El miércoles pasado fue asesinado César Oviedo, militante del M-26- Frente Popular Darío Santillán en Vía Honda, barrio de la zona oeste de Rosario.

En el puente Avellaneda, algunos de sus compañeros hablaron sobre su vida, su corta militancia y su asesinato a manos de Maximiliano, un “soldadito” de los narcos.

 

En Rosario a los militantes del M-26 les había tocado perder a tres compañeros: el 1 de enero, Mono, Jere y Patóm fueron acribillados por una banda de narcos en Villa Moreno. Después de casi 6 meses de lucha, la historia se repite más hacia el oeste, en el barrio Vía Honda, que se alza bordeando las vías del ferrocarril Belgrano.

En Rosario a los militantes del M-26 les había tocado perder a tres compañeros: el 1 de enero, Mono, Jere y Patóm fueron acribillados por una banda de narcos en Villa Moreno. Después de casi 6 meses de lucha, la historia se repite más hacia el oeste, en el barrio Vía Honda, que se alza bordeando las vías del ferrocarril Belgrano.

Esa mañana, César fue hacia las vías a buscar su caballo, que se le había perdido, y que usaba para tirar el carro con el que salía a trabajar cada día. Agustina Moulins, referente del M-26 comenta que “Maximiliano estaba tirando tiros al aire y entonces le pidió que parara, que había muchos pibes ahí”.

Discutieron y César siguió su camino. Un poco después asistió a la asamblea con otros compañeros, con los que estaba militando desde hacía cuatro meses. “Ingresamos por la necesidad del barrio, por querer cambiar las cosas con respecto a los jóvenes, pensábamos lo que era lo mejor para ellos”, nos cuenta Gabriel Luna, su amigo, casi hermano, desde hacía años. Cuando terminó la asamblea, volvían caminando con un amigo y al pasar por el kiosco, Maxi, señalado en el barrio como uno de los que ‘custodiaba’ el búnker, le dijo que quería hablar con él y sin más preámbulos le disparó dos tiros.

Lo trasladaron al hospital Carrasco, pero en poco tiempo la hermana llevó la noticia de que César había muerto: la bronca era incontenible y familia, amigos y vecinos salieron furiosos a prender fuego el búnker, aunque Maxi ya no estuviera ahí. 

“A partir de ese momento las amenazas a la familia son constantes –cuenta Agustina–. Dicen que van a matar a todo el mundo porque les arruinaron el negocio. Además, el primer 2 móvil policial llegó tres horas y media después porque es una zona liberada con la excusa del difícil acceso por las vías y que por eso no se patrulla desde la Seccional 19”.

Gabriel agrega que su amigo era “tímido pero lo conocía todo el barrio, constante, con muchos sueños y proyectos. Si había que hacer algo, siempre se ofrecía para todo tipo de cosas; ahora estaba con el levantamiento del local y se había anotado para el espacio de gestión en el Movimiento”.

Sus compañeros cuentan que “César había confirmado que sería parte de la delegación de cientos de compañeros que viajamos a Avellaneda para continuar exigiendo justicia por Darío Santillán y Maximiliano Kosteki”. Por eso Leo, el hermano de Darío quiere saludar a Gabriel; o Alberto Santillán quiere darle un abrazo a Lita, la madre del Mono.

Los hermana el dolor y la pérdida, pero también las ganas de seguir en la lucha y el incansable reclamo de justicia.

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REVISTA SUDESTADA

26 DE JUNIO 2012

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