Una que se abre, otra que se cierra. Cuanto más abarca una, más se encoge la otra, y contra más se concentra ésta, tanto más grande se hace la primera. La que se abre es la represión judicial y policial, cuyo último hito es la detención de decenas de jóvenes de distintas organizaciones políticas y sociales.
En su expansión, cada vez afecta a más sectores y cada vez traspasa más capas, dejando en cada salto más razones : de la militar a la política, de la política a la cultural y de la cultural a la militante, siendo cada vez menos determinante el signo de la militancia, siempre y cuando sea disidente.
La que se cierra es la de la profundización en el llamado conflicto. Con las detenciones se provocan actos de kale borroka que se supone se pretendían prevenir. A más ilegalizaciones o clausuras de medios, menos posibilidades de que actúen quienes usan la política o las palabras. A más presos y más dispersión, más familias que sufren y que aprenden a convivir entre frustración, odio y tristeza. Es indiscutible que el estado no es el único artífice de esta dinámica que generaliza el conflicto y a la vez lo encona, siendo trágica y nefasta la estratégia militar de E.T.A., pero sí que es el estado el único que puede utilizar la criminalización como instrumento, ya quee en su seno se recogen las leyes y sus valedores : jueces, policías, clase política…
Es esta inercia totalitaria para mantener el orden social lo que ahora pretendemos abordar. La criminalización afecta a cada vez más sectores de la sociedad y de formas muy diferentes, con el denominador común de querer señalar y colgar siempre el cartel de «culpable». Las personas inmigrantes sin papeles son ilegales, las prostitutas son ilegales, los okupas son ilegales, los manteros son ilegales, cualquier utilización de la vía pública con fines divulgativos o reivindicativos es ilegal a la luz de cualquier ordenanza de civismo…
Parece oportuno responder a esta inercia autoritaria de alguna manera, antes de que haya más gente dentro de la cárcel que fuera, antes de que estar «fuera» sea como estar en una cárcel. Sabemos que detrás de la criminalización del pobre y de quien pelea se esconde un miedo atroz. Es el miedo del poder a las ideas o a reconocer legítimos derechos a quien siempre se vio desposeído de éstos. Es la resistencia que opone a que germine cualquier semilla que pueda cuestionar el orden de las cosas en el que está establecido este poder, que no es otro, que la primacía de lo económico frente a lo humano, de la uniformidad frente a la diversidad, de la acumulación frente al reparto o de lo inmediato frente a lo ecológico. En fin, que damos de nuevo con dos espirales, la de los derechos sociales y la del imperio la fuerza. Ya sabemos cual se abre y cual se cierra. Sólo nos queda, desde el fondo de la espiral, emerger a la superficie a través de la participación y de la democracia directa, buscando una sociedad más justa, con más derechos y ante todo más libre.
Colectivo Malatextos – Manolo Velasco