El fin de semana pasado se ha celebrado en un sinfín de lugares, por primera vez con carácter descentralizado, el Foro Social Mundial. Al amparo de esas reuniones los movimientos que contestan la globalización en curso han disfrutado de una buena oportunidad para calibrar cuál es el camino recorrido hasta hoy y cuáles los retos que se presentan en el futuro.

El fin de semana pasado se ha celebrado en un sinfín de lugares, por primera vez con carácter descentralizado, el Foro Social Mundial. Al amparo de esas reuniones los movimientos que contestan la globalización en curso han disfrutado de una buena oportunidad para calibrar cuál es el camino recorrido hasta hoy y cuáles los retos que se presentan en el futuro.

Obligados estamos a dar fe de la asistencia masiva que ha caracterizado a la mayoría de las sesiones celebradas entre nosotros en

Andalucía, Canarias, Castilla-León, Cataluña, Galicia o Madrid. Quiere uno creer que esa presencia notabilísima de activistas y de curiosos refleja, por encima de todo, un general descontento. Una parte de la ciudadanía se percata con radicalidad —parece— de que las propuestas que formulan las fuerzas políticas al uso de poco o nada sirven para afrontar los problemas más perentorios. Bastará con rescatar al respecto dos ejemplos. Hoy ya sabemos, por lo pronto, que los buenos propósitos vinculados con los llamados Objetivos del Milenio en modo alguno encontrarán satisfacción en 2015 : la desaparición de la pobreza en el planeta, en otras palabras, habrá de tomarse su tiempo en un escenario en el que, sin embargo, bien conocemos que los recursos materiales y técnicos son más que suficientes para resolver, con rapidez, el problema correspondiente. Entre tanto, los gobiernos se contentan con elevar misérrimamente los niveles de las ayudas oficiales al desarrollo.

El segundo de los ejemplos que interesa invocar no es otro que el que ofrece el cambio climático. A estas alturas el que más y el que menos intuye que la dinámica iniciada en Kioto no es sino un parche para postergar unos minutos lo que puede convertirse en una catástrofe irreversible. Si es razonable adelantar que esto lo saben también los gobiernos, habrá que concluir que no deja de ser lacerantemente significativo que en la abrumadora mayoría de los casos prefieran seguir sucumbiendo a las presiones empresariales de siempre.

Claro que en el resbaladizo terreno en el que nos movemos hay que atribuir responsabilidades también a los medios de comunicación. Por cierto que los dos o tres últimos años éstos le han dispensado una atención sensiblemente menor a las actividades del Foro Social Mundial. Y eso que uno creía que habían tomado nota ya de las secuelas delicadísimas del permanente coqueteo con la especulación, las fusiones de capitales, la deslocalización y la desregulación que ha caracterizado de siempre a las propuestas que emanan del oficialísimo foro de Davos. Que esto haya sido así, una vez más, este año es tanto más llamativo cuanto que en los últimos días, y crisis bursátiles de por medio, a nadie se le escapan las secuelas, que empiezan a ser dramáticas, de las prácticas depredadoras y delictivas a las que se ha entregado a menudo el capitalismo global.

Agreguemos que los movimientos contestatarios parecen haber ajustado cuentas, también, consigo mismos, en la medida en que, cuando se celebraba con carácter centralizado, en Porto Alegre, en Mumbai o en Nairobi, el Foro Social Mundial acabó por privilegiar la primera de las dimensiones inserta en uno de los lemas profusamente esgrimidos por las redes antiglobalización : el que invita a «pensar globalmente» para al tiempo «trabajar localmente». Aunque el éxito inesperado, en materia de presencia y participación popular, de la mayoría de las sesiones de este pluralísimo Foro Social Mundial invita razonablemente a la esperanza, convengamos en reconocer que el balance final habrá que realizarlo transcurridos unos meses. Y es que tantas conferencias, tantos talleres y tantas manifestaciones no servirán de nada si, en el ámbito de la vida cotidiana, los movimientos no recuperan el pulso de sus demandas y no consiguen convencernos a los ciudadanos de las sociedades opulentas de que tenemos que repensar críticamente lo que significan conceptos como los de «crecimiento» y «consumo». Y es que —no nos engañemos— el futuro de esas redes no se dirime en foros o contracumbres, sino en el día a día del trabajo, a menudo sórdido y poco vistoso, en barrios y pueblos.


Fuente: Carlos Taibo