Artículo de opinión de Rafael Cid
Los de mi generación somos hijos de dos efemérides que van escalonadas en el calendario. El 25 de Abril portugués del 74 y el Mayo francés del 68. Esos dos acontecimientos nos marcaron política, moral y afectivamente. Aunque en mi caso particular caló más hondo “la revolución de los claveles”. Quizás porque a París llegué cuando ya solo quedaban las ascuas de aquella comuna antiautoritaria que anticipo nuestro 15-M.
Los de mi generación somos hijos de dos efemérides que van escalonadas en el calendario. El 25 de Abril portugués del 74 y el Mayo francés del 68. Esos dos acontecimientos nos marcaron política, moral y afectivamente. Aunque en mi caso particular caló más hondo “la revolución de los claveles”. Quizás porque a París llegué cuando ya solo quedaban las ascuas de aquella comuna antiautoritaria que anticipo nuestro 15-M. Y posiblemente también porque en aquellos precisos momentos la apuesta de los universitarios madrileños con el recital de Raimon en el campus de la Complutense, en esas mismas fechas, era una cita ineludible.
Los recuerdos de la siniestra PIDE, la político-social de Oliveira Salazar. El secuestro en alta mar en 1961 del trasatlántico Santa María por el capitán Henrique Galvao y los miembros del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL) para denunciar la situación de los presos en las cárceles portuguesas. Y el asesinato en 1965 en Villanueva del Fresno del dirigente de la oposición Humberto Delgado por sicarios de ambas dictaduras, hicieron que el 25 de Abril se viera como la premonición de la ruptura que podía acabar con el régimen franquista. Por eso, tras el triunfo de la “revolución de los claveles”, Perpignan dejó de ser el punto de fuga de muchos españoles deseosos de zafarse de la censura en favor de Lisboa. Aunque en este caso no se cruzaba la raya solo por el placer de la cartelera prohibida en España. Era la excusa para conspirar y hacernos la ilusión de que el fin de Franco estaba al alcance de la mano.
Pero ya sabemos cómo terminó todo. Un pacto entre los líderes de la izquierda (PSOE y PCE) con los neofranquistas selló la continuidad del régimen en la persona del rey Juan Carlos de Borbón, designado por Franco como sucesor en la jefatura del Estado. Y así Suarez, el secretario general del Movimiento, el partido único de la dictadura, resultó elegido presidente en las primeras elecciones “democráticas”; los militares que bunkerizaron aquella transición entregaron a la población del Sahara Occidental a sus enemigos históricos, las tiranías de Marruecos y Mauritania; y como “prueba de vida” se persiguió, procesó y encarceló a los miembros de la Unión Militar Democrática (UMD), el grupo clandestino que conspiraba en los cuarteles para repetir aquí la “revolución de los claveles”.
Por eso, el 25 de Abril sigue siendo especial. Cuantas veces, en el pueblo de Caldas de Rainha, he imaginado a las tropas del Comando Operativo del Continente (CPCON), al mando del comandante Otelo Saraiva de Carvalho, saliendo al despuntar el día del acuartelamiento al son de “Grándola vila morena” en la voz de José Alfonso, Ceca, el Raimón de Coimbra. Una canción cuya letra contiene una de las definiciones más bellas de democracia: “Grándola vila morena/ Terra da fraternidade / O povo é quem mais ordena / Dentro de tí / ó cidade”. El ideal de “polis” que antes había anhelado Mayo del 68 y que tres décadas después tentaría el 15-M. La utopía irrenunciable.
El 25 de Abril no solo fue una revolución llena de poesía y humanidad, supuso la constatación de que todos llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones que puede realizarse si abrimos la mente ¡Sapere aude! Lo constaté al visitar a Saraiva de Carvallo en la prisión militar de Tomar, donde permanecía preso acusado de terrorismo. Me impresionó su talante de hombre bueno, culto y digno, y la sencillez con que contaba cómo fueron los líderes políticos que les cortejaron quienes traicionaron aquella revolución cuyos tanques se paraban en los semáforos cuando entraron en Lisboa para asediar la sede de la PIDE (escena real de la película “Capitanes de Abril”).
Mayo del 68 legó a la memoria el espíritu lúdico de la rebelión y un mundo de inolvidables grafitis. El 25 de Abril que, como dijo Emma Godman, las únicas revoluciones buenas son las que permiten bailar.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid