Artículo de opinión de Rafael Cid
Para los que entonces aún no estaban en activo, hay que recordar que la “Operación Reformista” fue un intento de crear un partido bisagra capaz de condicionar la política española más allá del doblete entre socialistas y conservadores. Aquello se fletó en 1984 bajo la denominación de Partido Democrático Reformista (PDR) y contó con la financiación a fondo perdido de los grandes de la banca y la patronal. Su portavoz informativo fue el Diario 16 de Pedro J. Ramírez, y sus máximos exponentes eran dos abogados de postín: Antonio Garrigues y Miguel Roca.
Para los que entonces aún no estaban en activo, hay que recordar que la “Operación Reformista” fue un intento de crear un partido bisagra capaz de condicionar la política española más allá del doblete entre socialistas y conservadores. Aquello se fletó en 1984 bajo la denominación de Partido Democrático Reformista (PDR) y contó con la financiación a fondo perdido de los grandes de la banca y la patronal. Su portavoz informativo fue el Diario 16 de Pedro J. Ramírez, y sus máximos exponentes eran dos abogados de postín: Antonio Garrigues y Miguel Roca. Como secretario general figuraba el empresario Florentino Pérez, hoy patrón disimulado de algunos de los medios de comunicación preferidos por la sedicente izquierda.
Más que un partido, el PDR era en una coalición de grupos regionalistas, coronada por la Convergencia i Unió (CiU) de Jordi Pujol. Una fórmula parecida a la que ha intentado desarrollar con incierta fortuna Pablo Iglesias en Podemos con sus confluencias. El elenco reformista lo integraban también segundones como el Partido Democrático Liberal (PDL), Unió Mallorquina, el Partido Riojano Progresista, Convergencia Canaria y Coalición Galega. Con esa amalgama la Marca España de la época pretendía arramplar con los votos necesarios para impedir al PSOE, encumbrado peligrosamente al poder en 1982 expropiando Rumasa, que renovara su mayoría absoluta en las próximas elecciones.
Pero no ocurrió ni i lo uno ni lo otro. La “Operación Reformista” se saldó con un rotundo fracaso al no lograr el PDR representación en los comicios del 86, y el temido felipismo olvidó su imberbe radicalismo tras aprobar torticeramente el referéndum para mantener al país en la OTAN, confirmándose así como un bastión del sistema. El mismísimo Miguel Boyer, todopoderoso vicepresidente económico del primer gobierno socialista, y factotum del acoso y derribo al emporio de la abeja, se convertiría andando el tiempo en un valedor de la Fundación de Análisis y Estudios Sociales (FAES), el pesebre ideológico del núcleo duro del Partido Popular (PP).
También de la periferia hacia el centro provino el segundo intento de “Operación Reformista” registrado desde la transición. Arrancó en el año 2007 desde Euskadi con el nombre de Unión Progreso y Democracia (UPYD) y tenía a su frente a la ex consejera del gobierno vasco y eurodiputada socialista Rosa Díez. En esta ocasión sus fundadores intentaron dotarse de un atrezzo mucho más cultural que político asumiendo las tesis gramscianas sobre la hegemonía social. Perfil que se visualizaría en el apoyo recibido de famosos, artistas, escritores, periodistas y profesores universitarios, entre ellos Fernando Savater, Mario Vargas Llosa, Albert Boadella o Antonio Elorza, en algunos casos personas convictas de “doble militancia” con la naciente plataforma cívica Ciutadans de Catalunya. UPyD tuvo una vida de primera y un entierro de tercera, pasando de arañar un escaño en 2008 a cinco en 2011 para quedar fuera del parlamento solo cuatro años más tarde. Precisamente cuando su homólogo en la fe del “patriotismo constitucional”, el combinado de Albert Rivera, tomaba el relevo con mérito al convertirse en la cuarta fuerza política del Estado.
Y a la tercera fue la vencida. O al menos eso es lo que intentan transmitir los mismos poderes fácticos y asimilados que han estado conspirando a favor de la “Operación Reformista” desde sus balbuceos. Para oficiar esa percepción no solo aducen los excelentes resultados obtenidos por Ciudadanos en las autonómicas catalanas, donde tras auparse como líder de la oposición en la consulta de 2015 se ha colocado como el partido más votado en la cita celebrada el 21 de diciembre en cumplimiento del artículo 155 de la constitución. Trofeo este último que sus mentores en los mass media pretenden extrapolar a escala de elecciones generales convencidos de que tanto PP como PSOE y sus líderes respectivos tienen ya más pasado que futuro. En esa tarea el diario del Grupo Prisa es quien lleva la voz cantante en lo que parece ser un cambio de estrategia respecto a lo que hasta la fecha fue una hoja de ruta fidelizada con Ferraz.
Después de todo lo expuesto, cometeríamos un error de apreciación si cayéramos en la complacencia de atribuir estos experimentos reformistas a meros productos de marketing. No es el caso, por más que hasta el sorpasso catalán de Ciudadanos las iniciativas que precedieron pudieran parecer avatares ajenos a nuestra realidad. Sin embargo, todos los indicadores sociológicos hacían sospechar que, consumada la fase traumática de la Transición, la presión de la mayoritaria clase media abriría el camino a una opción ideológica intermedia entre el firme conservadurismo de la derecha AP-PSOE y el presunto rupturismo de la izquierda PSOE-PCE. Era lo que tradicionalmente venía sucediendo en democracias europeas más asentadas, como la alemana y la inglesa, donde la cuota liberal se convertía a menudo en el árbitro de la contienda política. Pero España, una vez más, era diferente y el mapa distaba de retratar el territorio. Debido al atado y bien atado del consenso y su consiguiente “correlación de debilidades”, pronto se vio que esos dos bloques traicionaban sus credenciales al llegar al gobierno a fin de capitalizar el enorme contingente de votantes cuyo ideal de vida era lisa y llanamente prosperar materialmente. Siendo en este derby los socialistas quienes más abjuraron de sus principios, como prueba el hecho de que acapararan el gobierno casi el doble número de años que sus adversarios populares.
No obstante, esa obsesión por ocupar el centro político a cualquier precio tendría consecuencias para ambas formaciones cuando el electorado comprobó que entre “azules y rojos” apenas había diferencias la hora de encarar la crisis de 2008 que llevó a la modificación exprés del artículo 135 de la Constitución para satisfacer la codicia de los mercados financieros internacionales. Primero Zapatero y luego Rajoy echaron mano del manual neoliberal para hacer que la factura la pagaran los trabajadores. Porque desde arriba solo caen mentiras, como acabamos de comprobar con las explicaciones exculpatorias dadas en la comisión de investigación del Congreso por los tres últimos ministros-capos de Economía y Hacienda del duopolio: Rodrigo Rato, Solbes y Elena.
De ahí que la exitosa irrupción de esta tercera “Operación Reformista” se haya gestado sobre el desgaste del bipartidismo dinástico PP-PSOE, pero aplicando un gradiente contradictorio con los afanes renovadores que Ciudadanos declara en su programa. Ha sido insistiendo en la preservación del statu quo cómo el partido de Rivera se ha convertido en una opción de Estado al oficiar como baluarte sin par de la unidad de España ante el “desafío independista” en Cataluña. Precisamente la comunidad autónoma que le dejó sin grupo parlamento hasta culminar una travesía del desierto de seis años de duración. Porque el pecado original del Régimen del 78 que lo ha contaminado todo como una gota malaya, al eliminar la ética del mundo de la política pactando con la Monarquía del 18 de Julio, ha terminado dejando huérfana a la sociedad de verdaderos valores democráticos.
La pregunta sería: ¿existe sitio en el gallinero político español para tres partidos que representan variantes de un mismo epicentro desde la lealtad al statu quo cuando precisamente la clase media está dejando de ser un referente social? ¿Estamos ante un ejemplo paradigmático de significantes vacíos? No, sencillamente es una radiografía de la anomalía española. Nunca como ahora la ideología electoralmente dominante estuvo tan alejada del ser socialmente imperante por expresa conformidad de los estratos dominados. La función crea el órgano.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid