Artículo publicado en Rojo y Negro nº 390 junio.

Guiomar Rovira (Barcelona, 1967) es profesora de Ciencias Políticas en la Universitat de Girona y autora de los libros Zapata vive!, Mujeres de maíz, Zapatistas sin fronteras, Activismo en red y multitudes conectadas. En 1994 informó desde el primer minuto del levantamiento zapatista que le pilló en Chiapas con una mirada que nos acercó a las pulsaciones de ese movimiento novedoso para la izquierda del mundo entero. Ha publicado múltiples artículos y ensayos académicos sobre redes transnacionales, movimientos sociales y feminismos. Ha sido profesora en la licenciatura en Comunicación Social y en el máster en Comunicación y Política de la Universidad Autónoma Metropolitana, en México, donde vivió 28 años. Su último libro es #MeToo. La ola de las multitudes conectadas feministas (Bellaterra Edicions, 2023).

-En el libro señalas que “las amigas son un factor protector y la primera instancia de la salvación”. ¿Hasta qué punto ha sido importante para las mujeres el movimiento feminista en la politización de las relaciones sociales?
En el libro parto de la idea de que el #MeToo es posible como parte de la ola de las multitudes conectadas feministas. De repente, igual que establecemos complicidad con nuestras amigas cercanas, aprendemos a creer la palabra de otras mujeres y establecemos redes de amistad política. De esta manera les creemos cuando nos cuentan qué les ha pasado, somos capaces de extender esa capacidad de escucha a aquellas que se atreven a romper el silencio. Así hacemos posible lo que Linda Alcoff llama “la factibilidad del eco”, acogemos la palabra de la otra con un “yo te creo” o un “a mí también” (MeToo). Ese fenómeno de espejo, de capacidad de articular lo inefable, de darle voz a aquello que no podía ni siquiera ser dicho y que por fin vamos enunciando con relatos parciales, difíciles de articular, se va abriendo en primera persona a través de una red extensa e ilimitada de resonancias que abre conversaciones en todo tipo de espacios: los barrios, familias, escuelas, lugares de trabajo, deporte, etc. Es una catarsis imprescindible que se tiene que atender. Hay que tomar en cuenta que la cultura y la reflexividad cultural por milenios han omitido las voces de las mujeres, de los cuerpos feminizados y de sus experiencias encarnadas. Por eso en el libro digo que frente a la estrategia del poder que es imponer el silencio sobre el acoso, el abuso y la violencia sexual, el MeToo impone la táctica de “contar y contarnos”, de narrativa y de número, esa cifra incontestable de testimonios que muestran que no estamos locas y que no se trata de un hombre malo o una manzana podrida, sino de una realidad estructural.

-¿Por qué ha reaccionado tan mal una parte de la izquierda al hecho de romper la subordinación de intereses y pasar al primer plano el #MeToo o la defensa de las identidades?
Esta es la pregunta más dolorosa. Y es que nos cuesta mucho mirar nuestra propia subjetividad sexual y reconocer que nuestro “disco duro” está formateado en la cultura patriarcal. Nos incomoda porque somos cómplices de este sistema que se basa en el abuso de poder, que es el abuso de poder sexual. La izquierda siempre ha sido renuente a tratar los temas de género. La cantinela eterna que hemos escuchado siempre en los espacios activistas es que hay cosas más urgentes. El problema que pone en escena el feminismo es que todo es urgente a la vez porque todo forma parte de una estructura de poder que nos divide, clasifica y hace infelices. La excusa de jerarquizar los agravios es eludir que lo personal es político, que hay que atacar de raíz, el poder no está afuera, nos habita y se ceba en la dominación material que es política sexual.

-En anteriores trabajos has escrito sobre la importancia de las redes activistas en Internet como lugar de acción política. ¿El #MeToo o #YoSíteCreo son ejemplos de esta potencia colectiva?
Por supuesto, el MeToo es acción directa digital, emplea las mismas tácticas de la acción directa, que es saltarse todos los canales civilizados e institucionales, no cree en los tribunales ni en los grupos de atención a víctimas. MeToo exhibe en el espacio digital el daño y lo hace estallar con el nombre del presunto perpetrador, poniendo en jaque lo más preciado del sistema patriarcal: la reputación de los hombres. Eso es imposible como ejercicio individual, pero como fenómeno agregativo colectivo ha mostrado su potencia transgresora y plebeya: jamás se habían visto exhibidos tantos hombres poderosos. Es por supuesto una forma de acción que tiene muchos riesgos, es violenta, hace daño y puede luego revertirse contra las activistas, como ya hemos visto con una brutal cibermisoginia de los últimos años y tantos juicios por difamación. Es muy difícil cambiar y nuestra capacidad de negación del problema es inmensa, porque nos remueve todo: nuestras complicidades, nuestros afectos, la manera en que hemos orientado nuestro deseo, lo que hemos consentido y no sabíamos… Lo más terrible: la camaradería entre hombres, la fraternidad violenta donde se juega el rol de la masculinidad.

-Al mismo tiempo, las redes sociales se han convertido en lugar de fake news, difamaciones, polémicas tergiversadas… ¿cómo se navega en medio de esas dos sinergias?
Este es el tema más preocupante. Las redes no se han convertido en espacios de conversaciones liberadoras y emancipadoras, no son redes contra el poder como soñábamos en los noventa. Hoy son redes extractivas, en manos de las corporaciones más poderosas del planeta. Esta es la paradoja de esta cuarta ola feminista que surge cuando ya la mitad de la población del mundo está conectada y genera conversaciones imprevistas a nivel transnacional que hackean el sistema, pero la barbarie, la guerra y la explotación se han desbocado y el extractivismo de datos opera como un nuevo eje de desigualdad y colonialismo.

-Estuviste en la revista libertaria La Lletra A y en el movimiento okupa de Barcelona en la década de los ochenta. ¿Cómo conecta esa práctica de antagonismo social con la actual?
Forman parte de lo mismo: hay muchos mundos pero todos están en este, hay muchas luchas pero todas están en esta. La década de los ochenta puso en el centro la rebelión político estética, abogaba por abrir el presente en la forma y en el fondo, lo queremos todo y ahora. La política prefigurativa no espera que llegue el futuro utópico para experimentar y hacer, crea un momento del ahora. El punk lo dejó claro. Y entonces hay que hacer lo que se pueda con lo que tenemos a mano, sin esperar el momento perfecto: el Do It Yourself que luego heredó la cultura hacker. Hay que hackear el sistema por donde se pueda. También esta ola feminista hackea todas las formas de los movimientos sociales, sus vicios jerárquicos y patriarcales, sus místicas heroicas, sus liderazgos machistas. Creo en el poder de la comunicación para la emancipación, cuando hacíamos La Lletra A esa era la fuerza que nos movía y la que nos sigue moviendo: cambiar las condiciones materiales que sostienen el poder, cambiarnos las mentes, no desear la opresión, cuidar y trabajar nuestros sentires y nuestros haceres, no jerarquizar, ser antidogmáticas, antiautoritarias, abogar siempre por la cooperación y no por la competencia.

-El 93% de los delitos sexuales cometidos en México no se denuncian ni se investigan. Al mismo tiempo, México tendrá por primera vez una presidenta. ¿Cómo se explica esta contradicción?
En México el mayor movimiento social es paradójicamente el de las familias buscando a sus desaparecidos, rastreando el territorio hasta encontrarles. La ola feminista se alió también con ellas, con esas madres principalmente. Y es que desde el 24 de abril de 2016 irrumpieron en las calles las multitudes conectadas contra los feminicidios que auguraron lo que iba a pasar en todos los espacios: una revuelta de las mujeres y de los cuerpos feminizados que ha tomado el carácter de revolución cultural. Uno de los puntos de inflexión de esta ola fue sin duda la campaña del #MeToo Mx en 2019, que marcó la radicalización de las protestas en las calles y en los centros educativos, con acción directa, quema de mobiliario urbano y grafiteada de monumentos históricos. Las universidades hicieron sus propias denuncias y las mujeres okuparon durante meses los espacios para exigir el fin de la complicidad con los violentadores sexuales. El MeToo en México fue un revulsivo y una tremenda experiencia organizativa, las cuentas de Twitter no fueron individuales, sino que se crearon de forma colectiva y por gremio para cuidar la identidad de las denunciantes y a la vez exhibir los nombres de los denunciados. Fue tremendo el activismo afectivo: reuniones, asambleas, talleres, reflexiones, donde participaron todo tipo de mujeres, abogadas, psicólogas, comunicadoras que daban talleres sobre cómo escribir tus experiencias…

-En 1997 publicaste Mujeres de Maíz sobre combatientes zapatistas. Ahora que se celebran 30 años del levantamiento, cuál es el análisis que haces de la relación entre zapatismo y feminismo.
Las mujeres del EZLN fueron pioneras para muchas de nosotras. Nos mostraron que la lucha dentro de la lucha es imprescindible. Ellas fueron las primeras en señalar que no se puede esperar a después, no hay después. El Ya basta! tiene que incluir a las mujeres. La mayor Ana María, joven indígena y campesina, fue la responsable militar de la toma de la principal ciudad durante el levantamiento zapatista. Las capitanas y las insurgentes del EZLN transformaron desde dentro la lucha e interpelaron a todas las comunidades y al mundo contra las violencias imbricadas del sexismo, el racismo y la pobreza. Es gracias a ellas y a las comandantas del Comité Clandestino Revolucionario Indígena como Ramona y Susana que la autonomía zapatista puso en el centro el territorio, la vida y el cuidado. Los procesos de emancipación no siguen recetas ni dogmas revolucionarios, cada contexto marca su ruta y hay que entenderlo sin paternalismos coloniales. Creo que la lección desde el zapatismo es la idea de ir más allá del feminismo, no creer que solo Occidente sabe qué significa liberación, sino que “las mujeres que luchan” somos muchas más que las que se han identificado con el feminismo y que tenemos que escuchar y dejarnos habitar por otras matrices civilizatorias para reconstruir este mundo herido y abandonar el mandato de muerte del capital, que hoy en día es la máxima representación del patriarcado.

Jacobo Rivero


Fuente: Rojo y Negro