Ante el retroceso político y social actual, lo lógico y consecuente -para cuantos pretendemos combatir el sistema político-económico en vigor- es preocuparse por potenciar esos movimientos cívicos que, en España y en el mundo, lograron reunir una multitud plural de personas dispuestas a manifestar su indignación contra tal sistema por desear un mundo mejor para todos. Esos movimientos que, como el 15-M y el OWS (Ocupar Wall Street), protagonizaron un hecho histórico sin precedentes: la concienciación de gran parte de la ciudadanía sobre las causas de su indignación y la fuerza que representa la unidad en la pluralidad y en el consenso no impuesto.
Una concienciación que ha contribuido -además- a deslegitimar los poderes del actual sistema de dominación y explotación capitalista, aún más de lo que ya lo estaban en el imaginario colectivo. Al punto de poner en causa el propio sistema de representación «democrática» (las elecciones) y todas sus instituciones. Una deslegitimación de la clase política en general y de sus formas de hacer política.
Una concienciación que ha contribuido -además- a deslegitimar los poderes del actual sistema de dominación y explotación capitalista, aún más de lo que ya lo estaban en el imaginario colectivo. Al punto de poner en causa el propio sistema de representación «democrática» (las elecciones) y todas sus instituciones. Una deslegitimación de la clase política en general y de sus formas de hacer política. Incluyendo la de los que siguen proponiendo el «socialismo» autoritario, pese a que ya casi nadie lo considera una alternativa deseable.
Ahora bien, ser conscientes de la deslegitimación de la clase política no quiere decir que no seamos también conscientes de que debemos enfrentarnos a una coyuntura, económico-financiero global, que ha mermado la capacidad de resistencia de los explotados, y a un entorno, político-cultural autóctono, que por estar totalmente sumiso a los dictados del Capital internacional hará cuanto pueda por dividirnos. Pues, aunque sea el funcionamiento inmoral de tal coyuntura y tal entorno el que ha llevado a una mayoría de la población a dudar de la legitimidad de la legalidad del actual sistema económico-político y de sus representantes, la realidad es que su capacidad desmovilizadora y corruptora sigue siendo aún grande y eficaz…
Algunos casos producidos en estos últimos tiempos lo prueban y nos obligan a tenerlo en cuenta. Tanto en los casos de individualidades que se han integrado en sus Instituciones como de otras que han lanzado «iniciativas» para volver al redil, de la «oposición» partidista, a grupos de indignados reilusionados con el señuelo electoral. Pues inclusive en los casos en que sus protagonistas pretenden, de buena fe, dar un cauce concreto a la indignación, estas «iniciativas» conducen inexorablemente la indignación por derroteros de domesticación. Tanto cuando acaban convirtiendo «indignados» en «Señorías» como cuando sólo generan división con el cuento de proponer «nuevas formas» de hacer política…
¿Cómo pues no preocuparse por encontrar modos de acción e iniciativas que ayuden a sumar en vez de restar fuerzas a la indignación? Modos de acción e iniciativas que contribuyan a potenciarla y a impedir que el sistema pueda alcanzar su objetivo desmovilizador para volver a los ciudadanos a lo de siempre…
Estas reflexiones vienen a cuento por la presentación pública del «Partido X» y la publicación en varios medios de una reciente entrevista a Alberto Garzón, el «indignado» convertido en «Señoría» en las últimas elecciones nacionales, y también por un artículo de Rafael Cid proponiendo «tomar los municipios en las elecciones municipales del 2015».
Iniciativas domesticadoras
En cuanto al Partido X y a Alberto Garzón, coincidentes en considerar lógica y pragmática su vuelta al «déjà vu» electoral para «cambiar el sistema desde dentro», sus argumentos son los mismos que utilizan los epígonos de la Izquierda Institucional para «justificar» la integración de ésta al Sistema, como «Oposición legalista», y para descalificar a los movimientos de los indignados, acusándoles de no ser «prácticos» y «operativos», por su empecinamiento en mantenerse en «posturas antijerárquicas» y «no tener programa» ni «presentar reivindicación alguna». Es decir: la misma cantinela de la derecha que trataba a los indignados de «perroflautas» delirantes por no tener y no querer tener «dirigentes» ni «portavoces». Y, en el mejor de los casos, la acusación es de no haber sido «capaces de transformar» sus multitudinarias manifestaciones y ocupaciones en «reales avances políticos»… Y ello, claro está, por su rechazo a los Partidos, inclusive a los anclados en la izquierda de la Izquierda. De ahí que, para estos «indignados» -cansados de no ser prácticos y buscando reciclarse en la política tradicional-, no haya otra manera de poner fin a los estragos de la era capitalista neoliberal que la de volver a los mitos encantadores y a las ilusiones de antes. Es decir, la de crear un «movimiento social de masas, sólidamente enraizado en la izquierda» para participar en las elecciones y ganar votos…
¿Cómo estar contra un tal objetivo? Pero, ¿cómo olvidar lo que nos ha enseñado la historia? ¿Cómo se puede aún soñar con transformar el sistema integrándose en él? ¿Qué ganaría la saga deslegitimadora del 15M transformándose en participadora, renunciando a seguir siendo lo que hasta ahora le ha permitido existir e incidir positivamente en los debates y luchas sociales de hoy?
El rechazo a las elecciones no es por cuestiones ideológicas sino por estar convencidos de que, en el actual sistema, sólo sirven para domesticar a los ciudadanos al incitarles a esperar que los cambios vengan de arriba y no de ellos mismos. El antielectoralismo del 15M es la consecuencia lógica de su rechazo al sistema en vigor, no de la creencia en un dogma. Pues, aunque para algunos quizás si lo sea, para la gran mayoría de los indignados es un convencimiento surgido de lo que han vivido y de su conocimiento de la experiencia histórica.
El problema no es votar sino creer que votando se puede avanzar en la lucha anticapitalista y antiautoritaria. Y aún más cuando se quiere transformar el “no nos representan”, que grita la calle, en una parodia de “realidad legal” que servirá para institucionalizar esa nueva conciencia que ha creado la valiente, digna y solidaria protesta ciudadana.
Iniciativas concienciadoras
Muy diferente es la iniciativa que nos propone Cid; pues, aunque también nos hable de elecciones (las municipales de 2015), no lo hace para invitarnos a participar en ellas votando o para ganar votos, sino para ocupar los municipios y provocar así «una transición de avanzada que permita seguir acumulando fuerzas y crear derecho allí donde exista alguna brizna de democracia de proximidad (desde abajo, por supuesto)». Es decir, para crear una «plataforma» que, además de denunciar «el borrador que el gobierno mantiene oculto para reformar la Ley de Régimen local» (con la que pretende «liquidar miles de pequeños ayuntamientos pasando sus competencias a las nefastas diputaciones»), sirva para advertir a la ciudadanía «sobre el peligro del fetichismo electoral» y expandir «nuevas exigencias de acción directa y autodeterminación».
Cómo pues no compartir con él su preocupación porque «el espacio ciudadano que aglutina la ofensiva del inefable 15M sigue sin ser propiamente una polis», y cómo no estar de acuerdo en que es necesario, «para que arraigue una auténtica polís, donde la fuerza del demos revele toda su naturaleza democrática», que «el entorno urbano se funda con el medio rural, sin mutilaciones territoriales». Y, en consecuencia, en la creación de esa plataforma contra la reforma de la Ley de Régimen Local. Reforma que significaría «poner en marcha una suerte de desamortización antisocial que mercantilizaría los bienes comunes de esos municipios (bosques, tierras, pastos, etc.)» y que, además, reduciría aún más la capacidad del ciudadano a intervenir en las decisiones que le conciernen.
La propuesta de Cid no es para restar sino para sumar fuerzas, para potenciar la indignación a través de las formas de acción y de organización, la acción directa y la asamblea, que le permitieron al 15-M existir y ganarse grandes potenciales de simpatía entre la ciudadanía. Su iniciativa tiende a «explorar caminos» para potenciar la indignación a través de luchas por objetivos concretos, que conciernen a grandes mayorías de ciudadanos del entorno urbano y del rural, y que se inscriben en la línea asamblearia y de democracia directa que ha sido desde el principio la del 15-M.
Creo pues que las asambleas del 15-M harían bien en hacer suya una propuesta que busca construir, desde abajo, «una plataforma cívica, anticapitalista, solidaria, antipatriarcal y democrática que permita avanzar hacia un mundo mejor conservando la pluralidad, horizontalidad y creatividad del movimiento autogestionario que hoy significa el 15-M y aledaños». Y que, además, puede servir para descubrir, como dice Cid, «el autogobierno allí donde lo vives y puedes controlarlo, con todo lo que significa de acción directa, asambleísmo deliberante, no cargos, revocabilidad, autonomismo, y construcción federativa desde abajo, por los de abajo y para los de abajo».
Y lo creo porque tal iniciativa puede ser un buen medio para «levantar un proceso autónomo que, siendo vivero, yacimiento, escuela y despensa de prácticas autogestionarías», sirva «a la vez como cortafuegos y refutación integral del modelo de representación delegativa que ha acompañado al Estado en sus dos manifestaciones nucleares, como capitalismo de Estado y como socialismo de Estado». Es decir: «hacer orgullosamente innecesario el Estado al redescubrir la acción soberana del individuo en sociedad y en armonía con la naturaleza».
Además, aunque no se consiguieran todos esos objetivos y, al final, nos viésemos obligados a abandonar los municipios, como tuvimos que abandonar las ocupaciones de plazas y calles ante la insuficiencia de la movilización ciudadana, no creo que un tal «fracaso» pueda traducirse en menoscabo de la concienciación de la ciudadanía y en descrédito del 15-M. Al contrario, una acción de esa envergadura y de una actualidad tan apremiante no podría pasar desapercibida para los ciudadanos ni dejarles indiferentes, puesto que les concerniría directamente en su cotidianidad y en su manera de asumirla.
Claro es que deben ser las asambleas del 15-M las que analicen y valoren la capacidad actual del movimiento para asumir un tal reto y para decidir si lo asumen o no. Pero, me parece que el sólo hecho de analizarlo puede ser ya un buen paso para seguir buscando iniciativas proactivas que potencien la indignación e inciten al 15-M a no dormirse en sus laureles…
Octavio Alberola
Fuente: Octavio Alberola