Vaya por delante que el título de este texto no incorpora ninguna metáfora. Nada más lejos de mi intención que sugerir que el movimiento del 15-M ha entrado en una etapa de declive. Quiero dedicar estas líneas, antes bien, a examinar un puñado de datos que, en un grado u otro, marcarán inevitablemente el derrotero de ese movimiento una vez llegue septiembre y --cabe suponer-- se retomen con radicalidad y fuerza las iniciativas. Lo digo porque, veamos las cosas como las veamos, parece inevitable que en los meses de verano se registre un reflujo en aquéllas.

El
primero de esos datos lo aporta la conciencia del movimiento en lo
que se refiere a la necesidad de desplegar, pese a todo, campañas
de muy diverso cariz que, aunque no tan fuertes simbólicamente como
las acampadas de las últimas semanas, mantengan encendida la llama
de la contestación y del recuerdo.

El
primero de esos datos lo aporta la conciencia del movimiento en lo
que se refiere a la necesidad de desplegar, pese a todo, campañas
de muy diverso cariz que, aunque no tan fuertes simbólicamente como
las acampadas de las últimas semanas, mantengan encendida la llama
de la contestación y del recuerdo. Estoy pensando, y son ejemplos
entre otros, en la convocatoria de concentraciones en muchos lugares,
en la preparación de las manifestaciones que deben registrarse el 15
de octubre, en las marchas a Madrid previstas para las próximas
semanas, en el apoyo a la campaña de hostigamiento a los desahucios,
en la extensión de las acampadas a localidades que hasta ahora no
las han acogido o, en suma, en la internacionalización de muchas de
las acciones hasta ahora desarrolladas.

 

Un
segundo elemento que hay que tomar en consideración lo constituyen
los previsibles efectos de la violencia con la que el movimiento, con
certeza, va a ser obsequiado. En este momento sólo puedo enunciar
una firme convicción : la fortaleza del 15-M es tal que también
aquí las cosas han cambiado. Si hasta hace un par de meses la
violencia represiva provocaba las más de las veces miedo y retirada,
hoy se traduce, antes bien, en una firme y general voluntad de
mantener convicciones e iniciativas.

El
tercer dato interesante lo configura lo que puede ocurrir en el otoño
en las universidades. No se olvide que éstas, como tales, apenas se
han movilizado en las últimas semanas, y ello pese a que en
acampadas y manifestaciones había, claro, much@s universitari@s y
muchos jóvenes que han dejado la universidad hace bien poco. Es
razonable intuir que en septiembre y octubre, en un período menos
lastrado por los exámenes, se registre en las facultades y escuelas
un repunte del 15-M que bien puede otorgar a éste un impulso muy
saludable. Queda por saber, en un terreno próximo, si en el otoño
asistiremos también a movilizaciones en los institutos; obligado
parece subrayar al respecto que estos últimos han permanecido las
más de las veces lejos de la efervescencia del 15-M.

El
cuarto elemento que merece atención es la previsible convocatoria de
una huelga general y, con ella, la perspectiva de que la oleada del
15-M empiece a hacerse valer con solidez en los centros de trabajo.
La iniciativa de esa convocatoria tiene que correr a cargo, por
lógica, del sindicalismo resistente, que sería lamentable se
arrugase: lo que es un fracaso seguro es la no convocatoria de la
huelga. Muchos de los conocimientos que creemos haber atesorado sobre
esto sospecho que ahora nos sirven de poco, y que en la estela de una
contestación que se extiende por todas partes no hay que desdeñar
en modo alguno la perspectiva de un éxito de la huelga a la que me
refiero. Dicho sea de paso: emplazaría ante decisiones insorteables
a los sectores de CCOO y UGT que aún mantienen alguna voluntad de
contestación.

La
quinta circunstancia de interés nos habla del efecto de estímulo
que podría derivarse de un adelanto de las elecciones generales
españolas al otoño. Nunca se subrayará lo suficiente que una de
las explicaciones del éxito del movimiento 15-M fue su surgimiento
en el ecuador de una campaña electoral tan sórdida como triste. Aun
cuando las elecciones no se adelanten, el mes de marzo –que es el
inicialmente previsto para aquéllas– tampoco queda tan lejos, y
bien puede ser una ocasión más para apuntalar movilizaciones en
todos los ámbitos.

Estoy
obligado a identificar, en suma, un estímulo muy poderoso para
alimentar la vitalidad del movimiento: el hecho, obvio, de que
nuestros gobernantes no van a modificar un ápice el guión de las
políticas que aplican desde tiempo atrás. Lo digo de otra manera:
en este caso hay que descartar por completo la posibilidad de que
determinadas concesiones desde los circuitos de poder se traduzcan en
retrocesos en la contestación o, en su caso, en divisiones internas
dentro del 15-M.

A
buen seguro que, más allá de todo lo anterior, el futuro del
movimiento depende en muy buena medida de lo que él mismo decida
ser. Al respecto no somos pocos –creo– los que deseamos que se
convierta en una activa red de asambleas y de autogestión que, en
todos los ámbitos, plante cara a los poderes establecidos y lo haga
desde la contestación del capitalismo, de la sociedad patriarcal y
del productivismo, y desde la solidaridad internacionalista con los
países del Sur. No parece que este programa de mínimos esté muy
alejado de las querencias de muchas de las personas, jóvenes y no
tan jóvenes, que ocupan las calles estos días.

Carlos
Taibo