No es tarea sencilla la de pronunciarse sobre el futuro del movimiento 15-M. Lo más probable es que, conforme a la voluntad mayoritaria, se disuelvan antes o después las acampadas --es preferible cerrar racional y jocosamente esta etapa-- y se proceda a trasladar la actividad a barrios y pueblos. Todo ello en el buen entendido de que la posibilidad de restaurar el esquema inicial de concentraciones con poderoso eco mediático no quedará en modo alguno cancelada y de que, claro, el ritmo de los hechos puede ser diferente en los distintos lugares.

El tránsito del recinto
del espectáculo mediático al más modesto de la acción local,
aunque en modo alguno obliga a cancelar posibles iniciativas
–campañas, manifestaciones– de carácter general, parece deslizar
el movimiento hacia una tarea más difícil y menos vistosa, al
tiempo que, en sentido contrario, reduce los riesgos de
burocratización y los intentos de coparlo desde fuera.

El tránsito del recinto
del espectáculo mediático al más modesto de la acción local,
aunque en modo alguno obliga a cancelar posibles iniciativas
–campañas, manifestaciones– de carácter general, parece deslizar
el movimiento hacia una tarea más difícil y menos vistosa, al
tiempo que, en sentido contrario, reduce los riesgos de
burocratización y los intentos de coparlo desde fuera. No está de
más que agregue una observación sobre la singularidad propia de la
época del año en la que nos encontramos: la proximidad del verano
tanto puede ser un inconveniente insoslayable –las iniciativas y las
movilizaciones por fuerza se reducen en la mayoría de los lugares–
como una excelente oportunidad para recobrar fuerzas y plantear una
ofensiva en toda regla a partir de septiembre. También hay que tomar
en consideración el hecho, interesante, de que el movimiento ha
visto la luz en un momento marcado por el final del curso en
universidades e institutos, algo que a buen seguro ha reducido sus
posibilidades de despliegue en unas y otros. La planificación al
respecto de estas cuestiones –que invita a pensar inevitablemente en
el medio plazo– es, en cualquier caso, una tarea vital en el momento
presente, tanto más si se convocan elecciones generales para el
otoño.

Si se me pide un
pronóstico sobre lo que entiendo va a suceder con el movimiento –y
no sin antes avisar que en el camino penden varias incógnitas, y
entre ellas los efectos previsibles de los intentos de moderar el
discurso, por un lado, y de la violencia que el 15-M padecerá, por
el otro–, me limitaré a plantear cuatro horizontes posibles. El
primero no es otro que el vinculado con un rápido e imparable
declive; me parece que semejante perspectiva es harto improbable
habida cuenta de la vitalidad presente de las iniciativas y de la
general voluntad de ir a más. El segundo nos habla de un eventual
intento de colocar al movimiento en la arena política, a través de
la gestación de una nueva formación o de la incorporación a alguna
ya existente. Creo firmemente que las posibilidades de esta opción
son muy reducidas, en la medida en que la mayoría de los integrantes
del 15-M no parecen siquiera contemplarla. No puede descartarse por
completo, sin embargo, una mecánica de divisiones y escisiones, en
un grado u otro vinculable con este segundo horizonte.

Una tercera perspectiva
nos dice que el movimiento podría dar pie a una suerte de extensión
general, más bien vaga, dispersa y anómica, de formas de
desobediencia civil frente a la lógica del sistema que padecemos.
No descarto en modo alguno esa posibilidad, que sería una suerte de
manifestación abortada de lo que me gustaría que cobrase cuerpo
realmente: hablo del cuarto, y último, horizonte, articulado en
torno a una fuerza social, que desde perspectivas orgullosamente
asamblearias y anticapitalistas, antipatriarcales, antiproductivistas
e internacionalistas, apostase por la autogestión generalizada e
inevitablemente se abriese a las aportaciones que deben llegar de
sectores de la sociedad que todavía no han despertado. Esa fuerza,
que habría de acoger en su seno, claro, al movimiento obrero que
todavía planta cara al sistema y se enfrenta a los sindicatos
mayoritarios, provocaría el alejamiento de una parte de quienes en
inicio se han incorporado a manifestaciones y acampadas.

Sólo se me ocurre aducir
dos argumentos en provecho de la materialización del último
horizonte mencionado: si, por un lado, en muchas de las asambleas
realizadas en las acampadas se han revelado por igual una
sorprendente madurez y una más que razonable radicalidad en los
enfoques –se ha pasado a menudo de la contestación de la epidermis
que suponen la corrupción y la precariedad a la del corazón del
capitalismo y la explotación–, por el otro debemos dar por
descontado que nuestros gobernantes van a seguir en sus trece, esto
es, no van a modificar un ápice el guión de sus políticas. El
hecho de que hayan decidido morir al servicio del capital mueve
audazmente, en otras palabras, nuestro carro.

Carlos Taibo (para ‘La
Directa’)