Artículo de opinión de Rafael Cid.

“La ética sin política es vacía, la política sin ética es ciega”

(Simon Critchley)

“La ética sin política es vacía, la política sin ética es ciega”

(Simon Critchley)

Cuando las urnas tocan a rebato (sístole), las aguas de la política separan orillas que hasta entonces habían estado selladas (diástole). Es un clásico del corazón del sistema, que se repite cada vez que hay elecciones a la vista. Llegado ese momento, el elenco que hasta allí había actuado como un coro rompe filas para mostrarse con todos sus atributos. Los amigos de la víspera se abroncan. Los adversarios a cara de perro ocultan lo mucho que bajo cuerda han compartido. Y los que hasta ayer ostentaban el poder buscan liderar el mantra de un consenso de rigor mortis que menosprecia a los segundones para posicionarse con ventaja en la línea de salida. Ese es lo que está sucediendo ante la escalada del 28-A y lo que le cuelga. Veamos.

Unidos Podemos (ahora feminizado como Unidas Podemos) y el Gobierno socialista han mantenido un intermitente idilio programático y presupuestario durante los ocho meses que ha durado el sanchismo surgido de la moción de censura. Con acuerdos de mínimos, solapamientos y cesiones de máximos por ambas partes en cómodos plazos. Pero nada más vislumbrarse la disolución de las Cortes, Sánchez e Iglesias se han echado al monte con una virulencia digna del pleito entre el casero ruin y el inquilino moroso.  De pronto, el UP que coronó a Sánchez en el parlamento al grito de “sí se puede” dice “no, es no” al acuerdo alcanzado tras tres años de debate sobre las pensiones en el Pacto de Toledo, y en la réplica su ex consorte le acusa de haber boicoteado una salida progresista al asunto. Cuando en realidad, si se avanza más allá de los titulares de la prensa y el pantallazo de las televisiones, lo ocurrido es que el partido morado no ha querido avalar un nuevo estrangulamiento del sistema público de reparto, que contribuiría a agravar aún más aspectos como la edad legal de jubilación o el cómputo para cuantificar la percepción (ya hablan de revisar las pensiones de viudedad). Precisamente lo que el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero perpetró en 2011 y su hasta hace poco su compañero de viaje Unidos Podemos había tolerado y bendecido con la indulgencia de un compinche. Para conjugar semejante desatino, la consigna del tándem Iglesias-Montero aquí y ahora es acusar a Sánchez de haber claudicado ante los poderosos (el eterno bálsamo de Fierabrás de los desubicados) y arrogarse para sí el mérito de la cacareada agenda social.

El segundo aspaviento tiene que ver con el borrado de huellas para impedir recordar a los votantes que “hunos (sic) y otros” no son tan distintos ni están tan distantes como pregonan en sus mítines carnavalescos. Cabe retroceder a asuntos tan bochornosos como el golpe de mano para la reforma exprés de la Constitución que modificó su artículo 135 al mandato de la troika. Algo de lo que ya nadie, ni a diestra ni a siniestra, quiere hablar. También, por más cercano, del “sí quiero” que tanto el PP de Rajoy como el PSOE de Sánchez dieron al estado de excepción que supuso en la práctica la aplicación del 155 de la C.E. en Catalunya. La impresionante manifestación del 16 de marzo en Madrid por el derecho a decidir, burdamente censurada por los medios, ha supuesto el último aviso sobre la emergencia antidemocrática que anida en esa injerencia autoritaria del Estado contra la sociedad civil.

Aunque para mayor abundamiento, y dado que aún colea y sus consecuencias pueden ser trágicas, ahí está el acoplamiento de PP, Gobierno, Ciudadanos y el malhadado Vox a favor de Guaidó, el “presidente encargado” de Venezuela, según Sánchez, a pedido de Donald Trump y los halcones del Pentágono. Un fascismo (¡fuera rojos!) y antifascismo (¡que vienen los fachas!) teatralizado dependiendo del color con que se mire. La construcción ideológica amigo-enemigo, sea real o impostada, contribuye a reforzar en el inconsciente colectivo las tendencias totalitarias enquistadas en las cloacas de los estados democráticos. Fragiliza la política de “todos unos” (democracia) hacia su forma pervertida “todos uno” (Estado), “bajo el encanto del nombre de uno”, como afirma Le Boétie frente al impulso despótico de Platón (“habéis sido creados para el todo, no el todo para vosotros”). Una metamorfosis que, en tiempos de consenso partidista, transmuta para hacer que la diana recaiga en el extranjero, el rojo, el inmigrante, el islamista o cualquier resistencia capaz de impugnar el modelo hegemónico. El último tribuno de esta escuela  inquisitorial ha sido el Rey Felipe VI al proclamar inadmisible que se relegue la ley “por una supuesta democracia”. Melonada real perpetrada urbi et orbi en ¡el Congresos Mundial del Derecho!, que por encima de todo retrata el calibre intelectual y moral del personaje.

Finalmente tenemos a los usuarios del poder que se juegan el to be or not to be en el rompe y rasga electoral. Son los que más exponen, en una escala que sitúa al Gobierno como el trofeo más preciado de la piñata partitocrática. Y como aún poseen el poder del BOE, lo convierten en un arma de clonación masiva, para reinar después de muertos, como el Cid Campeador. Por experiencia saben que metidos en campaña la inercia del statu quo les favorece. Medios de comunicación afines, la banca que financia generosamente sus actividades, funcionarios adictos a la espera de ver premiada su fidelidad y advenedizos en busca de una prebenda en la colosal pedrea institucional, reman en la misma dirección, al sol que más calienta. De esa extraña cosecha ya nos ha dejado ejemplos Moncloa forzando al límite la herramienta del Real Decreto Ley (RDL) con la excusa de “gobernar para la gente”. Incluso presenta como logros altruistas actos que no lo son y que en ocasiones ni su paternidad ostenta. Expone con orgullo medalleros que en realidad serían dignos de oprobio. Y si se tercia, en los estertores, se permite exigir el “voto útil” porque sin su guía, insinúan, todo sería llanto y crujir de dientes. ¡Gran inventó lo de sacar de nuevo a los ultras de la insignificancia institucional, mutándoles de bacteria a virus!

Las últimas semanas han aflorado muestras flagrantes de esa rebatiña. Se enfatiza como un éxito del PSOE en el poder la aprobación de la Nueva Ley Hipotecaria, afeando a Unidos Podemos haber votado en contra (entre otras cosas debido a que no obliga a la dación en pago ni garantiza la alternativa habitacional), cuando en realidad se trata de una disposición de la Unión Europea (UE) que lleva tres años de retraso en su trasposición a nuestra normativa. Con parecida magnificencia la prensa amiga informa que “el Gobierno salvará por decreto subir a 16 semanas el permiso de paternidad” (ojo a la tipografía buenista del titular de El País), mientras se oculta que ya el pasado 26 de enero Bruselas aprobó su elevación “al menos a 4 meses”. Se vende como un avance democrático que “Interior propone regular por primera vez la figura del confidente policial”, sin la menor crítica al tufo orweliano que eso entraña, ni sacar consecuencias del desastre que supuso el 11-M (perpetrado por confidentes policiales) o el affaire mafioso del caso Villarejo (también se ha admitido a priori que los partidos puedan hacer “perfiles ideológicos” de los votantes rastreando sus currículos  en internet). Asistimos al esperpento de las idas y venidas con la momia de Franco haciéndolo compatible con que el Estado democrático que tanto celo pone en la trashumancia de los restos de aquel “Caudillo por la gracia de Dios” nada haga para anular los juicios de la dictadura, que son la estela viva de su criminal régimen.

Todo eso ocurre en la realidad representada por la corrección política y sus intérpretes. Con signos que alcanzan el nivel de barbarie legal. Como la omertá cómplice de “hunos y los otros” ante la militarización del salvamento marítimo a los emigrantes, para entregarlos en apartheid al tirano de Marruecos a golpe de talonario, al tiempo que el ministro Grande-Marlasca habla por enésima vez de “modificar” (sic) las concertinas. Y ello mientras los buques Open Arms y Aita Mari, fletados por ONGs para rescatar náufragos, llevan más de dos meses varados por el deliberado veto del Ejecutivo, tiempo en que han muerto ahogados más de 500 inmigrantes en su zona de operaciones. Mientras,  el alter ego mediático del eje Moncloa-Ferraz, publica tribunas periodísticas pontificando sobre la “aportación de los inmigrantes” (El País, 23 de febrero. Algo, desde la razón, sobre mujer e inmigración) o dando lecciones de ética acerca de  la “polarización de la política y la fractura que produce en la sociedad española” (El País, 7 de marzo. ¿Recesión democrática?), de dos incunables del PSOE, José Antonio Griñán y Manuel Chaves, ambos  ex presidentes de la Junta de Andalucía y reos pendientes de sentencia por el caso de los ERE, la presunta mayor estafa de dinero público habida en España desde la transición. ¿Se imagina alguien a Luis Bárcenas y a Rodrigo Rato exhibiendo a toda página sus experimentadas visiones sobre las penurias de la población en riesgo de exclusión o la calidad de una democrática asediada por la corrupción? Es como lo de Pedro Sánchez al homenajear al exilio republicano depositando una corona con los colores de la bandera de la monarquía designada por Franco sobre las tumbas de Antonio Machado y Manuel Azaña, muertos en el olvido y el destierro. También se hizo la foto la víspera del 8-M junto a la de Clara Campoamor, factótum de la aprobación en 1931 del sufragio femenino por la Segunda República, a pesar de que no todos los diputados socialistas de entonces lo apoyaron. Indalecio Prieto y Margarita Nelken, votaron en contra por considerar que la mujer no estaba preparada para actuar en política con criterio propio por la nefasta influencia de la Iglesia.  Actos pre-electorales consumados sin que cupiera un decoroso mea culpa sobre la responsabilidad de la sedicente izquierda (PSOE y PCE) en los albores de la transición al dar la espalda a la legitimidad republicana comulgando de hoz y coz con el borbonato para poder optar al poder legado por la dictadura. Por cierto, y casi sin venir a cuento, en estas fechas nadie parece acordarse de una pionera de la “revolución feminista”, la gallega Hildegart Rodríguez Carballeira. Resulta políticamente incorrecto…porque iba por libre.

Sin disenso la democracia es un croar de ranas en un estanque dorado. La erótica del poder deviene onanista.

Rafael Cid

(Nota. Este artículo se ha publicado en el número de Abril de Rojo y Negro)


Fuente: Rafael Cid