Artículo de opinión de Rafael Cid

Las solemnes negativas de los dirigentes políticos duran menos que los presidentes de la Academia del Cine. Tenemos aquel pionero “no, punto, no” de la tránsfuga Tania Sánchez en su periplo desde Izquierda Unida a Podemos; el rotundo no al “indecente” presidente de gobierno lanzado por Pedro Sánchez; el rechazo de Albert Rivera al PP mientras Mariano Rajoy estuviera al frente; la oposición a “los cenizos de IU” de Pablo Iglesias; y la consiguiente descalificación de Alberto Garzón a Podemos  ex ante por “haber aceptado gran parte del programa de la derecha”.

Las solemnes negativas de los dirigentes políticos duran menos que los presidentes de la Academia del Cine. Tenemos aquel pionero “no, punto, no” de la tránsfuga Tania Sánchez en su periplo desde Izquierda Unida a Podemos; el rotundo no al “indecente” presidente de gobierno lanzado por Pedro Sánchez; el rechazo de Albert Rivera al PP mientras Mariano Rajoy estuviera al frente; la oposición a “los cenizos de IU” de Pablo Iglesias; y la consiguiente descalificación de Alberto Garzón a Podemos  ex ante por “haber aceptado gran parte del programa de la derecha”.

Pero de esa charca tantas veces invocada ya han bebido todos. Lo que queda son los “síes, boana” de los gobiernos del PSOE y del PP en cuanto a recortes, ajustes, agravamiento del régimen de las pensiones, contrarreforma del mercado laboral y golpe de mano al artículo 135 de la Constitución. Pelillos a la mar. Lo que ahora se lleva es el matrimonio por conveniencia: la abstención de Ciudadanos a la investidura de Rajoy; el arrejuntamiento de IU y Podemos, y la duda hamletiana de Pedro Sánchez ante su denostado y correoso competidor emergente. Pero el tiempo no pasa en balde.

Cuando en el último cuatrimestre del año se celebren los comicios  autonómicos en Galiza y Euskadi se habrá completado el ciclo institucional generado por la irrupción de las formaciones políticas surgidas de la protesta ciudadana contra el austericidio, la corrupción sistémica y el bipartidismo dinástico hegemónico. Desde el estallido el 15-M en 2011, acta de bautismo de esa creativa insurgencia popular, ya se han producido elecciones europeas, municipales, autonómicas (parciales) y generales (aún por concretarse gubernamentalmente). Por tanto, existen elementos suficientes para establecer una primera valoración de lo que ha sido esa cosecha de asalto al poder desde la calle y aledaños.

Y el mapa que arroja el proceso tiene claros y oscuros. De la fase del partido ya jugado, cabe concluir lo siguiente: que a nivel del Europarlamento la actuación de los grupos emergentes ha sido prácticamente irrelevante, dada la supremacía de las fuerzas conservadoras en ese foro; que el balance autonómico sigue ofreciendo también un predominio derechista, excepción hecha de Catalunya, con un notable avance del frente independentista, y de Andalucía, en donde el PSOE mantiene su tradicional control a pesar de la escandalosa saga de los ERE; que se ha abierto una ventana de oportunidad en el plano local a través de las candidaturas ciudadanistas triunfadoras en muchas de las principales plazas del país (Barcelona, Madrid, Zaragoza, Cádiz, Santiago de Compostela, A Coruña, Ferrol, etc.); y, en fin, que a nivel de todo el Estado, el Partido Popular conserva y aumenta su ventaja, como evidenciaron las urnas en las citas sucesivas del 20-D y del 26-J.

Con ese batiburrillo, aún en fermentación, caben señalar al menos dos vectores diferenciadores en clave de sorpasso institucional, que en realidad es lo que se ventilaba cuando se puso en marcha la alternativa radical al turnismo PSOE/PP. Uno es el relativo fracaso de las opciones que, como Podemos, pretendían desalojar de La Moncloa a sus caseros e imponer una hoja de ruta  transformadora. Ha habido relevo del PSOE por el PP, pero para sostenella y no enmendalla, como corresponde a cofrades en la disciplina neoliberal. Y no parece que el panorama vaya a cambiar mucho desde el momento en que toda la izquierda nominal al completo (PSOE  y Unidos Podemos) parece incapaz de cumplir el reto. Incluso asumiendo el coste (vendido en positivo) de haber llamado a la puerta de Ferraz para acumular fuerzas en el intento de desalojar a Mariano Rajoy, cuando fue precisamente el PSOE el primero en aplicar sin miramientos la guadaña de la Troika.

Más estimulante parece el escenario del municipalismo. Aunque tampoco sea para tirar cohetes y cada experiencia acumule su correspondiente mochila de desencanto, lo cierto es que está siendo en el tablero de la democracia de proximidad donde mejor se visualiza ese cajón de sastre que se denominó “nueva política”. Se puede afirmar que el abajo-arriba de esa iniciativa supera en el día a día  al arriba-debajo de la esfera estatista en cuanto a rendimientos regeneracionistas se refiere. Quizás porque en su propuesta esbozan aún trazos del impulso constituyente de partida y persisten dosis de empatía en la gente. Y también  porque, al contrario, abandonar ese planteamiento fue la condición sine qua nom que aceptaron los nuevos partidos para ser admitidos en el club de la política a gran escala. Los vaivenes táctico-ideológicos del “pablismo” (transversalidad, izquierdismo verbalizado, socialdemocracia, peronismo, etc.) son un elocuente sismógrafo de esa deriva.

En la actualidad se puede afirmar sin incurrir en sofocantes prejuicios que las experiencias-diana que lideran Ada Colau en Barcelona y Manuela Carmena en Madrid, con todos sus defectos y declinaciones,  forman un activo digno de consideración como yacimiento de una suerte de democracia participativa y trasparencia. Y no solo sólo por las magnitudes políticas, económicas y poblacionales que ambas ciudades representan, que ab initio poseen una atractiva dinámica propia. Sino porque han sabido mantener vivo un cierto modelo de gestión abierta  a su entorno que está sirviendo para atizar el desenganche con el formato clientelar, endogámico y privatizador empleado por los grandes partidos en esas áreas de gobierno. Prestigio que ha llevado a Podemos a capitalizar su imagen para las listas del 26-J a fin de mejorar sus expectativas electorales (salvo el verso suelto de Carmena)

Pero quien mejor representa la tesis del cambio es la CUP, un pentagrama político-ideológico que madura relativamente fiel a sus principios sin que esa tozudez se haya traducido hasta la fecha en grave desafección política. Mientras los iconos emergentes a diestra y siniestra han ido amoldando su discurso al estandar de los votantes, contrariando las promesas hechas a su cantera, el combinado independentista catalán de izquierdas ha mantenido en buena medida  el compromiso de sus ideales programáticos. Dijo “no” hasta el final a la investidura de Artur Mas; mantiene el bricolaje asambleario como método de toma de decisiones; carece de líderes profesionales; y ha logrado llevar a la práctica un cierto sincretismo entre su alma soberanista y su alma anticapitalista.

Entre un Podemos cuyo líder califica como una fenomenal tontería que se pudiera hacer política desde las plazas, y una CUP capaz de llevar su apuesta anticentralista hasta rechazar concursar en las elecciones generales, hay algo más que un conflicto entre culturas políticas divergentes. Y eso tiene un precio. Primar, bajando el perfil ideológico, el totum revolutum de los electores frente al mandato de las bases lleva inevitablemente a la derechización y, si cae la breva, a pillar cargos en la Administración. Perseverar en los planteamientos identitarios sin rendirse al favoritismo de las encuestas y de la opinión publicada, por el contrario, puede representar un hándicap para brincar en las urnas pero es una coherencia que alienta cierta esperanza de ruptura democrática. Un formato devuelve la política realmente existente a la casilla de salida, retroalimentando el régimen del 78, el statu quo  y la segunda restauración monárquica. El otro, por oposición,  impugna los valores que han definido al sistema y la corrupción, y facilita los mimbres mentales, éticos, estéticos y psicológicos para alumbrar un verdadero proceso constituyente. Como afirma Pierrre Bourdieu “La fuerza del mundo social reside en la orquestación de los inconscientes, de las estructuras mentales. Ahora bien nada hay más difícil de revolucionar que las estructuras mentales” (Sobre el Estado, pág. 127)

Dos mundos distintos y distantes. La fórmula atrapalotodo que abandera Podemos ( cada vez más enemistado a las confluencias) es un tropismo en busca del voto caiga quien caiga. Lo que supone supeditarlo todo a la ley de número y tener que aceptar carros y carretas para jugar en la liga del juego de tronos. De ahí su postrer anillamiento con Izquierda Unida y las plegarias para que el PSOE del primer austericidio le acepte como compañero de viaje. La opción intransigente de la CUP, en la órbita no colaboracionista que practica en Italia el movimiento 5 Estrellas, no da tregua a sus adversarios en el convencimiento de que para ese viaje no se necesitan alforjas. Y de momento, donde Podemos se hace subalterno, la CUP marca territorio, como acaba de desmotarse al forzar un referéndum unilateral para el pleno autogobierno. La refundación de la pazguata Convergencia como Partido Democrático Catalán bajo la rúbrica radical “independentista” demuestra que son las gentes de la CUP quienes ostentan el aval de la desconexión con Madrid ante el cuerpo electoral. 

Algunos ciclos históricos concluyen como génesis de algo nuevo.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid