Artículo de opinión de Rafael Cid

Confieso mi perplejidad política. No entiendo ni a Pablo Iglesias ni a Ada Colau respecto a la posición del tándem ante la cita del 1-O, la SuperDiada. Suena a un intento de soplar y sorber al mismo tiempo,  el placebo del movimiento estático. Aunque tengo que reconocer que esa parece ser la nueva divisa de la izquierda, emergente y anfibia. No otra cosa significa la abstención del nuevo PSOE (“Somos la Izquierda”) ante temas clave como la moción de censura propiciada por Podemos o el tema de la ratificación del CETA.

Confieso mi perplejidad política. No entiendo ni a Pablo Iglesias ni a Ada Colau respecto a la posición del tándem ante la cita del 1-O, la SuperDiada. Suena a un intento de soplar y sorber al mismo tiempo,  el placebo del movimiento estático. Aunque tengo que reconocer que esa parece ser la nueva divisa de la izquierda, emergente y anfibia. No otra cosa significa la abstención del nuevo PSOE (“Somos la Izquierda”) ante temas clave como la moción de censura propiciada por Podemos o el tema de la ratificación del CETA. La abstención como bisagra, unas veces para decir hágase y otras como puntapié. Al cincuenta por ciento de lo ya perpetrado por la Gestora socialista con la investidura de Rajoy y el techo de gasto.

Pero la pregunta estriba en si esa dinámica es la misma que anima las resoluciones de Podemos y de Catalunya en Común a cuenta de la prometida “revolución del octubre” de 2017. ¿O es otra treta de la posverdad? Porque, veamos, cuando el todopoderoso secretario general de la formación morada sostiene que “si yo fuera catalán no votaría el referéndum”, añadiendo como coletilla que se hace “sin garantías”, en qué hemisferio de racional se encuentra. Si mi tío fuera mi tía, ¿podría parir? En serio, ¿qué tipo de comparativa entre conjuntos disjuntos es esa? Todos los catalanes son españoles (de momento), pero no todos los españoles son catalanes. Que esa y no otra es la madre del cordero. No nos hagamos trampas en el solitario.

“Sin garantías”. Otra cantada, un rapto garantista distópico. ¿Pero no hemos quedado en que el conflicto consiste precisamente en que el Estado se niega a reconocer validez jurídica a esa consulta plebiscitaria?  Son ganas de liarla parda. Y encima mentar la soga en casa del ahorcado. Iglesias también sabía de antemano que su iniciativa de moción de censura, teniendo validez jurídica, estaba condenada al fracaso. Falta de garantía de éxito que no restó un ápice el efecto político, intramuros y extramuros, de la medida. Entre otras cosas, permitió retratar los límites del talante de oposición del sanchismo, precisamente el compañero de viaje al que ahora corteja la coalición electoral Unidos Podemos. ¡Cosas veredes!

Lo de Colau tiene más miga, porque se emite desde el epicentro del problema y tiene como protagonista a un partido que genéricamente se apellida “los comunes”. En ese contexto diferir de soslayo con la actitud adoptada por un bloque ideológico que ostenta la mayoría absoluta (72 de 135 escaños) en el Parlament y su correlato entre los votantes parece una pirueta digna de mejor causa. Oigamos lo dicho por la coordinara nacional (¿nacional?) de Catalunya en Comú al respecto: “El 1 de octubre es una movilización legítima y, por tanto, daremos apoyo como un acto de afirmación del derecho a decidir”. Pero, matiza a reglón seguido su portavoz Xavier Doménech, “no es el referéndum que Catalunya necesita”. Otro nasciturus.

Lo que nos lleva a indagar en otros entornos. No es posible que líderes que aspiran a acumular fuerzas para lograr una mayoría social de cambio, desprecien con subterfugios y mediatintas las oportunidades que se les brindan. Una interpretación, la mía, es que ambos grupos vaivén, la marca Podemos y su confluencia venida a más, están entrando en la dinámica de lo que definió Robert Michels como “la ley de hierro de la oligarquía”, el mal de piedra que acecha a todos los partidos-burocracia. Tactismo, cálculo, pragmatismo, geometría asimétrica, o cómo demonios queramos calificarlo, uno y otro se reservan para mayores hazañas. Asaltar los cielos. Y eso tiene un sentido que la razón no entiende. De ahí, lo que les une y lo que les separa en este casting.

Podemos tiene que reservarse para la batalla estatal, que es su ámbito de acción principal. No olvidemos que después del chupinazo de las europeas de 2015 renuncio a presentarse con su marca en la autonómicas y locales por carecer de estructura organizativa. Una excusa que evidenciaba el poco aprecio que sus dirigentes de entonces tenían para unas circunscripciones que suelen acaparar cuotas reducidas de poder. Eso, y además que una declaración de intenciones descarada a favor del 1-O (¿cabe estar por el derecho a decidir y ocultar la potencialidad del referéndum?) le impediría abrazar un entendimiento futuro con Pedro Sánchez para “echar al PP de La Moncloa”. “Somos la Izquierda” ya ha dicho por activa y por pasiva que es y seguirá siendo fiel cancerbero del artículo dos de la Constitución que asegura “la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Teleología versus axiología.

Catalunya en Comú es más discreta en su prospectiva pero no menos fonambulesca. Su deliberado intento de transitar de “ley a ley”, imitando al modelo reinante, implica también una declaración de intenciones de grueso calibre. Colau sabe que el capital político que atesora desde la alcaldía de Barcelona es un trampolín de primer orden para futuras escaramuzas en todo el territorio catalán, y teme que al sumarse al ahora al independentismo beligerante su valor de cambio merme en el totum revolutum.  Lo que ocurre es que esa actitud manda un mensaje verticalista que ofende al espíritu localista-horizontalista que se le suponía. Lo considera una externalidad (imputación fuera de balance) y erosiona su ecosistema virtuoso en pro de una lógica coste-beneficio. Al fin y a la postre casi el 90% de los municipios apoya el referéndum. Blasonar del rango “capitalidad” significa apostar por el tejido burgués y urbano frente al más plebeyo y periférico del mundo rural, pero también fidelizar por goleada al mayor contingente de posibles votantes. Un cruce de legitimidades resuelto en esta apuesta concreta a favor del impulso centrípeto.

Porque lo que ni Iglesias ni Colau están teniendo en cuenta (o sí, y entonces es peor) es que la misma Constitución que impide garantizar el referéndum, que en última instancia es la base de su argumentario, solo fue  votada por un 35% de los catalanes de hoy, los mayores de edad legal en 1978. Todos, catalanes y charnegos, estamos gobernados por muertos, por un orden jurídico de ultratumba. Incluso, echando mano de categorías propias de la ecología, cabría decir que la Constitución vigente no es sostenible porque no “permite satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas” (Informe Brundtland Our Common Future, 1987). ¿Hablamos, pues, de constituciones o más bien de cartas pueblas, otorgadas?

La bicicleta estática sirve para mantenerse en forma pero (de momento) su pedaleo no vale para alcanzar la meta. De momento. A reserva de lo que dispongan esos think tank que proliferan   vestidos de universidades de verano donde casi suele haber más jefes que indios. Fue precisamente durante la clausura de la de Podemos en Cádiz, una especie de programa La Tuerka nómada y a lo bestia (750 oyentes y 120 ponentes), cuando Iglesias profetizó: “si yo fuera…”

(Nota. Vergüenza ajena a raudales es lo que se siente ante la grotesca criminalización por los medios de comunicación de la protesta popular contra el G-20 en Hamburgo. ¿Dónde queda aquí la deontología periodística, tan a flor de piel en profesionales y asociaciones cuando se trata de quejarse de supuestas presiones externas o de demandar solidaridad ante los funestos EREs de las empresas? La movilización pública de la parte más noble, solidaria, lúcida y comprometida de la sociedad civil para denunciar a los señores de la guerra y el ecocidio, presentada por prensa y televisiones como una kale borroka de alta intensidad, es un indicio de lo acertado del “no nos representan” ( ni política ni mediáticamente). Que la desobediencia civil no decaiga, porque, como la sal de la vida, si la olvidamos, ¿quién nos devolverá su sabor?

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid