Hoy, la muerte de Eladio añade una nueva dimensión a esa referencia que en vida tuvo : nos remite a nuestra condición precaria, nos lo convierte en amigo infalible y para siempre, nos convierte en responsables de su vitalidad, de su empuje, de todo aquello que hasta ayer pudimos descargar en él.
A Eladio muerto
Vivimos vidas dominadas por el olvido, la evasión y la insensatez. Incluso en los trabajos por las causas más nobles y generosas que abrazamos esas debilidades se nos cuelan por múltiples poros, degradando en buena medida aquello que decimos defender. De vez en cuando la realidad de la que huimos nos sale al encuentro, recordándonos nuestra condición de modo feroz : “Eladio ha muerto”. El que hasta ayer estaba bien, pleno de vitalidad, atento a preocupaciones, compartiendo proyectos y haciendo planes, hoy, de repente, está muerto, desaparece de la realidad, no existe, es la nada.
La muerte, el hecho más cierto, la verdad más segura, que en lo genérico y abstracto aceptamos plenamente, en lo concreto se nos presenta hostil, inexplicable e inaceptable. Podemos asumir perfectamente la afirmación del poeta de que, “así como la de las hojas, así la generación de los hombres”, el problema es cuando nos toca a nosotros ser esa hoja que se desprende del árbol y queda bamboleando a merced del viento. El problema, hoy, es cuando nuestro amigo Eladio pasa a convertirse en “esa” hoja.
Para muchos de nosotros Eladio ha sido referencia. Era el hombre que tenía la organización en la cabeza y en su persona ; no la idea de organización, sino la organización en su totalidad y en cada una de sus partes, con sus posibilidades y sus debilidades y con cada uno de los hombres y mujeres concretas que las protagonizaban. Ha sido también el amigo con el que, al calor de una botella de vino, charlar de lo humano y lo divino, de nada y de todas las cosas. También ese divagar sumaban a la preocupación y al proyecto, arrancando vínculos y compromisos. Rebosaba vitalidad y apuró su vida a tope.
Hoy, la muerte de Eladio añade una nueva dimensión a esa referencia que en vida tuvo : nos remite a nuestra condición precaria, nos lo convierte en amigo infalible y para siempre, nos convierte en responsables de su vitalidad, de su empuje, de todo aquello que hasta ayer pudimos descargar en él. Nuestra condición precaria, el estar aquí de tránsito, la seguridad de que mañana no estaremos… no nos exime de nuestra responsabilidad de lo que hacemos y lo que dejamos de hacer. No nos exime sino que nos apremia.
Que Eladio ha muerto es un hecho inapelable, una realidad que tendremos que incorporar a la realidad pesada y sórdida que tratamos de cambiar. Para muchos de nosotros esa muerte supone un aldabonazo que nos empujará hacia el hundimiento o hacia el impulso. La tentación es el hundimiento : nunca podremos resucitar a Eladio, nada tiene sentido, nada sirve para nada,… Y, sin embargo, tenemos que incorporar la muerte de Eladio al impulso, a la razón que nos empuja, a redoblar nuestra convicción y nuestra decisión.
El que Eladio ha muerto es una realidad terrible e inapelable. El que desaparezca y se diluya en la nada es responsabilidad nuestra. No lo hará si somos capaces de mantener y seguir adelante con sus tareas más inmediatas, en primer lugar, y continuamente con sus proyectos y sus ansias más acariciadas. En nuestra manos está convertir la ausencia de Eladio en una forma más potente de presencia. Eladio seguirá con nosotros en esas tareas y proyectos, nos estará estimulando a realizarlos mejor, con más ánimo, con más valentía y más exigencia. La muerte de Eladio, y nuestra condición precaria que nos hace patente, no es un eximente, sino un estímulo. Como lo fue Eladio en vida.
También lo tendremos presente y lo reviviremos en los momentos cotidianos, en nuestra charlas amistosas, en nuestras pugnas y desacuerdos, en las pequeñas celebraciones de nuestros relativos éxitos y consecuciones, en nuestra evasiones… en esa maraña de consciencia e inconsciencia, de errores y aciertos, de verdades y engaños que tejen nuestras vidas.
Compañero Eladio, hoy más que nunca y más infaliblemente compañero, salud para siempre y un inacabable y estrecho abrazo.
Pamplona, 15 de noviembre de 2009
Chema Berro