Hay cuatro cosas que todo el mundo sabe, sin necesidad de revisar la hemeroteca, sobre la guerra de Afganistán.
La primera, que su origen tiene lugar tras los atentados de las torres gemelas, el 11 de septiembre de 2001. Se justificó como colérica respuesta de EEUU contra el terrorismo islamista y el resto de potencias militares occidentales acudió, sumiso, a hacer coro.
La segunda, que se han esgrimido razones que la justifiquen tales como la falta de libertades y la opresión sobre la mujer que ejercían los Talibanes.
La tercera, que si la zona no tuviese ningún valor geo-estratégico y energético, los afganos tendrían el mismo placer de no conocer cómo las gasta la democracia que la inmensa mayoría de regiones del planeta en las que se violan derechos humanos sistemáticamente.
La cuarta, que se ha insistido mucho en denominar a la contienda como misión de paz en lugar de como guerra. Por lo tanto, los muertos que ha generado entre las fuerzas de ocupación han sido difíciles de digerir para la clase política dado que evidenciaban la crudeza del conflicto después de tantos años, y lo “poco agradecidos” que son los afganos cuando se les libera de la opresión y la tiranía.
Así mismo, hay cuatro reflexiones que cualquiera realiza acerca de todo esto.
La primera, que se trata, una vez más, del negocio de la guerra, en el cual se sustenta el actual orden mundial. El sometimiento de la mayor parte de la población mundial por parte de los países enriquecidos se consigue a través de las dinámicas económicas y políticas internacionales y en casos nada excepcionales, a través de operaciones militares que generan, como no puede ser de otra manera, muerte y destrucción.
La segunda, que muerte y destrucción son el pan nuestro de cada día en nuestro maltrecho planeta. En esta coyuntura, las potencias occidentales manejan una arbitraria vara de medir para justificar su violencia y satanizar la de los demás. A través de la propaganda y tertulias radiofónicas al uso pretenden hacer creer a la población que existen guerras por la paz.
La tercera, que cada vez que montan una guerra por la paz con el fin de democratizar y pacificar lo que era un avispero, dan paso a un escenario todavía peor que el que pretendían superar. En el caso que nos ocupa, se encuentran sorprendidos con que los afganos no entienden estas modernas cruzadas y que todavía no tienen tanta fe en el libre mercado como para sentir “gustito” cuando mueren en pro de la democracia formal. Francamente, a un afgano le da lo mismo morir a manos de un talibán que de un marine norteamericano, mandatado en última instancia por Barac Obama.
La cuarta, que es una auténtica vergüenza que otorguen a Barac Obama el premio Nobel de la Paz, dado el militarismo que propugna EEUU, así como la vigencia de la pena de muerte, la persecución a los inmigrantes, ocultaciones y falsas promesas sobre Guantánamo, etc. Ya a nadie le cabe duda de que se trata de un premio conchabado que responde únicamente a los intereses de los poderosos y del capitalismo.
Por lo tanto, hay cuatro cosas que podemos concluir y exigir en nuestro contexto más cercano.
La primera que, mejor hoy que mañana, las fuerzas de ocupación españolas salgan de Afganistán.
La segunda, que ésta será además la mejor forma de garantizar la seguridad de sus tropas, no enviando más, más ahora si cabe, cuando la armada se vuelve cebo para las clases más desfavorecidas por la crisis capitalista.
La tercera, que no queremos estar en guerra contra Afganistán ni aceptamos que las muertes que el ejército español provoca ahí estén justificadas (no oímos las habituales condenas sin fisuras).
La cuarta, que si quieres la paz, no haces la guerra. Trabajas por crear unas relaciones internacionales justas.
Colectivo Malatextos