“El año en que nació Bakunin, los indios dakotas aniquilaban en

el lugar de Little Bighron a las tropas del General Custer”

Este 2014 se cumple el doscientos aniversario del nacimiento de Mijaíl Aleksandróvich Bakunin. El anarquista ruso que ha pasado a la historia como paradigma del hombre de acción, el “revolucionario vocacional”, también el teórico que estableció las bases del pensamiento antiautoritario en abierta controversia con Carlos Marx. La persona, en fin, que lideró el activismo del movimiento obrero organizado en la Primera Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores) de 1864 a 1876, bajo cuya inspiración tuvo lugar la gesta autogestionaria de la Comuna de París en 1871.

Este 2014 se cumple el doscientos aniversario del nacimiento de Mijaíl Aleksandróvich Bakunin. El anarquista ruso que ha pasado a la historia como paradigma del hombre de acción, el “revolucionario vocacional”, también el teórico que estableció las bases del pensamiento antiautoritario en abierta controversia con Carlos Marx. La persona, en fin, que lideró el activismo del movimiento obrero organizado en la Primera Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores) de 1864 a 1876, bajo cuya inspiración tuvo lugar la gesta autogestionaria de la Comuna de París en 1871.

Sin embargo, la frenética actividad del gigante ruso en favor de la revolución mundial con los de abajo, tan opuesta al sedentarismo intelectual de Marx, el otro coloso de la subversión anticapitalista, a menudo solapa su dimensión más íntima, en un individuo que casi no tuvo vida privada. Un déficit que pone en valor la dimensión humana y mundana del gran agitador-pensador y al mismo tiempo revela la rica naturalidad de algunas vidas que han dejado huella en la humanidad. Experiencias a menudo secuestradas por panegiristas y aduladores, responsables de hacerlas pasar al memorial de la historia como biografías de cartón piedra, con un halo beatífico que atenta contra la racionalidad de los hechos.

Este “Bakunin en pijama” que vamos a intentar mostrar en sus rasgos más paradójicos procede del libro “Conversaciones con Bakunin”, de Arthur Lehning, posiblemente el mejor especialista mundial sobre el gigante libertario y el compilador de sus obras completas. Como su autor reconoce en el prólogo, los textos huyen del devocionario convencional para ofrecernos una vida integral, ya que sus fuentes proceden tanto “fragmentos de cartas, artículos, notas y memorias” como de “documentos e informes de la policía”. Un valioso material donde aparecen opiniones de algunos de los más célebres escritores, músicos y políticos de la época, desde George Sand a Turgenev, pasando por Wagner, Herzen y Anselmo Lorenzo, sus contemporáneos.

Para empezar la semblanza sin colorantes ni conservantes, hay que decir que el azote de los poderosos procedía de la alta nobleza (como Kropotkin), se inició en el oscuro arte de la guerra como oficial al servicio del Zar (como Kropotkin) y en su cuna familiar tenían esclavos en el servicio (como Kropotkin y los padres fundadores de la democracia americana), lo que provocó en el joven Bakunin un cargo de conciencia que le marcaría durante años. “Mi educación moral –recordaba- estaba falseada ya porque toda mi existencia material, intelectual y moral se basaba en una injusticia escandalosa, en una inmoralidad absoluta, la esclavitud de nuestros campesinos que alimentaban nuestro ocio”. Hasta su marcha al extranjero en 1840, aunque ya frecuentaba las lecturas heterodoxas de Kant, Fichte y Hegel, en él predominaba un carácter “profundamente conservador, religioso y hasta con cierto matiz místico, defensor de la familia, la virtud y al moral”. Nada que entonces hiciera presagiar al vehemente iconoclasta que empuñaría su existencia para dinamitar la civilización burguesa, el mismo personaje que Ivan Turgenev inmortalizó en su famosa novela “Rudin”.

En 1844 Marx y Bakunin se conocen en París, encuentro que tendría enorme trascendencia para el movimiento obrero internacional, a pesar de que desde sus balbuceos quedara patente una flagrante disparidad de temperamentos. El propio Bakunin reconoce que “entre ellos nunca hubo una franca intimidad”: “él decía que yo era un idealista sentimental, y tenía razón; yo le llamaba pérfido vanidoso e hipócrita, y también yo tenía razón”. De esa etapa de conspirador verbal en la capital del Sena data su relación con Proudhon, de signo afectivo diametralmente opuesto a la que mantuvo con Marx. Su paisano Alexander Herzen, otro asiduo a la modesta casa que Bakunin y su amigo Reichel ocupaban en la rue de Bourgogne, ha relatado los mano a mano entre Proudhon y Bakunin durante larguísimas veladas discutiendo sobre Hegel y escuchando a Beethoven toda la noche ante una chimenea exhausta.

Pero al mismo tiempo que la afinidad se estrechaba entre quienes llegarían a ser los referentes indiscutibles del anarquismo mundial, la relación entre Marx y Bakunin sufría sus primeros desafíos. En 1848, el mismo año en que se apareció en Londres el “Manifiesto Comunista”, el autor de “El Capital” ponía en boca de George Sand la especie de que Bakunin “fuera algo parecido a un agente ruso”. Aunque la escritora francesa negó públicamente ser la autora del infundio y el propio Marx se retractó, el incidente abrió una brecha entre ellos que nunca cicatrizaría. En una carta a modo de descargo enviada a Bakunin, la misma Sand calificaba la acción de Marx de “infame y ridícula calumnia”, añadiendo que se trataba de “un invento gratuito, odioso y que ha llegado a herirme a mí misma”.

No solo la autora de “Un invierno en Mallorca” fue admiradora de Bakunin, también Richard Wagner, el genial músico cuyas sinfonías fueron para Hitler el epitome del espíritu del pueblo alemán, formó bastante tiempo parte de su círculo de amistades, hasta el del punto de asegurar que el revolucionario ruso era “el más profundo filósofo de la Europa Civilizada”. En una carta fechada en Dresde en 1849, el compositor describe a Bakunin como “un ser sensible y amable”. Y aunque exagerado el elogio que hace de Bakunin como pensador de referencia, conviene recordar su capacidad intelectual, como prueba el hecho de que aceptara realizar la primera traducción al ruso del primer tomo de “El Capital”, el único publicado en vida por Marx y obra de comprensión ciertamente no al alcance de cualquiera. Según Petr Kropotkin, “Bernard Shaw cuenta de manera un tanto humorística (“The perfect Wagnerite”) que Wagner representó a Bakunin bajo los rasgos de su Siegfried”.

Detenido en mayo de 1849, Bakunin fue llevado desde Dresde a la fortaleza de Könisgtein y condenado a muerte en la horca en 1850, pena que sería conmutada por la de cadena perpetua. De ahí pasaría a Austria, siendo encarcelado en Praga, de donde fue enviado a Olmütz en marzo de 1851, para ser de nuevo transferido a Rusia un mes más tarde. El acta de acusación, recoge entre otros cargos los de conspirar para la “destrucción del Estado austriaco” de palabra y obra, sin reconocer ninguna circunstancia atenuante”. “Bakunin – redunda el alegato oficial- ha sido personalmente el instigador del plan urdido de alta traición, que ha perseguido su objetivo con una infalible perseverancia por convicción (…) que no solo ha inclinado a muchas personas al susodicho crimen, sino que ha sido también la causa de que, gracias a sus consejos e instrucciones, gran número de personas, en su mayor parte jóvenes, hayan sido arrastradas hacia la acción criminal y deban ahora expiarla de acuerdo con las leyes”. El confinamiento de Bakunin duraría hasta su huida de Siberia, según atestiguaba la carta que este manda a Herzen con fecha 15 de octubre de 1861 desde San Francisco (EEUU), a donde llegó procedente de Japón.

Durante los dos primeros años de reclusión de los doce que en total pasó en mazmorras de distintos países, Bakunin estuvo “atado con cadenas en las manos y en los pies”, en condiciones tan severas que padeció de escorbuto, lo que hizo que durante mucho tiempo, como recordará su amigo y biógrafo James Guillaume, “no podía soportar otro tipo de alimento que uno de los manjares de las campesinas rusas, la sopa de coles fermentadas (schi)”. Precisamente estando preso en la fortaleza rusa de Pedro y Pablo se registra uno de los hechos que más han dañado la imagen revolucionaria de Bakunin: la extensa carta que a modo de “confesión” dirige al zar Nicolás I en la que termina reconociéndose como “el criminal arrepentido”. Este episodio y el de su turbia amistad con el incendiario nihilista Nechaev ofrecerían nueva munición a Marx y al ala autoritaria de la Internacional para ahondar en la campaña difamatoria contra su principal opositor.

Trotamundos de la revolución socialista, los años siguientes le sitúan en Londres, Suecia, y Florencia donde ingresa en la franscmasoneria y crea la sociedad secreta La Fraternidad, permaneciendo en Italia hasta septiembre de 1867. El tema de la creación de grupos clandestinos, tan fiel a la experiencia conspirativa como embrión para la acción revolucionaria, contra lo que pudiera parecer a simple vista, estaba preñado ya de características libertarias y era coherente con el discurso que inspiraba al movimiento anarquista. Al respecto, Guillaume recoge una conversación con Bakunin desmitificadora. “No se trataba en absoluto de una organización de tipo clásico como las antiguas sociedades secretas en las que había que obedecer las órdenes venidas de arriba, sino que la organización no era otra cosa que la libre unión de hombres que se vinculaban para la acción colectiva, sin formalidades, sin solemnidad, sin ritos misteriosos, simplemente porque confiaban unos en otros y porque la acción conjunta les parecía preferible a la aislada”.

Desde allí se traslada a Ginebra para participar en el Primer Congreso de la Liga Internacional de la Paz y la Libertad, y pasado un año el sector que representa el grupo de Bakunin abandona la Liga para fundar la Alianza por la Democracia Socialista. En ese periodo, la extrema dificultad material lleva al Bakunin enemigo de toda propiedad, que aún no se autodefine como anarquista, a escribir a sus hermanos para reclamar su parte en la herencia familiar para la causa emancipatoria. “Dado que el gozo comunista de los bienes comunes me resulta imposible por razones de sobra conocidas, hace algunos años os pedí, si ello es posible sin causaros daños, que separéis mi parte quitando de ella todo lo que según creáis me habéis dado de más durante los últimos años”. Para entonces Bakunin había recuperado el crédito personal y revolucionario que siempre había tenido entre los internacionalistas, tanto por su plena y abnegada dedicación a la “cuestión social” como por su innegable seducción personal.

Quienes le trataron en esos años le describen como una persona “inmensamente culta”, “dotado de una elocuencia innata, que “hablaba en alemán, en italiano, o en francés, o incluso en castellano, con la mayor facilidad” y cuya “familiaridad de trato le permite conquistar los corazones”. Fumador empedernido, hasta el punto de que en una ocasión dijo a su amiga Alexandrina Bauler que “si fuera a morir delante de ti, no olvides ponerme un pitillo en los labios para que pueda ir tirando ante la muerte”, Bakunin tampoco se zafó de tics propis del atavismo culturales de la época, incurriendo en comentarios recelosos sobre los judíos y en paternalismos con la mujer (“no le gustaba que las mujeres bebieran y fumaran”), como ya ocurriera con Proudhon a mayor escala. Un ramalazo de ese antisemitismo “ad hominem” lo refiere el español Anselmo Lorenzo, afín a las tesis antiautoritarias, en la carta que en 1871 manda a sus amigos de Barcelona para exponerles lo debatido en la Conferencia de Londres sobre la polémica entre Marx y Bakunin. “Entre las acusaciones dirigidas por Bakunin contra Marx, la que dominaba como causa esencial de su odio era que Marx era judío. Esta acusación, tan contraria a nuestros principios que imponen la fraternidad sin distinción de raza o creencia me produjo un profundo impacto”, señala el autor de “El proletariado militante”.

Acosado por graves problemas de salud y carente de los recursos mínimos para subsistir (“vivía como un anacoreta”), tras lograr Marx y sus partidarios que el Congreso de la Haya expulsara de la Internacional a los miembros más destacados de la Alianza Democrática Socialista, Bakunin se retira a Lugano, donde vivirá con su compañera polaca Antonia Ksaverevna y los tres hijos de esta, Marushka, Sofía y Carluccio, y la amistad de algunos veteranos de la Comuna de París que han buscado refugio en el cantón suizo. La muerte le alcanzara el 1 de julio de 1876, “lejos de todos los suyos”, “en la habitación fría y trivial de un hotel”, en donde se alojaba para ser tratado por un médico amigo de lo que parecía ser un cáncer de próstata en estado terminal. Seguramente, “fumándose la revolución”, como él había pronósticado.

El año de la muerte de Bakunin muerte, en el Congreso de Filadelfia (EEUU) se disuelve le AIT, en España se funda la Institución Libre de Enseñanza y el escritor ruso León Tolstoi, amigo de Bakunin, daba a conocer Ana Karenina, joya de la literatura universal que comienza con la célebre frase “todos las familias felices son felices de la misma manera, mientras la familias infelices lo son cada una a su manera”.

Rafael Cid

(Nota. Este artículo ha aparecido en el número de febrero de Rojo y Negro)


Fuente: Rafael Cid