Si en algo evoluciona la podrida situación en el País Vasco es en el incremento de amarre del Estado. Una situación empantanada y repetitiva pero que no para de evolucionar. Una evolución que puede dar tintes de normalidad a una situación que fue de excepción, pero es una normalización costosísima en precio democrático y nada deseable. Como nada deseable era el mantenimiento de aquella situación de excepción y como nada deseable (y seguramente más temible) hubiera sido la evolución en la dirección contraria a la que está siguiendo.
Las tentaciones totalitarias y antidemocráticas de los nacionalismos son importantes, y el nacionalismo radical vasco no les puso ningún freno. El freno ha venido a ponérselo el Estado, de forma nada democrática. La existencia de ETA ha sido factor determinante en la situación y también lo está siendo en su evolución.
Hubo un tiempo en que -además de la actuación de ETA, punta de un iceberg- la situación en el País Vasco era de excepción (en el sentido en que atribuimos al término “estado de excepción”, aunque se ejerciera de una forma muy diferente) : la violencia en todos sus grados, la amenaza y el señalamiento permanente (con ETA al fondo), el ambiente hostil, explícito o difuso, pero invivible sin un grado no exigible de heroísmo, que se ensañaba con otros nacionalistas de signo distinto pero que abarcaba a todo no adicto… Algo que no ha desaparecido, aunque se ha suavizado : todavía miles de personas tienen que vivir con escolta y con miedo por sus vidas -lo cual es terrible- y la capacidad y el ejercicio de la coerción, por lo menos en determinados ambientes y momentos, sigue siendo importante.
Junto a eso, jugaron, y siguen jugando, a lo que en nuestros medios se llamó la trabazón y que consiste en formar una nebulosa en la que la actuación armada -el terrorismo puro y duro- no perdiera su anclaje social ; una dinámica que confundiese o, por lo menos, nunca separase con claridad lo que era la lucha armada, de otros tipos de violencia, de otras formas de ilegalidad, de disidencia, de desacuerdo, de no condena, de no desmarque…
De esa cuerda, sin ninguna veleidad democrática, ha ido tirando el Estado con no menores tentaciones totalitarias : cualquier violencia, cualquier forma de ilegalidad, de disidencia, de desacuerdo, de no condena, de no desmarque…, las va homologando y dándole similar tratamiento legal que a la actuación de ETA, lo que conduce a situaciones fuertemente antidemocráticas y carentes de toda racionalidad, hasta el absurdo : personas en presidio -y no es situación de poca cosa- por causas inexplicables y hasta risibles si las consecuencias no fueran tan trágicas, otras involucradas en procesos -y no de faltas- por poco más que estar cerca o no a la suficiente distancia, opiniones que pueden constituir delito y actuaciones que no debieran ir más allá de la chiquillada reprensible que pueden acabar en el TOP, la Audiencia Nacional que no debiera existir…
La ilegalización de candidaturas compuestas por ciudadanos sobre los que en teoría no pesa ningún recorte de sus derechos sino la sola sospecha (muy fundada, eso sí, hasta la certeza) de su intencionalidad, en la que están puestas de acuerdo las fuerzas mayoritarias del arco parlamentario y a las que se pliegan las instancias judiciales, aplicando una legalidad cada vez más torturada, es un paso más en ese cerco de “normalizción” todavía no definitiva, nunca definitiva.
Una legalidad tortuosa y asfisiante, una ilegalización que deja sin expresión política en los cauces establecidos a cientos de miles de ciudadanos no pueden conducir sino a una normalización absolutamente anormal, que difícilmente conducirá a la normalidad. La situación perdura y perdurará. Los dejados fuera de los cauces encontrarán otras formas de expresión, otros cauces en los que expresarse : el TAV, el polígono de tiro, la represión y cualquier forma de conflicto social, que vendrán así a ser atrapados por ese juego endiablado. La situación seguirá evolucionando y permaneciendo.
La situación del País Vasco atraviesa e impregna el conjunto de la vida social y se mueve entre dos polos antidemocráticos, uno más primario y otro más civilizado, pero ambos de fuertes tendencias totalitarias. Una preponderancia adquirida por la inhibición social, mezcla de cobardía y dejación, y que a su vez la alimenta.
Sin embargo, sólo la participación social podría introducir elementos de normalidad en cualquiera de los procesos de anormal “normalización”. Tal y como están las cosas, es seguro que esa participación no va a desplazar a los polos instalados, pero sí puede contribuir a restar anormalidad a cualquier proceso de “normalización” que nos venga dado. Y no sería poco.
Una participación beligerante contra la dinámica totalitaria impuesta y contra todas y cada una de sus manifestaciones, que combata las numerosas sinrazones sin que ese combate se constituya en elemento de razón para el contrario, manteniéndose distante de ambos, sin sumarse ni dejarse sumar a las razones parciales de ninguno de ellos utilizadas para consumo interno y para amparar la propia sinrazón, que sea activa manteniéndose absolutamente distante, que se posicione siempre al lado de las víctimas sin dejarse nunca atrapar en su bando. Una participación que impulse líneas de actuación y espacios propios, sin caer en la opción de lo que pudiera considerarse en cada momento mal menor.
Una tarea nada fácil, que no va a tener previsiblemente el carácter de factor determinante, pero que no debe renunciar al de condicionante.
Fuente: Chema Berro