El periodista español cuenta cómo nació la idea del documental que se verá mañana en el Festival DerHumALC, una visión a fondo de las violaciones a los derechos humanos en la dictadura que en España fue vista por 700 mil personas.
La dictadura de Jorge Rafael Videla condenó al ostracismo al periodista español Vicente Romero, un hombre muy comprometido con los derechos humanos que conoció como corresponsal el lado más oscuro de los siniestros personajes de botas largas que imponían el terror durante los años de plomo. Romero también conoció la cárcel en el Chile del dictador Augusto Pinochet. En España trabajó en medios gráficos y televisivos y siempre ejerció el derecho a la información en acontecimientos históricos como las guerras de Vietnam y de Irak. Su marca distintiva es la denuncia de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos en distintas regiones del mundo. Como estudioso de la dictadura argentina, entrevistó para la televisión española al represor Adolfo Scilingo, donde el ex capitán de corbeta relató su participación en los “vuelos de la muerte” a través de los cuales los militares arrojaban prisioneros anestesiados al Río de la Plata. Scilingo había hecho una primera confesión sobre el tema a Horacio Verbitsky, que quedó plasmada en el libro El vuelo del periodista de Página/12 y cuyo contenido resultó prueba fundamental en el juicio al represor procesado por el juez Baltasar Garzón, y posteriormente condenado en la Audiencia Nacional a 640 años por delitos de lesa humanidad. Esa fue la primera vez que un represor argentino fue condenado en el exterior.
Hace aproximadamente un año, Romero participó en un curso universitario sobre derechos humanos dirigido por Garzón. Allí el magistrado le dijo : “Posiblemente yo soy el juez que más verdugos ha interrogado, y posiblemente tú eres el periodista que más verdugos ha entrevistado. ¿Por qué no hacemos algún trabajo juntos ?”. Entonces, Romero planteó la propuesta en la Televisión Española (TVE), cuyos directivos aceptaron la idea de que ambos realizaran el documental El alma de los verdugos, que desnuda el oscuro pensamiento de los militares argentinos de la última dictadura desde la mirada de sus víctimas y desde la propia óptica de los torturadores. El alma de los verdugos podrá verse mañana a las 20 en el Colegio Público de Abogados (Corrientes 1441), en el marco del IX Festival DerHumALC.
El documental de 105 minutos fue visto por más de 700 mil personas en España. Es por eso que, a la hora de hablar de la repercusión que tuvo, como del interés que puede despertar esta temática en la ciudadanos de la Península Ibérica, Romero –de visita en Buenos Aires– sostiene que “el interés hacia el tema de derechos humanos existe en la población española porque hubo una lucha contra el franquismo, una lucha por conseguir la democracia. En todo ese proceso de transición, el pueblo español (hasta la derecha) asumió una serie de valores como, por ejemplo, la abolición de la pena de muerte, incluso del código militar, y una serie de valores éticos importantes”. Asimismo, Romero afirma que “la tragedia de Argentina es una tragedia muy cercana. Por otra parte, está llena de unos elementos tan tremendos que no dejan indiferentes a nadie”.
Precisamente indiferencia es lo que menos puede sentirse cuando se escuchan los desgarradores testimonios de las víctimas, como los de aquellas mujeres que cuentan cómo fueron violadas, ultrajadas y humilladas, además de ser sometidas a la tortura. Esas torturas generaban fenómenos incomprensibles, como el de una secuestrada que le pedía a su torturador que le diera la mano para aguantar el dolor. Otro relato impactante es el de una víctima que recuerda cuando les obligaban a limpiar cráneos y miembros hasta dejar sólo los huesos. Carlos Lordkipanitse comenta que fue sometido a torturas junto a su mujer e incluso su hijo de veinte días. Los genocidas pasaban también del horror al absurdo, como cuando en la ESMA organizaron una fiesta de Navidad para quienes tenían secuestrados. O bien, cuando llevaban a cenar a las prisioneras que les resultaban atractivas, para luego recluirlas nuevamente en los centros clandestinos de detención. Si en el caso de la víctimas se siente bronca y dolor, al escuchar hablar a los represores y sus defensores, la sensación es de repugnancia : un buen ejemplo es cuando Luis Patti señala sobre los represores que “si tuviese que calificar a esos hombres, los califico como buenas personas, sin ninguna duda”. O cuando el abogado de militares Luis Eduardo Carri Boffi dice que “Etchecolatz es muy buen padre de familia y un hombre muy humano”.
–¿Por qué le pareció importante incorporar el testimonio de los verdugos ? ¿Lo debatieron ?
–Creo que la denuncia más fuerte de lo que ocurrió en la Escuela de Mecánica de la Armada, por ejemplo, la hizo Scilingo. Por lo tanto, me parece que es fundamental ver cómo todavía algunos pueden denunciarlo como Scilingo, otros suelen justificarlo como (Gonzalo) Torres de Tolosa (N. de la R. : abogado de militares), que dice que “no fue para tanto” y que hay más muertos en accidentes de tráfico, y que él iba a echar una manita a la ESMA porque, en definitiva, era una tarea cristiana la de brindar apoyo a aquellos hombres que se estaban “esforzando” mucho. Creo que es muy ilustrativo para ver cómo son y cómo piensan. No hubo ningún debate. El único debate que tuvimos Baltasar y yo fue intentar que no se mezclara de ninguna manera su actuación como juez con su participación en el documental. Por ejemplo, Baltasar tiene pedida la extradición de Torres de Tolosa. Es el número 40 de la lista que presentó Baltasar de cuarenta extraditables a España. Por lo tanto, Baltasar no podía entrevistar a Torres de Tolosa ni podía escribir ni decir nada sobre Torres de Tolosa o sobre Scilingo porque, en definitiva, lo procesó él. Entonces, hemos tenido un exquisito cuidado de que Baltasar no interrogue ni siquiera a testigos a los que hubiera interrogado. Las entrevistas que Baltasar hizo aquí fueron con personas que no figuraron nunca en ningún sumario instruido por él, para que no pueda ser recusado de ninguna manera. Es el único debate que hemos tenido permanentemente, para que el documental no se convirtiera en un obstáculo a la hora de la justicia.
–¿Le resultó muy duro realizar este trabajo ?
–Sí, porque indudablemente uno se identifica con las víctimas. Algunas las conoces hace años, te siguen conmoviendo los relatos. Y porque con los verdugos tienes que reprimir tu impulso de agarrarlos por el cuello y decir : “¿Pero qué coño me está diciendo ?”. Entonces, desde ese punto de vista, es jodido… pero al mismo tiempo creo que es un tipo de trabajo que contribuye por lo menos al conocimiento de lo que ocurrió.
–A veces se tiende a pensar al verdugo como alguien que no es humano. Pero en ese caso se dejaría de tener en cuenta la lógica con la que operan. Una lógica perversa, ya que el verdugo es alguien que sabe bien lo que hace y lo quiere hacer. En la película esa discusión está presente…
–Lo que pasa es que no se trata de plantear una discusión de definiciones, sino tratar de que el espectador pueda hacer una aproximación hacia la generalidad de esos seres humanos. Yo no sé si llegó a haber tantos comprometidos en la represión como desaparecidos. Pero hay datos que hablan de más de veinte mil militares y policías que participaron en tareas represivas en la Argentina. A veces se los ha llamado gorilas, lo que es una ofensa para un animal noble como es el gorila. Yo creo que es difícil hacer un arquetipo del represor. Así como es difícil hacer un arquetipo del periodista : el que controla el consejo de administración del medio, el director, el periodista deportivo o el cronista teatral. Somos distintos. Pues creo que con los represores pasa exactamente igual. No podemos comparar a Scilingo que, en definitiva, es un pobre diablo alienado, pero que es el único que tuvo la necesidad de descargar su conciencia, con el tipo perverso que fue Chamorro dentro de la misma Escuela de Mecánica de la Armada. Creo que tienen responsabilidades diferentes, papeles diferentes, mentalidades diferentes.
–Resulta estremecedor cuando las víctimas narran las relaciones con sus verdugos. ¿Indagar en esa intimidad tan dolorosa le permitió alcanzar una concepción más profunda de la degradación de los torturadores ?
–Es como asomarse a un abismo interior del ser humano, de ver hasta dónde puede llegar. Cuando Carlos Lordkipanitse no puede hablar de cómo toturaron a su hijo de veinte días, te das cuenta de que no hay límites en el ser humano, de que somos capaces de la mayor aberración y del acto de mayor generosidad dentro de nuestra misma especie.
–¿Que sintió al estar cara a cara por primera vez con un torturador ?
–Asombro, incapacidad de entendimiento, constatar mis propios límites, lo estrecha que tenemos nuestra visión para entendernos como seres humanos. Asco, una profunda repugnancia. Pero no es solamente frente a ellos. Es la misma repugnancia que puedo sentir cuando oigo a Rodrigo Rato hablar de las políticas del Fondo Monetario Internacional, condenando al hambre o a la miseria, exigiendo a países que renuncien a presupuestos de educación. O cuando oigo a Wolfowitz hablar de que la Banca Mundial no puede aceptar que se subvencione a la agricultura en el Tercer Mundo, mientras que todos los productos agrícolas del Primer Mundo están subvencionados. Es la misma repugnancia. Son distintos tipos de verdugos.
–Es otro tipo de genocidio.
–Sí, es un genocidio económico pero, en definitiva, son los amos de esos otros genocidas.
ENTREVISTA A BALTASAR GARZON
“El elemento común es la impunidad”
Desde su profundo conocimiento de las causas a represores, el juez relata la experiencia de realizar el documental.
“Es una apelación contra la indiferencia”, dice Garzón.
Por Oscar Ranzani.
El juez español Baltasar Garzón está profundamente ligado a la Argentina por sus investigaciones judiciales sobre represores argentinos. Además del caso Scilingo, otra de sus causas más resonantes es la del ex integrante de los grupos de tareas de la ESMA Ricardo Cavallo, detenido en México por un pedido de extradición del magistrado español y alojado en una cárcel madrileña en junio de 2003. Garzón es el mentor del documental El alma de los verdugos (ver aparte), que dirigió el periodista Vicente Romero. Pero el juez no se limitó solamente a proponer la idea, sino que también realizó entrevistas a víctimas de los represores que no hubiera interrogado para la Justicia. “Procuramos dar una visión genérica pero, a la vez, diferente de lo que en sí mismo son las investigaciones judiciales, más enfocado desde el punto de vista de las víctimas y también de los represores para que el público en general comprendiera o sintiera más próximo lo que fue esa etapa de la historia argentina”, cuenta Garzón desde España, en una entrevista exclusiva con Página/12.
–¿La idea fue realizar un trabajo que fuera más allá de lo informativo ?
–Sí, por lo menos desde nuestro punto de vista es llamar un poco la atención, mantener esa idea de que no debemos olvidar lo que ocurrió en la Argentina, en Chile y en otros países para que no vuelva a suceder lo mismo. Y sobre todo es una apelación contra la indiferencia : el creer que porque estas cosas no sucedan inmediatamente en tu comunidad, o al menos no en los tiempos recientes, no es tu problema. El ser humano tiende a ser indiferente con la naturaleza. De alguna forma, ésta es una llamada de atención muy dura, porque hay imágenes que son duras para que pueda existir esa reflexión.
–¿Argentina resultó un país paradigmático para ejemplificar cómo funcionó el terrorismo de Estado ?
–Argentina es ejemplo de muchas cosas. En este caso, desgraciadamente durante esa época fue el ejemplo más paradigmático de lo que no puede ni debe ser. Pero también Argentina hoy en día devela una autocrítica y una fuerza en la investigación judicial de estos hechos que es digna de reconocimiento. Ningún país ha hecho una reflexión tan profunda y tan introspectiva anulando leyes, anulando indultos y diciéndole a la Justicia : “Bueno, pues actúen ustedes ahora ya que en su momento no se pudo o no se quiso hacer”. Es ejemplificador en muchos sentidos.
–¿Qué conclusiones saca respecto de cómo alguien puede torturar y después reunirse con su familia, almorzar con ellos y llevar los chicos a la escuela como si nada hubiera sucedido ?
–La verdad es que a veces la maldad del ser humano no tiene límites, o no sabemos cuáles son los límites, como los de la bondad. Que estas personas sean normales venía a ser como que tenían prácticamente asimilada o sistematizada la acción de tortura. Era como una profesión, como un trabajo que somatizaban y, de alguna forma, asimilaban para que no les perturbara en su vida ordinaria, porque si no sería incomprensible. Es decir, por muy malo que pueda ser un ser humano, no puede ser absolutamente insensible al dolor de un semejante. Sin embargo, se producía. Yo creo que la razón estaba en la sensación de impunidad general y genérica que existía y en esa insensibilidad y profesionalización del dolor. No tiene otra explicación. En el documental, Eduardo Galeano cuenta una anécdota de ese amigo suyo en Argelia que torturaban por la mañana y a la seis de la tarde el torturador se ponía a contarle cuáles eran sus problemas. O las mismas versiones dentro de la ESMA de cómo los torturadores les decían a sus víctimas que eran las responsables de que las cosas les funcionaran mal en sus matrimonios y demás. O sea, es una aberración tremenda. Sobre todo una búsqueda de justificación a la propia perversión, en este caso del ser humano.
–¿Hay un perfil básico del torturador ?
–Yo creo que el perfil del torturador va en relación al grado de impunidad que proporciona un Estado y unas instituciones en un momento. No creo que haya un perfil único y uniforme del torturador en los distintos países y momentos de la historia. Pero todos tienen el elemento común de la impunidad que se genera desde el ejercicio abusivo del poder. La ausencia de límites de ese poder, la conciencia del que lo ejerce de que nada ni nadie le va controlar o le va a exigir responsabilidad, es el germen para que cualquier exceso se convierta en un hábito.
–Usted señala en el documental que “los verdugos, mientras son verdugos, muestran su cobardía en la agresividad contra la víctima, pero cuando dejan de ser verdugos pasan a ser nada”. ¿Podría ampliar este análisis ?
–Yo creo que el verdugo se siente algo y alguien en tanto y en cuanto tiene a alguien sobre el que vencer su propia indignidad. Si estableciéramos un parangón similar con igualdad de posibilidades de derechos y de alternativas, jamás un torturador tendría capacidad dialéctica ni de otro orden para enfrentarse a la víctima. La profundidad de los ojos de la víctima y la mirada de la misma, yo por lo menos nunca he visto que sea soportada por un verdugo más allá de su propia cobardía. Entonces, realmente son algo en tanto y en cuanto tienen a alguien sobre quien ejercer ese terror. Pero si no lo tienen son personas que no pasarían de una media de normalidad muy baja.
–Una de las características de los familiares de desaparecidos es que nunca ejercieron la venganza, sino que se mantuvieron siempre en el camino de la búsqueda de justicia. ¿Qué piensa acerca de este camino que realizaron los movimientos de derechos humanos durante más de treinta años ?
–Es el ejemplo más completo de dignidad y de perseverancia. Cualquier ciudadano normal y de bien puede percibir eso. Es el mejor ejemplo. Esa permanencia en la exigencia de justicia es lo que da sentido a la misma cuando se otorga. Si no hubiese sido por esa permanente denuncia y ese permanente compromiso de las víctimas, no estaríamos donde estamos ni estaríamos hablando en el sentido en que lo estamos haciendo. Yo he tenido el privilegio de que la historia y las denuncias de estos hechos en España me pusieran en un lugar en que he tenido una pequeña parte o un pequeño papel que jugar, y para mí ha sido un honor. Creo que cualquier juez se sentiría dignificado en su profesión si pudiera contribuir de alguna forma a luchar contra este tipo de crímenes de lesa humanidad, y ayudar a las víctimas.
Fuente: Página 12 : Por Oscar Ranzani.