1. Sorprende la inferencia, tan general en nuestros medios de comunicación, de que el presidente ruso, Putin, ha sentido y siente un profundo interés por las vidas de los rehenes, que en Moscú en el pasado, o en Beslán en estos días, han padecido la indefendible acción de terror desarrollada por un comando presumiblemente configurado por chechenos. Lo que sabemos de la conducta de Putin invita a concluir que los numerosos hechos dramáticos y luctuosos que se han ido desarrollando en los últimos años han operado, hasta hoy, como oportunísima catapulta para el asentamiento de su poder. Así, han permitido perfilar políticas de honda matriz represiva y han propiciado un visible cierre de filas de la población en torno a las medidas arbitradas por el presidente. Putin no sería lo que es si no hubiese instrumentalizado en inmoral provecho propio la tragedia chechena.
2. Si lo anterior se antoja evidente, obligados estamos a reseñar lo que a los ojos de muchos analistas es un cambio interesante operado en las últimas semanas. Recuérdese que el tratamiento mediático que el Kremlin ha ofrecido del derribo de dos aviones en el sur de Rusia —poco propicio, inicialmente, a reconocer un atentado y a atribuir éste, como era ritual, a la resistencia chechena— implicaba un cambio drástico con respecto al pasado. Subráyese también que, en relación con la toma de rehenes en un colegio en Osetia del Norte, las autoridades rusas han procurado pronunciar pocas veces el adjetivo checheno, arrojando la responsabilidad de los hechos —en un argumento bien conocido— en los hombros de las redes de eso que ha dado en llamarse terrorismo internacional. No tiene demasiado sentido explicar estos eventuales cambios en el tratamiento informativo de la mano de sus presuntos efectos benéficos sobre el resultado de unas elecciones presidenciales, las celebradas recientemente en Chechenia, que tenían ganador seguro. Más razonable parece apuntar que el Kremlin se estaba percatando de que una parte de la opinión pública rusa empieza a recelar de los modos y los proyectos de Putin, como recela de la eficacia de los servicios de inteligencia y seguridad. Los analistas que se acogen a esta percepción, polémica, intuyen que, pese a algunas apariencias del momento, a Putin le resultará cada vez más difícil presentar sus medidas ante una parte significada de la ciudadanía.
3. Entre tanto, nuestros medios de comunicación siguen siendo agentes, a menudo, de una delicada distorsión informativa : sólo se habla de Chechenia cuando se registra algún atentado u acción de terror de la resistencia local. Semejante forma de operar propicia el olvido de lo que ocurre, día sí y día también, en la propia Chechenia. Y es que si el adjetivo terrorista conviene a los integrantes del comando que ha actuado en Osetia del Norte, lo suyo es que nos preguntemos por qué no echamos mano de la misma fórmula para describir las acciones del ejército ruso en la atribulada república del Cáucaso septentrional que hoy nos ocupa. Moscú ha defendido en los hechos una política de tierra quemada que tiene un fiel reflejo icónico en las imágenes de Grozni, la capital chechena, sólo homologables a las de Dresde, la ciudad alemana bombardeada por los aliados en 1945. En los últimos diez años ningún recinto del planeta ha experimentado un grado de destrucción, y una cifra porcentual de muertos, equiparable al de Chechenia. Para saber cómo se las gasta esta formidable maquinaria de terror que es el ejército ruso basta con echarla una ojeada a los libros de Anna Politkóvskaya y a los sucesivos informes de Amnistía Internacional, que no duda en denunciar, también, muchas de las acciones de los resistentes chechenos.
4. En este magma uno de los elementos centrales de la estrategia autolegitimatoria desplegada por el Kremlin es el que invita a identificar en toda la resistencia chechena una unánime adhesión al terrorismo más desbocado y al islamismo fundamentalista en sus vertientes más violentas. Semejante descripción de los hechos es una burda e interesada distorsión de una realidad mucho más compleja. El presidente checheno elegido en enero de 1997, Aslán Masjádov, presunto reflejo de las querencias mayoritarias en el seno de la resistencia, no ha dudado en desmarcarse de los hechos de terror protagonizados por segmentos radicalizados como el encabezado por Shamil Basáyev. Identificar sin más a Masjádov con Basáyev es un desafuero moral que tiene en estas horas una consecuencia delicada : de la mano de la estrategia que glosamos, Putin ha cancelado la perspectiva de que del otro lado emerja un interlocutor político con el que se pueda negociar. Es probable que con el paso del tiempo lo lamente.
5. No está de más recordar que el comportamiento de las autoridades rusas hunde sus raíces, en lo que a la era de Putin respecta, en decisiones asumidas en la segunda mitad de 1999 : entonces el nuevo primer ministro se empeñó en cancelar los efectos del acuerdo de paz sobre Chechenia suscrito en Jasaviurt tres años antes. Putin dejó claro poco después que el propósito de la invasión rusa verificada en octubre de 1999 no estribaba en hacer frente, como antes se había argüido, a una amenaza terrorista, sino en restaurar la integridad territorial de la Federación y en acabar con cualquier horizonte de autodeterminación. Aunque las autoridades en Moscú adujeron datos de innegable relieve —el caos que se había instalado en Chechenia en los años anteriores, los atentados registrados en la capital rusa en septiembre de 1999—, su apuesta por la causa de la resolución negociada del conflicto fue siempre nula. Rescatemos al respecto que el Kremlin, con Yeltsin, no cumplió con los compromisos económicos contraídos en 1996, que la autoría de los atentados moscovitas todavía hoy está sometida a agudas polémicas y que, por lo que parece, la opinión mayoritaria entre la población chechena no tiene peso alguno a los ojos de Putin, quien considera que Chechenia es, ontológica e indisputablemente, Rusia.
6. Sólo cabe calificar de farsa el proceso político que Putin ha alentado, los dos últimos años, en Chechenia, asentado en la promulgación de una nueva Constitución, en la concesión de cierto grado de fantasmagórica autonomía y, sobre todo, en el apuntalamiento de un gobierno manifiestamente dócil ante los proyectos de Moscú. Un retrato cabal de la condición de ese proyecto lo aportan las elecciones presidenciales recientemente celebradas sin el concurso de candidatos independentistas —o, simplemente, de gentes que disientan con respecto a la política del
Kremlin—, con el derecho de voto reconocido a los soldados de los contingentes de ocupación y sin observadores independientes. La idea de que Putin pelea en Chechenia por la causa de la democracia recuerda a la pareja superstición de que Bush hace lo propio en el Irak de estas horas.
7. Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que el checheno de a pie piensa de todo esto. Carecemos, en particular, de encuestas de opinión solventes. Es lícito adelantar, claro, que la mayoría de los chechenos están hartos de casi todo : de Putin como de Masjádov, de la guerrilla como del ejército ruso. Pero, dicho eso, los datos se ordenan para concluir que, en condiciones de libertad, el apoyo a una Chechenia independiente sería claramente mayoritario. Sorprende que quienes, entre nosotros, dicen defender la causa de la democracia no le presten mayor atención a este hecho. Acaso no está de más agregar que, con ocasión de la primera guerra ruso-chechena postsoviética, la librada entre 1994 y 1996, la mayoría de la propia población rusa se declaraba dispuesta a aceptar una Chechenia independiente, bien que por prosaicas razones que más le debían al deseo de frenar la cacareada expansión de las redes mafiosas chechenas que a una aceptación tranquila del principio de autodeterminación. Agreguemos, en suma, que a Chechenia, un país de incorporación reciente a la trama imperial ruso-soviética, le corresponde un relieve menor en la configuración del imaginario nacional de la propia Rusia. Como quiera que, y para entendernos, Chechenia no es lo que Kosovo ha sido a los ojos de la mayoría de los ciudadanos serbios —el crisol de la nación—, la posibilidad de una salida negociada a muchos se les sigue antojando razonablemente hacedera.
8. Si hay algo profundamente indignante en las reflexiones que los hechos de estas horas suscitan, ese algo es la reaparición espectacular de las abruptas simplificaciones a las que se entrega un discurso, conservador y reaccionario, que ve al terrorismo internacional por todas partes. De entre las muchas consecuencias negativas que acarrea ese discurso hay dos singularmente delicadas. La primera nos habla de un formidable olvido de las claves singularizadoras de los conflictos que jalonan el mundo : si ya sabemos que Al Qaida está por detrás de todos los males del planeta, para qué reflexionar, entonces, sobre lo que ocurre en el día a día de Chechenia. La segunda la configura una franca aceptación del todo vale. Tal y como gustan de repetirlo los gobernantes rusos, con los terroristas no se negocia : se les aniquila. Curiosa interpretación ésta, por cierto, de las reglas del Estado de derecho.
9. Es difícil separar el contencioso checheno de una trama general, la del Oriente Próximo y la cuenca del Caspio, en la que se aprecia el aliento de una codiciosa política norteamericana encaminada a controlar materias primas energéticas muy jugosas. La actitud de los diferentes agentes regionales —Rusia como Georgia, Azerbaiyán como Armenia, Irán como Turquía— a buen seguro que mucho le debe a esa política. Washington juega dos cartas en el Cáucaso : si la primera invita a mantener una relación fluida con Rusia —una entente cordiale en la que Moscú guarda silencio ante los desmanes norteamericanos a cambio del beneplácito estadounidense ante lo que ocurre en Chechenia—, la segunda implica despliegues militares de cierta importancia, como el verificado en el otoño de 2001 en Georgia. En este escenario de disputa entre lógicas imperiales conviene precisar, eso sí, que el relieve de la trama petrolera para dar cuenta de la textura presente del conflicto de Chechenia es cada vez menor, y ello en virtud de dos razones : mientras, por un lado, la riqueza energética de la propia Chechenia se vio sensiblemente esquilmada en la etapa soviética, por el otro la política de conductos que abrazan tanto Rusia como Estados Unidos ha dado en sortear, significativamente, el territorio checheno.
10. No es más edificante la actitud asumida por las potencias europeo occidentales. Desde el 11 de septiembre de 2001, sus responsables ya no miran, como antes, hacia otro lado cuando se habla de Chechenia : le dan palmaditas en el hombro al presidente Putin. Semejante ejercicio de doble moral, de acatamiento subrepticio del todo vale y de silencio ostentoso ante los efectos —en Chechenia y en tantos otros lugares— del terror de Estado tiene que producir escalofríos. La credibilidad de la Unión Europea se halla en juego en estas horas, tanto más si opta, como acostumbra, por primar los intereses sobre los principios.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y autor de El conflicto de Chechenia (Catarata).