauzar los esfuerzos hoy anónimos que desarrollaron miles de personas en Cuba por echar a andar en medio de una sociedad brutal y opresiva como la vieja Cuba capitalista dependiente, un mundo mejor.

Los empeños colectivos que están detrás de Cooperativas y Socialismo. Una mirada desde Cuba deberán tributar a rescatar y potenciar esos empeños a riesgo de que el cooperativismo entre nosotros derive hacia otra fórmula empresarial para aumentar la producción, divorciada de las ansias de justicia, libertad y protagonismo de un pueblo que ha hecho y sostenido la revolución más radical en la historia de América Latina.

NOTAS

1. Ver el artículo de Niurka Pérez Rojas “Participación y producción agropecuaria en Cuba: las UBPC”. En: Temas no.11, julio-septiembre de 1997, que traza un plano sucinto, pero detallado de la producción intelectual de este colectivo y sus principales autores.

2. Figarola, Joel james: Vergüenza contra dinero. Ediciones Caserón. Comité Provincial de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Santiago de Cuba, 2008, pág. 36-37

3. Lo cual hace resaltar aún más el valor del trabajo del Equipo de Estudios Rurales que desde una perspectiva sociológica ha dado voz al sujeto cooperativista cubano, analizándolo desde variables tales como género, región y generación. Ver el texto “Participación y producción agropecuaria en Cuba: las UBPC”. Ob. Cit.

4. “La UBPC: forma de rediseñar la propiedad estatal con gestión cooperativa” pp.337-365

5. Ver: De la Torre, Mildred: Conflictos y cultura política. Cuba 1878-1898. Editora Política, 2006, pág. 64; Cepero Bonilla, Raúl: Obras Históricas. Imprenta Nacional de Cuba. La Habana, 1963 pp.279-280.

Por Marcelo “Liberato” Salinas (05.10.12)

Extraido de: Fondatíon Píerre Besnard


Fuente: Fondatíon Píerre Besnard