En los telediarios veraniegos las masacres de Siria o Egipto aparecen unos breves minutos en nuestras pantallas. Son muertos ajenos. Cadáveres menudos con córneas congeladas que buscan una conciencia remota que pare las matanzas.
Imágenes incómodas que no relacionamos como propias. En todo caso servirán para que nos consolemos pensando lo afortunados que somos puesto que, pese a la rapiña neoliberal que se nos come el pan y la esperanza, nadie nos gasea o nos llena el alma de metralla. Todavía. Aceptamos con naturalidad lo más inaceptable. Nos hemos hecho inmunes. Pero eso no significa que seamos más fuertes. Quizás algo más estúpidos, si es posible.
Imágenes incómodas que no relacionamos como propias. En todo caso servirán para que nos consolemos pensando lo afortunados que somos puesto que, pese a la rapiña neoliberal que se nos come el pan y la esperanza, nadie nos gasea o nos llena el alma de metralla. Todavía. Aceptamos con naturalidad lo más inaceptable. Nos hemos hecho inmunes. Pero eso no significa que seamos más fuertes. Quizás algo más estúpidos, si es posible. Porque al desentendernos de la desgraciada suerte de otros pueblos, lejos de acotar estas miserias, levantamos las fronteras para que se siga expandiendo la injusticia. Para que se nos cuele en el patio de la casa.
La cuestión es que pensemos que otro mundo más humano no es posible. Que nos resignemos con el aciago destino que nos pintan. Que nos consolemos pensando que siempre puede ser peor. Desde las montañas zapatistas de la región mexicana de Chiapas , el subcomandante Marcos difunde otro mensaje diferente. Apenas tiene eco en este absurdo marco de capitalismo salvaje que se empecina en sentenciar que no hay otro camino que el de la autofagitación de nuestra especie. Casi diez años de paz y de progreso en medio de la selva. Una lección de dignidad que las comunidades indígenas nos regalan como ejemplo de que sí, de que es posible otro escenario en el que los seres humanos sean lo más importante.
De que se puede vivir al margen de los dictámenes ultraliberales en un escenario más justo. Es una revolución. La Revolución con mayúsculas porque, para conseguirlo, primero tenemos que desaprender todas las mentiras que nos han inoculado. Y su objetivo, como responde el subcomandante Marcos, no es la toma de ningún poder. Es, apenas algo más difícil, un mundo nuevo. Solo debemos buscarlo en nuestros corazones y hacerlo posible. ¡Viva Zapata!
Ana Cuevas
Fuente: Ana Cuevas