Chema. El motor de la explosión en Francia
De repente la violencia se instala en la calle : arden coches y edificios, se producen destrozos y la policía, en su intento de restablecer el orden, se encuentra mucha más resistencia de la prevista. Es una explosión de cólera, casi espontánea, estallada por un detonante que pudiera haber sido cualquiera, que saca a la calle la violencia recibida durante años, sistémica, reiterada, en ascenso.
Chema. El motor de la explosión en Francia

De repente la violencia se instala en la calle : arden coches y edificios, se producen destrozos y la policía, en su intento de restablecer el orden, se encuentra mucha más resistencia de la prevista. Es una explosión de cólera, casi espontánea, estallada por un detonante que pudiera haber sido cualquiera, que saca a la calle la violencia recibida durante años, sistémica, reiterada, en ascenso.

Cualquier fuerza que empuja con sistematicidad, al margen de la dirección en que lo haga, es fuerza del orden, formando parte del equilibrio que lo constituye, mientras que sólo lo imprevisto -por muy previsible que sea, como en este caso- constituye el desorden. Que el pobre continúe empobreciéndose, que viva en guetos cada vez más cerrados, que no haya trabajo para todos y que aun tenerlo no signifique gran cosa, que sus hijos dejen de ir a la escuela para empezar a ir a la cárcel, todo eso es lo cotidiano y forma parte del orden. Del desorden forma parte la ruptura de la cotidianidad : que irrumpa lo que debe permanecer oculto, que el malestar se exprese, que un problema se plantee como problema.

Se nos dice que los protagonistas son bandas juveniles, pandillas callejeras, que forman parte del gamberrismo urbanita, pero en realidad los protagonistas son pobres en quienes la exclusión de la pobreza se añaden la exclusión juvenil, la cultural, la del racismo. La pobreza, recuperada en grados de intensidad casi ya olvidados, es suficiente para convertirse en seña de identidad para constituir un sujeto, que se convierte, aunque sólo sea en momentos puntuales, en agente político y que acaso pueda convertirse de explosión, en motor.

Hasta ahora eso sólo parecía posible en los grandes centros urbanos de los EEUU, mientras la vieja Europa, la del trabajo de calidad secundado por fuertes medidas sociales, parecía a resguardo de sucesos de ese tipo. Pero hemos importado el modelo yanky, el modelo alabado por Aznar y soportado con mucha facilidad por ZP, y con él, nos han llegado sus consecuencias, sus daños colaterales. La competitividad extrema, cantada como factor de dinamización económica, acarrea terribles consecuencias sociales. La degradación del empleo hasta la aparición de franjas de subempleo sin capacidad ya de integración social, la mengua de todas las medidas de protección social (económicos, educativos, sanitarios, etc.), los crecimientos de la desigualdad, sobre todo éstos, son sin duda agentes de recuperación económica, pero su coste social es enorme.

A la exclusión económica se añade la política. Si algo hay caduco, por lo menos en Europa, es la política. Hace ya mucho tiempo que la política se ha convertido en un acto inútil y, en Europa, además, realizado con desgana. El ‘no’ francés a la constitución europea ya dejó clara esa realidad, pero como no pasó nada en apariencia, y como la política se ha reducido al terreno de la imagen con poca o nula conexión con la realidad, acabó por no pasar nada en la realidad y todo siguió igual. Y todo seguirá igual después de ahora. Hasta que vuelva a repetirse.

Ante esta situación, los protagonistas de los acontecimientos -esas víctimas, culpables como todos de la actual situación- podían haberse apuntado a cursillos de técnicas de búsqueda de trabajo o haber buscado fórmulas de autoempleo, también podían haberse afiliado a algún sindicato o haber montado su propio grupo político. En esa perspectiva, la opción de quemar coches y todo lo que se les pusiera por delante no parece menos útil, aunque no lo sea más, que todas las anteriores. Acentúa el riesgo del fascismo -se achacará-, y es real. Tan real como que avanzamos hacia una situación de fascismo de hecho como forma de evitar el fascismo proclamado, tan real como que el posibilismo tiene un tope, tan real como que quizá la única forma de rescatar la política de los terrenos de la apariencia para devolverla a la realidad sea la de devolver al fascismo lo que la fascismo pertenece. Quemar coches no es, ciertamente, una opción, pero puede ser una obligación cuando no hay ninguna opción.

Tuvimos la suerte de que Zapatero estuviera que ir a París en visita políticamente programada durante los comentados días de desprogramación. Respaldando las declaraciones de Chirac, Zapatero declaraba : “Los gobiernos estamos obligados a mantener el orden y hacer cumplir las leyes…”. No era una amenaza a las multinacionales para las que tantas veces Zapateros y Chiraques han adaptado las leyes y las seguirán adaptando tantas veces como se lo pidan y exijan, era una advertencia dirigida a los protagonistas de la explosión de descontento que tenemos que hacer nuestra : el número de coches quemados es todavía insuficiente. También tenemos la obligación de seguir buscando métodos de actuación que se conviertan en formas de presión contundentes y eficaces. Que no den pie al fascismo que nos acecha, sin dar tregua al fascismo que nos ocupa.


Fuente: Chema | Publicado en Rojo y Negro Nº