Nada descubro al lector si señalo que las elecciones del 13 de junio fueron un varapalo visible para la izquierda —hoy no mencionaré nombres— que quiere conservar una vocación resistente. Algunas de las fuerzas políticas afectadas se encuentran inmersas, de resultas, en una crisis abierta cuyas secuelas son, hoy por hoy, impredecibles.

Nada descubro al lector si señalo que las elecciones del 13 de junio fueron un varapalo visible para la izquierda —hoy no mencionaré nombres— que quiere conservar una vocación resistente. Algunas de las fuerzas políticas afectadas se encuentran inmersas, de resultas, en una crisis abierta cuyas secuelas son, hoy por hoy, impredecibles.

Antes de ir a lo que me propongo, debo subrayar lo que por momentos se antoja evidente : las fuerzas políticas que me ocupan conceden a las elecciones una importancia excesiva. A través de ésta se palpa —parece— un problema no menor : el que se revela a través de una débil imbricación en la sociedad y, con ella, un preocupante alejamiento con respecto a la izquierda real.

Aun con ello, y en el mundo proceloso de las elecciones, demando del lector que sopese qué hubiese sucedido de haberse hecho valer un horizonte distinto del que a la postre se abrió camino. Imaginemos, por ejemplo, que en marzo, tras las generales, a alguien se le hubiese ocurrido proponer, para las elecciones al parlamento de la UE, la elaboración de una lista en la que concurriesen personas que reuniesen unos cuantos requisitos.

El primero de esos requisitos habría sido la presencia de activistas con trabajo prolongado en provecho de unas u otras causas. Habrían de estar ahí, para entendernos, gentes que se han dejado la piel en los movimientos antiglobalización, en la contestación del Plan Hidrológico Nacional, en un sinfín de luchas ecologistas y feministas, en las plataformas contra las guerras, en las redes de solidaridad con el Tercer Mundo o en el despliegue, incipiente pero apreciable, de un sindicalismo de vocación alternativa.

Un segundo rasgo se perfilaría en torno a la necesidad, inexcusable, de que la lista se nutriese, de forma consistente, de mujeres y de inmigrantes. Sobran los motivos para garantizar que quienes no tienen comúnmente voz la encuentren en una propuesta que habría de aspirar a romper, qué menos, con muchas de las reglas imperantes en el mundo en que vivimos.

La lista habría de reflejar, en tercer lugar, la realidad plural de un Estado, éste en el que nos movemos, de la mano de la presencia, también, de activistas vinculados con movimientos identitarios en los que la vocación de transformación solidaria fuese, claro, evidente.

Una cuarta exigencia vendría a subrayar la necesidad imperiosa de que la propuesta programática se asentase en una crítica de raíz de una UE, la realmente existente, en la que, alharacas aparte, se dan cita tres proyectos poco estimulantes : los alentados por mercaderes, Estados y constructores de fortalezas. Las cosas como han ido discurriendo en los últimos lustros, no queda demasiado espacio para las medias tintas, como no parece que estas últimas hayan alentado ninguna transformación apreciable en una UE fidedignamente retratada a través de una Constitución que no anuncia la remisión de un atávico déficit democrático, elude la conversión de los derechos sociales en insorteables obligaciones, rehuye la acogida generosa de refugiados e inmigrantes, y en modo alguno contempla una franca ruptura con la lógica militarista que impregna las relaciones internacionales contemporáneas.

Hagamos mención, en fin, de un último requisito : en la lista habrían de quedar proscritos los políticos profesionales y, en general, los liberados de las organizaciones. No sólo eso : al calor de aquélla deberían perfilarse compromisos encaminados a garantizar que los eurodiputados eventualmente electos viesen trabada la posibilidad de convertirse en una cosa o en la otra. Cuántos problemas se revelan, en la izquierda real, de resultas del aferramiento de tantos militantes a prebendas y cargos.

Agreguemos, para conducir a buen fin nuestro cuento de hadas, que una vez configurada la lista en cuestión lo suyo sería demandar de las fuerzas de la izquierda resistente la retirada de las suyas respectivas, en presunta consecuencia con lo que esas fuerzas, en sus pronunciamientos públicos, dicen defender. En tales circunstancias tiene uno derecho a adelantar que en modo alguno hubiese sido impensable una sorpresa electoral por la izquierda, como no hubiese sido inimaginable que tantos abstencionistas de largo aliento decidiesen recuperar el pulso del voto. Más allá de una y otra posibilidad, el cuento de hadas que propongo acarrearía una virtud nada despreciable : la de revelar bien a las claras que hay una distancia alarmante entre lo que muchas fuerzas políticas hacen —auspiciar sórdidas negociaciones entre no menos sórdidos grupos de presión internos— y las demandas de aquéllos a quienes dicen representar.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.