Me preguntan a menudo en los últimos días si, ante la tragedia que acosa al Líbano, también estoy en contra del despliegue de una fuerza de interposición en el sur de ese atribulado país. ¿No es ésta —se me espeta— una situación inequívoca en la que hay que apoyar sin fisuras semejante despliegue ?

Me preguntan a menudo en los últimos días si, ante la tragedia que acosa al Líbano, también estoy en contra del despliegue de una fuerza de interposición en el sur de ese atribulado país. ¿No es ésta —se me
espeta— una situación inequívoca en la que hay que apoyar sin fisuras semejante despliegue ?

Me permitirá el lector que por una vez lo libere de cualquier sesuda consideración sobre el intervencionismo autodenominado humanitario, aun a costa de reconocer que algunas situaciones extremas invitan a hacer la vista gorda ante las dobleces que acompañan a aquél. Me temo, sin embargo, que lo del Líbano obliga a discurrir por otro camino y a aseverar con energía que la pregunta que se formula es tramposa donde las haya. Porque, y vaya mi réplica principal, ¿qué es lo que se ha hecho para evitar que se alcanzase la situación de estas horas ? ¿No resulta evidente que las potencias occidentales han dado alas, en repetidas ocasiones y de diversos modos, a las políticas criminales abrazadas por Israel ?

Y es que en este caso en modo alguno cabe hablar de una conducta inesperada asumida por un agente de siempre moderado. El registro de Israel es inapelable, y no voy demasiado atrás, de la mano de más de 700 niños y adolescentes palestinos muertos en los tres últimos lustros, de la práctica cotidiana de la tortura, del castigo constante infligido a los civiles y de orgullosas violaciones de la legalidad internacional. Son estos hechos, por cierto, y no un fanatismo irreductible, los que explican el crecimiento de Hizbulá y de Hamás. No nos engañemos : si Israel hace lo que hace es porque sus dirigentes son plenamente conscientes de que nadie con peso —EE.UU., la Unión Europea— les va a parar los pies. Los sucesivos gobiernos españoles, sin ir más lejos, han mantenido incólumes las relaciones diplomáticas, han respetado el sinfín de privilegios comerciales con que la UE obsequia a Israel, no le han hecho ascos a la venta de armas a este último y han amparado el desarrollo de maniobras militares conjuntas. En estas condiciones, que Rodríguez Zapatero sea retratado como un furibundo enemigo de las políticas de Olmert no deja de ser un triste desafuero.

Alguien dirá, cargado de razón, que todas estas miserias lo son, en realidad, de la propia Unión Europea, inmersa en un círculo vicioso en el que se dan cita una torcida interpretación de los deberes de solidaridad y reparación que se derivan del Holocausto, la sempiterna sumisión a Estados Unidos, el eco del discurso neoconservador sobre el terrorismo y, claro, y aunque a menudo se olvide, intereses propios bien palpables. La UE se halla entrampada, por añadidura, en un lamentable callejón sin salida : el legítimo designio de perfilar una diplomacia común se materializa hoy en la llamativa anulación de las políticas propias de los Estados miembros. Mientras unos se escudan en los otros para justificar por qué no rompen un plato, tampoco emerge esa añorada diplomacia conjunta, a menos que por ésta entendamos el pundonoroso abrazo del silencio más cómplice.

Como acostumbra a ocurrir en estos casos, uno puede apuntarse a dos tesis que, diametralmente diferentes, recogen partes contrastadas de la realidad. Israel es, por un lado, la punta de lanza de muchos intereses occidentales, hasta el extremo de que parece legítimo afirmar que quienes bombardeamos somos, en alguna medida, nosotros, de la misma suerte que somos nosotros quienes, con infumable hipocresía, nos aprestamos a desplegar contingentes pacificadores. Pero, y del otro lado del espejo, la violencia sin límite que los gobernantes israelíes profesan no hace sino acrecentar el caldo de cultivo de respuestas desbocadas que amenazan, naturalmente, a la propia UE. En este sentido, no puede sino indignar que la resolución aprobada por el Consejo de Seguridad, bajo la estricta tutela norteamericana, reclame la liberación inmediata de los soldados israelíes secuestrados pero nada diga, en cambio, del millar de muertos, en su mayoría civiles, provocado por los bombardeos del Tsahal.

Vayamos, con todo, a lo principal : lo ocurrido en el Líbano, y lo que sucede hoy como ayer en Gaza y Cisjordania, no obedece a las secuelas arrasadoras de un tsunami que escapa —supongamos que es así— a nuestra responsabilidad y a nuestro control. Es el efecto, conscientemente buscado, de una maquinaria de terror dirigida por humanos. Hace unas semanas señalaba en estas páginas que no acierto a entender por qué la UE ha prohibido la entrada en su territorio al presidente bielorruso Lukashenko

— cuyos pecados pasan por manipular elecciones y reprimir, llegado el caso con saña, a la oposición—, mientras nuestros gobernantes siguen acogiendo en palacios y aeropuertos a ese digno émulo de Bush hijo, Olmert, sobre cuyos hombros pesan un millar de muertos y la destrucción de un país entero. ¡Qué ironía que en esas condiciones me pregunten si no me parece razonable el despliegue de una fuerza de interposición en el Líbano meridional¡


Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.


Fuente: Carlos Taibo. (Publicado en La Vanguardia)