Artículo de opinión de Rafael Cid
El anarquismo español se salvó de quedar reducido a ser un cadáver exquisito al injertarse en el movimiento obrero a principios del pasado siglo XX. Gracias a esa fértil transfusión, hecha de abnegación y entrega a aquellos trabajadores, logró pasar página de una etapa de activismo desenfrenado que había abierto una sima entre la Idea y buena parte de la sociedad a la que se dirigía. De esta forma, el anarcosindicalismo resultante se convirtió en una formidable escuela de lucha contra las injusticias, afirmación del apoyo mutuo y construcción de un mundo mejor entre libres e iguales.
El anarquismo español se salvó de quedar reducido a ser un cadáver exquisito al injertarse en el movimiento obrero a principios del pasado siglo XX. Gracias a esa fértil transfusión, hecha de abnegación y entrega a aquellos trabajadores, logró pasar página de una etapa de activismo desenfrenado que había abierto una sima entre la Idea y buena parte de la sociedad a la que se dirigía. De esta forma, el anarcosindicalismo resultante se convirtió en una formidable escuela de lucha contra las injusticias, afirmación del apoyo mutuo y construcción de un mundo mejor entre libres e iguales. Su recompensa fue contar con la mayor adhesión que nunca ha tenido un sindicato a lo largo de la historia.
Pero esa mutación vivificadora no alteró la base ideológica del anarquismo. Bajo las siglas CNT, seguía manteniendo sus prioridades ideológicas. Era anarco-sindicalismo. Es decir, la conjunción del sustantivo anarquismo y del calificativo sindicalismo. Lo que indica la centralidad del sustrato anarquista y la accidentalidad de su complemento sindicalista. De forma que si por mor de la dinámica histórica, en una hipótesis impensable, cesara el conflicto capital-trabajo, el anarquismo seguiría siendo un activo en el devenir humano. Algo que a menudo se olvida, cuando al fragor de la actualidad parece establecerse que la condición definitoria del anarcosindicalismo es su carácter anticapitalista. Una digresión: ¿solo es capitalismo el capital privado o el capital público también lo es?
El anticapitalismo no agota al anarcosindicalismo plenamente considerado. La indomable refutación del poder; el rechazo de las formas de dominación; la defensa de la libertad sin cortapisas ni preámbulos y la persecución de una democracia radical como ámbito para la realización de la emancipación integral forman parte de su ideario. De ahí que sea igualmente reduccionista etiquetar al anarquismo como un izquierdismo más. Ni el anarquismo es solo anticapitalista ni se reconoce únicamente en el mapa del izquierdismo. Por eso el anarquismo, como herramienta social del anarquismo, no puede encapsularse en la taxonomía anticapitalista e izquierdista vulgar. Porque la izquierda es una variable. Siempre depende de donde esté el centro. Hoy, una antigua reivindicación progresista, como es la despenalización de las drogas, está siendo asumida por los poderosos. Después de haber indexado en el PIB el dinero de los de la prostitución, la droga, el tráfico de armas y demás negocios “sucios”.
Esa simbiosis pendular no siempre es fácil de mantener en el deseable equilibrio creativo. No hay un fiel de la balanza para el anarco-sindicalismo. A veces el imperativo sindical debe llamar a capítulo a las ínfulas anarquistas, y en otras ocasiones sucede al revés, que el impulso anarquista necesita avivarse para evitar que la inercia integradora del productivismo ahogue su veta rebelde. En cualquier caso, y siempre groso modo y sin maximalismos, el anarquismo facilita al sindicalismo su impronta autogestionaria (de abajo-arriba y horizontal), la tradición libertaria y la ética de solidaridad, por resumirlo en tres pilares fundamentales. Eso significa, entre otras cosas, el reproche de la lógica del poder y la dominación, la lucha contra la explotación y la defensa de la autonomía del individuo y las minorías oprimidas, sean trabajadoras o no, sin distinción de sexo, raza o religión. Extremos estos que hay que conciliar con la lógica propensión a influir en la masa laboral y la configuración de mayorías sociales que caracterizan al sindicalismo de clase con afán hegemónico.
Por hacerlo corto. Viene esto a cuento del comunicado emitido por CGT sobre el encuentro al más alto nivel (secretario general y coordinador general, respectivamente) entre CGT e IU para analizar la crítica situación política y social en España. Y en principio nada que objetar sino todo lo contrario. Que una central anarcosindicalista se abra a relaciones y comunicaciones fluidas con otras organizaciones de la izquierda político-social forma parte de esa potencialidad que ha convertido a la actual CGT en una alternativa real al sindicalismo de pacto, representado por el tándem CCOO y UGT. A la par que desmiente la supuesta tendencia al ostracismo del movimiento libertario, a menudo incurso en un numerus clausus ideológico de difícil comprensión para amplios sectores de la opinión pública.
Sin embargo, esa entente cordial no debería hacerse a costa de mandar mensajes contradictorios a la propia militancia anarquista, esté o no adscrita a la CGT. Porque además de afiliados, la CGT tiene simpatizantes, seguidores y hasta admiradores sin carnet. De darse ese desafortunado supuesto se establecería un conflicto entre el testimonio que ese encuentro manda al contingente del sindicato y al mundo del trabajo donde CGT acumula fuerzas para avanzar en su posicionamiento como un interlocutor válido, respetado y temido de la patronal, y el otro asidero, igualmente endógeno y exógeno, que se identifica con los principios anarquistas del binomio anarcosindicalista.
Pero descendamos a los hechos. El comunicado sobre la referida “minicumbre” afirma que IU y CGT “consideran que esta situación (de involución en derechos sociales, laborales y políticos) es producto de las políticas neoliberales que los distintos gobiernos del bipartidismo PP-PSOE”, añadiendo a continuación que “CGT e IU tienen bases en común, como es la apuesta por trabajar en los movimientos sociales de forma horizontal, sin colonizaciones…”.Literal, un corta y pega. Y claro aquí surgen algunas aparentes incoherencias.
La fundamental. Se acusa con razón a “los distintos gobiernos del bipartidismo” de las políticas antisociales, pero eso es algo de lo que solo se puede ufanar la CGT, porque la coalición que liderar Cayo Lara se ha encamado en Andalucía con el PSOE, uno de los protagonistas del bipartidismo denunciado. Y esa cohabitación IU-PSOE no se limitar a un apoyo legislativo o abstenciones antibloqueo, como con el PP en Extremadura o con el PSOE en Asturias. Una Izquierda Unida menguante ha aceptado entrar en el gobierno de la Junta (¿el bipartidismo bueno?) cuando precisamente en esa Comunidad avanza una investigación sobre la estafa social más grande de la reciente historia. Y aunque en democracia todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, empatizar con cómplices de la corrupción desde el poder, robando a los parados, no casa con la tradición ética del anarco-sindicalismo.
Por no hablar de eso de “trabajar en los movimientos sociales de forma horizontal”, puesto en positivo de una dirección de IU que ha descalificado como moda a las elecciones primarias; tiene abierto el primer expediente de su historia por el Tribunal de Cuentas por delito de financiación ilegal y ha visto subastadas algunas de sus sedes por impago de los cotizaciones sociales a sus empleados. Todas estas cosas se pregonan como cerbatanas cuando afectan a la derechona, pero su divulgación se considera inconveniente cuando se trata de “uno de los nuestros. “Hace el juego a los fachas”, dicen los cancerberos de turno.
No hay que dramatizar ni sacar las cosas de quicio. Pero cuando Ricardo Mella denunciaba en su obra La ley del número el fetichismo electoral de las organizaciones que supeditan su saber hacer a crecer en cantidad, sería una imprudencia suponer que la premonitoria denuncia del anarquista gallego sobre la bulimia estadística solo concierne a los partidos políticos. Por cierto, en las fotos de la rueda de prensa en que se basa el comunicado se percibe que IU era la anfitriona del encuentro. Jugaba en casa, y eso siempre supone un hándicap sicológico para el visitante. Aunque lo cortés no quita lo valiente.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid