Artículo publicado en Rojo y Negro nº 393, octubre 2024

Vivimos en un mundo turbulento en rápida transformación. A nuestro alrededor, la realidad muta aceleradamente. La tecnología se desarrolla, la ciencia se expande, las sociedades se vuelven más complejas y diversas, el ecosistema entra en una deriva sin precedentes. Las bifurcaciones caóticas se suceden, cada vez más deprisa, en la geopolítica, la economía, el medio ambiente y la cultura social.
En medio de este torbellino, el anarcosindicalismo no puede mantenerse incólume, inmutable, paralizado. El sistema productivo se está transformando a toda velocidad. Las empresas cambian sus modelos de negocio y sus herramientas para la explotación de la clase trabajadora. El sindicalismo revolucionario tiene que revolucionarse a sí mismo para, sin abandonar sus principios fundacionales, adaptarse a este vertiginoso siglo de grandes mutaciones sociales.
La realidad en cambio que nos rodea interpela al anarcosindicalismo. La adaptación de nuestras organizaciones a los nuevos campos de batalla en la lucha de clases es una necesidad irrenunciable. En este texto, vamos a plantear cinco elementos estratégicos para dicha adaptación. Se trata de una propuesta tentativa que ha de ser mejorada, completada y problematizada por el trabajo sindical colectivo de la militancia anarcosindicalista en los centros de trabajo, en la construcción cultural y en la prefiguración de un mundo nuevo.
El primer elemento es la necesidad de una profunda renovación sindical, que adapte nuestras organizaciones a los nuevos desafíos de un aparato productivo transformado y en constante cambio. La subcontratación, el teletrabajo, las plataformas digitales, la inexistente desconexión digital, las cadenas de valor transnacionales, las empresas multiservicio… Todo esto son jalones de un nuevo escenario que debemos analizar y ante el que debemos reaccionar con la mente abierta y con el impulso de nuevos experimentos de resistencia sindical.
Además, nuestras organizaciones tienen que ser capaces de expandirse en una sociedad mucho más compleja que aquella en la que nacieron. La clase trabajadora es cada vez más plural y diversa. La inmigración, el feminismo, las disidencias sexuales, e incluso la diversidad de experiencias culturales en una sociedad fragmentada en “burbujas” de todo tipo, son datos de la realidad ante los que el sindicato debe actuar, respetando y aprovechando lo que las diferencias tienen de enriquecedor y edificando una propuesta de conjunto aceptable para la totalidad de la clase obrera.
Y eso nos lleva al segundo elemento estratégico que proponemos: la apertura. El sindicato tiene que ser una organización abierta y porosa, que sepa captar las necesidades de la clase trabajadora y sus diversas formas de lucha y de resistencia. Reventar las tuberías que limitan el intercambio de información interna y abrir las ventanas para que entren las propuestas de los movimientos sociales y los análisis de la intelectualidad comprometida.
El sindicato tiene que debatir con la sociedad, con el conjunto de la clase trabajadora y con todas las personas de buena voluntad que quieren superar la realidad de injusticia y opresión que nos rodea. Sin abandonar sus principios fundacionales, sin renunciar a tener una voz propia, sin dejar de analizar el mundo por sí mismo. Pero, también, abandonando la persistente obsesión por la nostalgia y los espacios cerrados que pueden convertir el anarcosindicalismo en una vía muerta.
El tercer elemento que proponemos es el respeto a las decisiones colectivas. Un cuidado riguroso de la responsabilidad que implica cumplir las normas que nos hemos dado de manera democrática.
El anarcosindicalismo incorpora un enorme legado de normas colectivas, pensadas y aprobadas para construir una organización que intenta prefigurar un mundo sin explotación y opresiones. Normas que muchas veces, otras familias políticas han tratado de imitar (federalismo, revocabilidad de los cargos, autonomía de los partidos políticos, etc.). Normas que son el producto de la experiencia y el análisis colectivo de generaciones de militancia. Hay que actuar con responsabilidad frente a ese legado, y a las innovaciones que incorporemos colectivamente en él, creando una cultura sindical de respeto a las decisiones tomadas y de cuidado de la convivencia en el sindicato.
El cuarto elemento es la importancia decisiva de la formación y la construcción de conocimiento. Tenemos que crear una cultura sindical de avanzada. Sindicatos que sean aulas sin muros donde los saberes se compartan y el gozo de aprender se colectivice. Organizaciones que debatan y multipliquen las ocasiones para la participación de todo el mundo en la creación del discurso colectivo y en el análisis de la coyuntura.
Y el quinto, elemento, por fin, es la primacía de las personas trabajadoras sobre toda abstracción ideológica o teórica. Las compañeras trabajadoras, primero. No debemos impartir ninguna violencia (hacia fuera o hacia dentro del sindicato) en nombre de la ideología, la pureza o el patriotismo de organización. Las personas son lo primero. La clase trabajadora está hecha de personas reales, concretas, con corazón y manos, y anhelos colectivos y sueños personales. Esas personas son la razón de la existencia del sindicato. Las Biblias y los Mandamientos, para los curas. Preferimos las personas.
Presentamos esas cinco propuestas para el debate colectivo. Hablar de algo es darle nombre y existencia en el mundo real. Es iluminar aspectos de la realidad que, de otra forma, quedarían en la penumbra y el olvido. Hablemos de anarcosindicalismo. De anarcosindicalismo para el turbulento mundo de hoy.

José Luis Carretero Miramar


Fuente: Rojo y Negro