Leo, ya sin mayor sorpresa, que en el selecto grupo de colaboradores que Barack Obama ha ido perfilando para sacar adelante a la economía norteamericana destaca un nombre : el de Lawrence Summers. Figura singularmente conflictiva —un diario madrileño nos recuerda, con tino, que “su estilo directo y combativo le ha granjeado muchos enemigos“—, Summers fue en el pasado secretario del Tesoro con Clinton y dirigió, con posterioridad, la prestigiosa universidad de Harvard.

Leo, ya sin mayor sorpresa, que en el selecto grupo de colaboradores que Barack Obama ha ido perfilando para sacar adelante a la economía norteamericana destaca un nombre : el de Lawrence Summers. Figura singularmente conflictiva —un diario madrileño nos recuerda, con tino, que “su estilo directo y combativo le ha granjeado muchos enemigos“—, Summers fue en el pasado secretario del Tesoro con Clinton y dirigió, con posterioridad, la prestigiosa universidad de Harvard.

Leo, ya sin mayor sorpresa, que en el selecto grupo de colaboradores que Barack Obama ha ido perfilando para sacar adelante a la economía norteamericana destaca un nombre : el de Lawrence Summers. Figura singularmente conflictiva —un diario madrileño nos recuerda, con tino, que “su estilo directo y combativo le ha granjeado muchos enemigos“—, Summers fue en el pasado secretario del Tesoro con Clinton y dirigió, con posterioridad, la prestigiosa universidad de Harvard.

Mucho me temo que, las cosas como van, hay pocos motivos para alimentar la idea de que Obama se apresta a imprimirle un giro notabilísimo a las políticas abrazadas en los últimos años por el gobierno norteamericano. Me va a permitir el lector que, al amparo del nombramiento de Summers, me entregue a la tarea de rescatar unas opiniones que este último formuló hace algo más de un decenio. He sostenido muchas veces, por cierto, que esas opiniones configuran un retrato cabal de las miserias que rodean al proceso de globalización.

Summers sostuvo en su momento —y vayamos al grano— que estaba justificado transferir a los países pobres las industrias contaminantes. Al respecto adujo tres argumentos distintos. El primero señala que, como quiera que los salarios son más bajos en el Tercer Mundo, los costos económicos de la contaminación, derivados del crecimiento inevitable en el número de enfermedades y de muertes, serán también afortunadamente más bajos en los países pobres.

La segunda de las razones aducidas por Summers apunta que, como en buena parte del Tercer Mundo la contaminación todavía es escasa, lo lógico es contaminar allí donde menos se contaminó con anterioridad. Cito literalmente a nuestro personaje : “Siempre he pensado que los países de África están demasiado poco contaminados ; la calidad del aire es probablemente excesiva e innecesaria en comparación con lo que ocurre en Los Ángeles o en México D.F.“.

Vaya el tercer, y último, de los argumentos esgrimidos por el flamante colaborador de Obama : como quiera que los pobres son pobres, no cabe esperar que se ocupen en demasía por los problemas medioambientales. Démosle de nuevo la palabra a Summers : “La preocupación por un agente que causa una posibilidad entre un millón de contraer un cáncer de próstata será con certeza mucho mayor en un país en el que la población vive lo suficiente como para contraer un cáncer de próstata que en otro en el que la mortalidad antes de los cinco años de edad resulta ser de doscientos por mil”.

Aunque las opiniones de Summers —parece— se glosan por sí solas, no está de más que rescate un comentario que, sobre ellas, se sintió obligada a realizar Vandana Shiva, una activista india bien conocida entre nosotros. Shiva afirmó que “la lógica que aplican determinados economistas valora la vida humana de manera diferente en el Norte rico y en el Sur empobrecido”. Quede claro, de cualquier modo, que la novedad de estas horas no es que se viertan ideas tan macabras como las manejadas por Summers. Lo llamativo es, antes bien, que Barack Obama, el presidente en ciernes que ha hecho despertar tantas esperanzas, empiece a cancelarlas con tanta rapidez y con tan demedido sentido de la provocación.


Fuente: Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de Bakeaz.