Cada vuelta de tuerca a la que someten a las personas trabajadoras en el actual capitalismo nos convence aún más de que la única esperanza está en la ruptura de los cimientos que sustentan al propio sistema.

Y esto no va a suceder mientras solo se contemple la salida electoral como muro contra el fascismo. La experiencia histórica nos recuerda (siempre) que al fascismo siempre se le ha hecho retroceder desde la acción directa organizada en barrios, pueblos y ciudades.

Hemos comenzado esta semana con los datos de la primera vuelta electoral en Francia, donde la lideresa de la formación política ultraderechista ‘Agrupación Nacional’ –hasta 2018 ‘Frente Nacional’-, Marine Le Pen, ha logrado el respaldo de la mayoría de quienes acudieron este domingo a las urnas. Estos resultados (33,5 %) la posicionan con ventaja respecto a otros candidatos más “moderados” (28,5 %) frente a la segunda vuelta electoral, que ha de celebrarse el próximo 7 de julio.

Nuestra socialdemocracia aquí, y el socialiberalismo en Francia, nos recuerdan, a través de sus altavoces mediáticos, que es la primera vez en la historia que la ultraderecha “vence” en unas elecciones legislativas francesas. El “juego” de la burguesía, desde que “tomó” el poder precisamente en Francia en 1789, no ha sido otro que el disfrazar de “sociales” sus políticas. Y a la vista está que justificar continuamente acciones impopulares con la “llegada del fascismo” no le ha servido en esta ocasión para frenar el poder de los discursos de odio de quienes pretenden obtener
suficiente respaldo para formar gobierno en solitario.

Nos necesitan en este juego, a pesar de que luego no cuenten con nosotras. ¿Por qué iban a tenernos en cuenta? Llevan siglos sin hacerlo, pero en Francia, en EE.UU. en España y en cualquier país donde la burguesía tiene el poder de controlar la vida de las personas. Un ejemplo muy claro lo vemos a diario en América del Sur, donde cientos de comunidades indígenas se niegan a dejar sus sistemas de debate y toma de decisiones para implantar la “democracia representativa”.

En el caso de Francia, llevamos años viendo cómo E. Macron (socioliberal que se define como un político “liberal y de centro” y cuyas ideas políticas “sirven tanto a la izquierda como a la derecha”) trata a la clase trabajadora. La represión no ha cesado o ha sido diferente bajo su mandato. Y nunca será distinta bajo el mandato de ningún gobernante que salga de las urnas. Porque el poder, como afirmaba la francesa Louise Michel, “está maldito”, y el pueblo, la gente, tiene que aprender a organizarse bajo otro tipo de sistemas que no pongan sus vidas en manos de un reducido grupo con intereses ajenos a los de la mayoría. Que un Estado sea una república o una monarquía, por
ejemplo, que sea “rojo” o “azul”, no garantiza que las ideas reaccionarias de los grupos fascistas dejen de avanzar y lleguen a cientos de personas, incluso a los barrios donde vive la gente más humilde y vulnerable, implantándose con fuerza.

En este sentido, hemos visto también cómo la extrema derecha, amenaza a las personas migrantes, con propuestas de expulsiones y retirada de derechos adquiridos como franceses de nacimiento. Pero es que, durante etapas anteriores, con gobernantes “más moderados” en este tipo de cuestiones, hemos asistido a la persecución de las mismas personas, e incluso se ha justificado el asesinato de ciudadanos a manos de los cuerpos represivos policiales. Nahel Merzouk tenía 17 años y vivía en un suburbio de Nanterre, y esto solo responde al repunte de la violencia policial en Francia que se ha experimentado en los últimos años, con “progresistas” y “demócratas” controlando las
instituciones. De hecho, la ONU ha declarado alguna vez que las fuerzas y cuerpos policiales
franceses “tienen un grave problema de racismo”.

La solidaridad, el apoyo mutuo y la acción directa son las únicas armas con las que cuenta la clase trabajadora –en Francia o en cualquier otro lugar del mundo- para enfrentar al fascismo. Pero estas armas no serán suficientes ni eficaces si la unidad y la formación de una conciencia de clase, sin ningún tipo de fisura en sus planteamientos, no se trabajan. De nada sirve inventar un “frente común antifascista” si quienes están en el mismo, una vez que tomen asiento en la Asamblea Nacional francesa, justificarán políticas neoliberales y acciones del Estado contra sus propios ciudadanos y ciudadanas.

Hoy más que nunca son fundamentales las organizaciones combativas y de clase, son el núcleo de acción más directo con la realidad de quienes sufren las consecuencias de las políticas que se deciden en despachos y parlamentos burgueses. El sindicalismo, tan perseguido como hemos podido ver en el Estado español, por ejemplo, con nuestras compañeras extrabajadoras de ‘La Suiza’ (Gijón-Asturias), sigue siendo una herramienta muy potente para mantener a raya a nuestros enemigos de clase. Y el sindicalismo, el combativo, no juega en la liga electoral burguesa. Nuestra
libertad no puede depender de quienes se sientan en los parlamentos con los fascistas y luego
pretenden utilizarnos para pararles los pies.

No funcionamos así ni pretendemos hacerlo. Con el fascismo no se debate ni se discute. Solo se le desarma y destruye.

Secretaría de Relaciones Internacionales de la CGT

(Imagen: Euro News)


Fuente: Secretaría de Relaciones Internacionales de la CGT