Como no podía ser menos, lo que está sucediendo en Gaza y en el Líbano ha acabado por repercutir en nuestros enconados debates políticos. Aunque mis distancias con respecto al presidente Rodríguez Zapatero y a su proyecto son muchas, debo decir que no tengo gran cosa que oponer a lo que ha venido a declarar, los últimos días, en relación con la crisis de marras. Harina de otro costal es, claro, el hecho de que Rodríguez Zapatero no está dispuesto, por lo que parece, a ir más lejos y a romper algún plato. Nadie tiene conocimiento, por ejemplo, de que esté moviendo sus peones para que la UE examine en serio la cancelación, de una vez por todas, del sinfín de privilegios comerciales con que obsequia desde mucho tiempo atrás a Israel.
Siento una creciente inquietud, sin embargo, ante la reacción —me atreveré a calificarla de unánime— que los hechos que nos ocupan ha provocado en el seno del Partido Popular. Uno creía —veo ahora que con enorme ingenuidad— que hay determinadas reglas del juego que son objeto de respeto por casi todos. Una de ellas es la que señala que la población civil no puede padecer, ni mucho ni poco, las acciones que obedecen —supongamos que es así, aun cuando los incentivos para la sospecha no faltan— al propósito de dar réplica a agresiones como las verificadas por Hizbulá y Hamás. Y esquivaré ahora, en beneficio del argumento, la discusión de si se trata de genuinas agresiones o hay que emplazarlas en un escenario más general en el que Israel no sale precisamente bien parado.
Aunque las garantías para la población configuran un elemento central en el caso que nos interesa, y en cualquier otro, no he escuchado que la violación masiva de los derechos de aquélla inquiete ni mucho ni poco a los responsables del principal partido de la oposición. Dicho sea entre paréntesis, quiera Dios que no nos topemos en unos pocos días ante un escenario de catástrofe humana provocada por los señores de la guerra, y no por tsunamis, huracanes o terremotos. El Partido Popular no parece entender, por añadidura, que, conforme a la lógica política que —cabe suponer— abraza, es infinitamente más grave lo que hace Israel que lo que puedan hacer Hizbulá o Hamás. Al fin y al cabo el primero dice ser un Estado de derecho y presume, por añadidura, de tratarse de la única democracia del Oriente Próximo. Si esto es así —sorteemos también ahora la discusión correspondiente—, sus obligaciones son estrictas, tanto más cuanto, en la percepción del propio Partido Popular, estamos hablando de un aliado.
Pero lo del PP no queda ahí. A diferencia, por cierto, de muchos de sus socios en la UE, el Partido Popular ha asumido un camino de estricto seguidismo ideológico con respecto a lo que reza el mensaje que emite una Casa Blanca cada vez más ultramontana y más instalada en el ’todo vale’. Ya se sabe que la retahíla de Bush en lo que se refiere a lo que ocurre en estas horas en Gaza y en el Líbano estriba simplemente en afirmar que Israel tiene derecho a defenderse. ¿Para qué formular alguna pregunta relativa a la condición de los instrumentos desplegados al respecto y de las presuntas consecuencias ? ¿Para qué interrogarse sobre la responsabilidad de Israel en el enquistamiento de tantos problemas en el Oriente Próximo ? ¿Alguien cree en serio que tiene mayor fundamento la especie de que fue Yasir Arafat, en solitario, el que tiró por la borda los acuerdos de paz suscritos en el decenio de 1990 ? ¿Puede sostenerse de verdad que Sharon y Olmert, en cabeza de gobiernos entregados frenéticamente a la construcción de nuevas colonias y sin pararse en mientes ante la muerte de varios centenares de niños y adolescentes en Gaza y la Cisjordania, hicieron lo que estaba de su mano para garantizar la gestación, en condiciones, de un Estado palestino soberano ?
El seguidismo ideológico del Partido Popular ha alcanzado su paroxismo con las acusaciones de antisemitismo dirigidas, al parecer, hacia todos aquellos que disienten, y vivamente, de lo que Israel está haciendo. La historia es vieja y hiede. En los labios, vacilantes, de Eduardo Zaplana, las acusaciones en cuestión suenan tan poco convincentes que uno está obligado a concluir que alguien le medio obligó a decir lo que no creía. En los de Gustavo de Arístegui, más capaz e informado, remiten sin más a una sórdida y burda manipulación que obliga a sopesar, seriamente, por qué caminos se está deslizando el Partido Popular cuando por ellos discurren incluso quienes, de entre sus militantes, mayor lucidez muestran. Asistí a la manifestación madrileña de la tarde del jueves 20 y no sé en qué cabeza cabe que en ella pudo registrarse atisbo alguno de antisemitismo. Aunque, puestos a replicar a la provocación, entre nosotros no hay mayor manifestación de este último que las palabras reiteradas del embajador de Israel, quien al parecer quiere hacernos creer, frente a todas las evidencias, que todos los judíos son responsables —y todos refrendan— lo que el ejército israelí hace en estas horas en Gaza y el Líbano. Pues afortunadamente, y claro, no es así.
Para que nada falte, el ex presidente Aznar sigue demandando la rápida incorporación de Israel a la OTAN, como premio, cabe suponer, a su equilibrada aportación a las causas de la democracia y de la libertad en el Oriente Próximo. Si preocupante es lo que ocurre en esta atribulada región, y más aún lo que se avecina, entre nosotros no nos faltan los motivos de inquietud ante el derrotero de una fuerza política, la primera de la oposición en Madrid, que ha iniciado un singular descenso hacia los infiernos. Tengo la certeza de que muchos de sus votantes se sienten incómodos ante un grado de envilecimiento que recuerda, eso sí, al que muestra en estas horas el grueso de la sociedad israelí. Y no es un aspecto menor de ese envilecimiento la sugerencia, que se barrunta por doquier, de que cantarle las cuarenta a Israel puede poner en un brete nuestros edificantes intereses comerciales.
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Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid
Fuente: Carlos Taibo / El Correo