Artículo de opinión de Rafael Cid
“Sin la justicia, ¿qué son los reinos sino bandas de ladrones?”
Agustín de Hipona
“Sin la justicia, ¿qué son los reinos sino bandas de ladrones?”
Agustín de Hipona
La condena a 3 años de cárcel impuesta a ocho de los activistas que entre una multitud protestaron ante el Parlament por las políticas antisociales promulgadas para sufragar la crisis provocada por el sistema financiero es un prueba del modelo de justicia reversible imperante en el reino de España. Una nueva expresión de la “ley del embudo”, ancha para los poderosos y estrecha para el pueblo, que ha alcanzado su máximo exponente en esta vergonzosa sentencia del Tribunal Supremo (TS) que rectifica de plano el anterior fallo absolutorio emitido por la Audiencia Nacional. Ni Hacienda somos todos ni la Justicia es igual para todos; hay paraísos fiscales, atajos judiciales, pasadizos secretos y puertas giratorias.
Se trata de una justicia de parte, justiciera, que reprime la legítima indignación de los representados ante un acto de traición institucional y democrática por parte de una clase política que ha obtenido su status representativo con promesas programáticas luego violadas olímpicamente “por imperativo legal”. Pero lo sucedido también pone de manifiesto la vigencia de una justicia oportunista al servicio de los poderes fácticos, como demuestra el hecho de que en un lapso de pocas semanas el más alto tribunal de la nación se haya pronunciado en dos casos sucesivos en sentidos totalmente opuestos. Por un lado, anulando la libertad de los manifestantes decretada por la AN, y por otro desmintiéndose a sí mismo al rechazar a posteriori una denuncia sobre paternidad atribuida al Rey Juan Carlos I, anteriormente admitida a trámite. El hecho de que ambos asuntos fueran debatidos en salas distintas no quita venalidad al disparate.
La gravedad de esta afrenta social pone de completa actualidad la necesidad de aumentar la disidencia al régimen del 78 y sobre todo al duopolio dinástico gobernante, formado por PP y PSOE, regresando a las movilizaciones ciudadanas, en los últimos tiempos lamentablemente represadas en el dique seco de las expectativas levantadas por formaciones políticas de nuevo cuño que prometen “asaltar los cielos”. En este sentido, la concurrencia masiva, orgullosa, democrática y radical a la nueva edición de las Marchas de la Dignidad que el sábado 21 de marzo desembocarán en Madrid debe prevalecer como un objetivo estratégico frente a los cantos de sirena que incuban el desarme de la indignación activa, responsable y consecuente del pueblo constituyente.
El bochornoso episodio de la condena a los activistas catalanes forma parte de una cadena de actos políticos que se viene produciendo en los últimos meses para silenciar la protesta con reformas legales éticamente deleznables y democráticamente ilegítimas. La debilidad del sistema, a pesar del banderín de re-enganche que significan algunas de las ofertas partidistas emergentes, es de tal calibre que no ha dudado en aprobar normas impropias de un Estado que se pretende de Derecho para ocultar que genéticamente sigue siendo de derechas.
Pero donde la situación adquiere rasgos liberticidas es a la hora de compaginar el tipo de legislación represiva dual y asimétrica que se está sancionando. Para frenar la contestación en la calle y el activismo social insurgente, con la excusa de los desórdenes públicos, sacan la “ley mordaza”, cuando es un hecho documentado que España es uno de los países de la Unión Europea con menor índice de delincuencia (aunque sea el que por el contrario tiene más presos por habitante). Y sin embargo, siendo igualmente constatable que somos la nación con mayor corrupción política y económica, se legisla para aumentar aún más las zonas de inmunidad de esa criminalidad de alto standing. Eso es lo que supone el engañabobos de renombrar como “investigación” a la “imputación” y limitar el tiempo de instrucción sin aumentar los recursos judiciales. No les basta con ser líderes en aforamiento de políticos del continente y en indultos a chorizos.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid