¿Hasta qué punto un Estado puede ceder su soberanía a terceros sin dejar de ser un Estado soberano? Esta cuestión formulada por José Luis Pardo es una de las claves para intentar “comprender” la decadente situación político-social y económica en la que están instalados los gobiernos de los diferentes estados.

La comprensión se puede entender como un ejercicio subjetivo mediante el cual se elabora un significado aprehendiendo las ideas o los hechos más relevantes de un contexto, para relacionarlas con el significado de las ideas que poseemos. Pero, como siempre, nos encontramos con una dificultad en el camino de esta interrelación de ideas: quiénes o desde dónde nos aportan los datos y cómo.

La comprensión se puede entender como un ejercicio subjetivo mediante el cual se elabora un significado aprehendiendo las ideas o los hechos más relevantes de un contexto, para relacionarlas con el significado de las ideas que poseemos. Pero, como siempre, nos encontramos con una dificultad en el camino de esta interrelación de ideas: quiénes o desde dónde nos aportan los datos y cómo. Desde los medios de comunicación al servicio del poder, se nos proporcionan realidades ocultas y engañosas barreras para el entendimiento, las cuales se convierten en un obstáculo importante para la compresión. Muchos abandonan la indagación y se conforman con las noticias que reciben. Se enteran de algo sin profundizar, de manera que no llegan a alarmarse más de la cuenta, agradando a las posturas oficialistas. Aunque yo creo que tenemos la obligación de dar sentido a la información recibida indagando por nuestra cuenta, aunque sea a costa de graves reducciones y simplificaciones, para obtener de ella alguna utilidad. El mundo actual necesita nuevos parámetros de compresión y nuevas pautas de comportamiento que únicamente pueden adquirirse si se abandonan ciertos prejuicios ideológicos y culturales y, sobre todo, si se tiene el coraje de abordar la realidad levantando las máscaras y velos que hoy la ocultan y deforman.

Pero, la dificultad de esta realidad no nos asalta tan sólo a los ciudadanos de a pie. Ni tan siquiera los situados en las cúpulas de los Gobiernos tienen clara la respuesta a la pregunta inicial: ¿dónde reside el “Poder”?. Tal es la complejidad del asunto en su “defectuosa globalización”, que nadie sabe muy bien cuál es la frontera que lo delimita o, al menos, permita percibir dónde habitan los resortes que establecen porqué razón opera en un lugar y en un momento determinado, y no en otro. A nadie se le escapa la fuerza operativa de la que disfrutan, por ejemplo, los mercados financieros por medio de la especulación en cualquier lugar geográfico, sin importarle los efectos que puedan causar entre la población –los célebres “daños colaterales” o el empobrecimiento de las clases populares en diferentes lugares del mundo-, creando un nuevo estilo mafioso. Mientras pidan y se les pague, van a seguir pidiendo, y si no pagas, te expulsan de su mercado y el país elegido se hunde.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué hemos consentido un sistema, que sabemos de antemano que está corrompido? Quizás, el desmoronamiento de la honorabilidad pública de los políticos, que no la teoría política, ha sido catastrófico y ha facilitado el advenimiento enmascarado en el burdo, y a la vez enigmático, dominio de este mercado especulativo.

Por otra parte, sabemos que no se trata, tan sólo, de problemas locales. El corrupto tejido social se expande sin pausa por todas las geografías. Dicho esto, no es difícil aclarar la descomposición continua a la que están sometidos dos de los derechos principales que constituyen el egocentrismo del mundo europeo- uno de los principales culpables, creo yo-: la occidentalización, entendida como modelo cívico y racional exportable a través de las diferentes colonizaciones y neocolonizaciones; y, por otra parte, el derecho de los Estados a su propia soberanía, la cual condiciona el equilibrio de poder entre los mismos, de cuyo respeto depende una convivencía pacífica. Todo esto no es nuevo, el imperialismo es eje del dominio humano, mostrándose en su evolución con diferentes máscaras. Ahora le toca el turno al ultraneoliberalismo –por llamarlo de una forma-. Por lo que podríamos incluso suponer que nuestro proceso siempre es cíclico, lo que todavía pone más en evidencia la indefinida naturaleza de la mente humana, puesto que cuando esta se sumerge en la ignorancia el hombre hace de sí la regla del universo, lo que parece socavar cualquier posibilidad de conocimiento y comprensión, por consiguiente, de equilibrio vital para todos, que en definitiva es de lo que se trata.

Tampoco decimos nada nuevo si afirmamos que siempre existe una excesiva distancia entre los ideales y sus realizaciones. Pero, si las coyunturas, como hemos dicho, se conjugan cíclicamente, deberíamos percibir anticipadamente que las transformaciones sufridas dentro del contexto político, económico y social en el que participamos, nos dirigen, de nuevo, al desmoronamiento de lo que todavía no hemos conseguido nunca, lo que siempre permanece en el tintero de la teoría. Lo que reconocemos y conocemos como permanentes proyectos revolucionarios a los que nunca llegamos, por ende utópicos: la coexistencia del equilibrio humano.

Mientras nos miremos al ombligo, mientras actuemos, deliberemos y decidamos como sujetos y agentes en primera persona, en vez de sujetos en tercera persona, este mundo turbulento desbordado de hostilidades, guerras declaradas y todo tipo de corrupción que nuestro sistema neocapitalista de mercado ha conseguido, no agotará sus conquistas. Eso sí, a un precio muy alto: el apagón humano. La occidentalización ha consolidado una tendencia donde lo que prima es la economía, marginando, si es necesario, lo social. Hoy, el progreso se mide en términos económicos y, lo que es peor, el Estado y los partidos políticos se han rendido a ello. Mal gobierno es el establecimiento o fijación de unas políticas públicas erróneas y mala administración es su gestión o realización desacertada. Juntas las dos opciones se consigue el “desgobierno” que supone una condición distinta, puesto que lleva consigo la nota de intencionalidad y no la mera ignorancia o incapacidad que provocan un mal gobierno o una mala administración. Más, mucho más han contribuido al descrédito del régimen parlamentario las corruptelas que los errores, porque no se trata del fracaso de un sistema producido por la falta de condiciones intrínsecas de la vida, sino que es resultado de una cínica engañifa del mismo; de donde resulta una contradicción entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se ofrece y lo que se cumple; es tan flagrante, que no hay quien no concluya por declarar que todo es una farsa y una mentira. El resultado final no ha sido un Estado grande sino hinchado, sin fibra, débil, manejado por poderosos que lo utilizan a su gusto y se aprovechan de él como de un botín. El día en que los políticos confiesen que su objetivo es satisfacer su libido de poder y enriquecer a sus amigos y a ellos mismos, entonces no habrá desgobierno sino buen gobierno, puesto que hoy tales objetivos se están consiguiendo a la perfección

Hundida la honestidad de la clase política, juzgada corrupta por la mayoría, nos encontramos con la paradoja total: se ofrece la tarea de salvación a los corruptores, o a los que trabajaron al servicio de los corruptores. Los corruptores nunca nos librarán de los corruptos, pero si logramos acabar con los corruptos entonces, quizá si, podríamos hacer frente a los corruptores. Lamentablemente, la sospecha está fundamentada. Los principales partidos que aún rigen el país han albergado y amparado en sus huestes asombrosos casos de corrupción que casi nunca han denunciado con suficiente energía; como no se denunciaron durante largos lustros la especulación inmobiliaria y bancaria que abrió las puertas a la catástrofe económica. El ciudadano sospecha con razón cuando ve el destino económico de tantos antiguos representantes del pueblo: bancos, consejos de administración, jubilaciones milagrosas. Y se pregunta, como Xavier Diez: “¿qué servicios se están pagando? ¿Qué informaciones se están cobrando? Incluida la pregunta más delicada: ¿dónde está la frontera que separa a corruptos de corruptores?”

Los políticos ondean banderas de exquisita ideología, pero a la hora de la verdad van en busca de un botín, y si no lo dicen, lo piensan y si no lo confiesan, lo hacen. Los verdaderos beneficios no se derivan de un sueldo sino del ejercicio desviado del poder, ¿a cuántos juicios de políticos hemos asistido desde 1978? Aunque lo que ocurre no es nada nuevo ni sorprendente ya que, bien mirado, no es más que la prolongación del régimen caciquil, tan familiar por otra parte. Ya sabemos que estos procesos son cíclicos, por no decir que no terminan nunca, sino que mudan de piel.

Gumersindo de Azcárate, fundador de la Institución Libre de Enseñanza junto a Fernando Giner de los Ríos, escribe en 1885, (¡hace más de un siglo!), El régimen parlamentario en su práctica. En sus páginas ya nos advierte de que la mejor forma de gobierno, puede pervertirse hasta trasformarse en tan mala como las demás. A partir de aquí se hace una serie de preguntas que no tienen desperdicio, y además no han perdido actualidad, confirmando lo que anteriormente mencionábamos: que vivimos en un bucle histórico: “¿Qué culpa tiene la teoría de que los partidos políticos se conviertan en facciones que esclavizan a los pueblos, en vez de ser sus servidores, o en grupos buenos tan solo para dar alientos al caudillaje? ¿Qué culpa tiene que, a despecho de cuanto se dice de la división de poderes y de la independencia de cada uno, resulte luego el Ejecutivo siendo en realidad amo y señor, por donde no parece sino que el absolutismo no ha sido sustituido por el de siete u ocho? ¿Qué culpa tiene la teoría de que los Tribunales constituyan una dependencia del Poder ejecutivo, estén sus atribuciones mermadas, su libertad de acción impedida y sus fallos pendan de un halago, de una oferta o de una amenaza?”

El secreto de la política actual se encuentra en la falsificación de todas las instituciones y en la manipulación de todas las personas. Asistimos al abandono de la beligerancia de grupos de intereses como la banca y el empresariado que en la actualidad, apartándose de sus oposiciones e incompatibilidades tradicionales, están dispuestos a pactar con casi todos los partidos que, además, subvencionan simultáneamente bajo cuerda para asegurarse la benevolencia del Poder, gane quien gane. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Julián Zubieta Martínez


Fuente: Julián Zubieta Martínez